18
Mar

Las reinas. Parte 4ª La reina de diamante

Cuando despierta sigue cantando, levanta la mirada y las luces le ciegan su vista borrosa. No comprende que la sujeten, ni el porqué del pinchazo. Relaja su rostro desdibujado y duerme.
Horas atrás desenmarañaba la peluca antes de ajustársela. Un último retoque al maquillaje que enmascara sus imperfecciones, que le devuelven la confianza; crédula ante el espejo, engañada por que quiere, deja atrás los aseos y se sumerge en el recuerdo caminando bajo el escenario. Nadie se le acerca, y desespera. ¿Dónde se guarda la dignidad perdida? Recurre a trucos baratos para llamar la atención; asoma sus pechos esperando una respuesta, pero nadie mira.

¡Augusta, por favor!... Que espantas a la clientela.
Mira Roberto chico, si no lo consigo así, prometo hoy retirarme pronto.
Retírate ya, pero definitivamente. Seguro que con los años en escena, tu pensión cubre con creces tus necesidades.
¿Qué sabrás tú, cabrón? Además ¿tú quién eres aquí para echarme?
Aprovecha y disfruta esto —le da una palmada en la nalga— será lo único de provecho que conseguirás esta noche, maricón.

Le levanta el dedo y continúa esperando. Cree ver un rostro conocido en la barra, pero apenas es un espejismo. Aún así se acerca y se insinúa sin resultado.

Tú te lo pierdes.

Demasiados días sin poder echarse una copa encima; llega la decepción. Una vez se dijo que quién no supiera apreciarla que eso se perdía, pero hace tanto que ya ni lo recuerda. Los años no han perdonado una vida díscola, errabunda. Un saludo amable le haría recuperar la sonrisa.
Camino de casa vuelve sobre sus pasos al cruzarse con alguien conocido, esta vez sí, pero la ignora. Otra puñalada a su integridad. Al menos aún puede cantar, y canta. La increpan desde las ventanas, demasiado tarde para montar jaleo. Un policía la invita a comisaría si no se calla. Retorna un poco en sí, y se dirige a su refugio; la única coherencia se encuentra allí encerrada. En el baño orina nerviosa, apenas logra sacar una gota. Toma un frasco de pastillas y se dirige al sofá. Llora alargando el brazo, intentando alcanzar el triunfo que evidencia el cartel que pende de la pared, mientras traga con amargura. El portal de su casa se convierte en escenario. Desciende la escalinata como antaño mientras entona canciones olvidadas. La expectación es evidente. Ella acoge la visita como corresponde, se debe a su público, y mientras reverencia el agradecimiento, cae en redondo presa del medicamento que la liberará.

Tenga señor guardia. Agustín Santiago, más conocido por “Augusta”. Aquí tiene su DNI.

La ambulancia se aleja.

¡Augusta! Despierta. Mírame, soy Teresa.

Teresa se sienta a su lado, la acaricia con ternura y también se duerme.

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17
Mar

Las reinas. Parte 3ª La reina de trébol.

Alza la voz, pero no se entiende nada y la cortina torna a su posición.
¿Quién diría ahora que es una mujer afortunada? Desearía poder dar cuenta de su vida plena, de sus logros. Las palabras están ahí, preparadas para salir, las conoce, pero no tiene control sobre ellas. Apenas unos balbuceos enrevesados. Se da cuenta de la situación, y llora. Las lágrimas caen por su rostro, pero no las siente… ¿también ha perdido el llanto? Al revuelo de su entrada en urgencias, después de que una de sus vecinas la encontrara tirada en la puerta de su casa, ha devenido una calma prolongada. Cree que se han olvidado de ella. Se evade de la falta de compañía, de la búsqueda de rostros conocidos, con los recuerdos. Retrocede buscando las causas.
Aquella mañana tenía muchas cosas que hacer. Su hija le había pedido pasar por el ayuntamiento para gestionarle unas cuestiones sobre recaudación, después tendría, con los papeles en mano, que llevárselos, no sin antes recoger a los nietos en la escuela, y prepararles la comida. Le hubiera dicho que no, pero temía que prescindieran de ella, tenía la imperiosa necesidad de sentirse útil, controlar sus vidas pues en el fondo creía que le pertenecían. Perdido el momento justo de su derrumbe, seguía esperando verlos aparecer en cualquier momento.

Antonia, hola preciosa. Mira, este señor es el neurólogo, ha venido para ver cómo te encuentras, te va a hacer unas preguntas y unas pruebas. Intenta contestar lo mejor que puedas.
Se da cuenta de sus limitaciones. ¿Dónde está todo el mundo? Le duele más la ausencia que la derrota de su cuerpo. Intenta salir del desánimo.
¿Mamá? Al fin me dejaron entrar. Disculpa la tardanza. Hablamos con el médico. No te preocupes de nada, ya llegamos a ti.
Puede que sus sentidos la engañen, pero su corazón no falla. No le han arrebatado la fortuna
.

Alguien está cantando, lo ve pasar jugando con las cortinas. Pero pronto calla.

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16
Mar

Las reinas. Parte 2ª La reina de picas

De poder elegir, hubiera preferido ser reina de corazones, pero en su vida sólo había espacio para conquistar, mandar y exigir, con el consabido respaldo de su natural disciplina, obras conclusas, y miles de proyectos, siempre ajenos, que la llenaban de orgullo. Todo a vueltas con el trabajo. En su casa: la anarquía total. ¿Cómo si no hubiera podido aguantar un ritmo tan deshumanizado?
Pero ella no lo veía así, permanecía ciega a los sentimientos protegiéndose, según se vanagloriaba, del desengaño. Aplicada hasta la médula, en su compromiso laboral, el tiempo que realmente dedicaba para satisfacer los pocos placeres que ocultaba al mundo no era suficiente como para dejarla complacida. Estaba sola. No comprendía que la avariciosa forma de tratarse pudiera pasarle factura. Se sentía sola.
Pero no siempre fue así, apenas si recordaba el momento preciso del cambio. El día en el que se abandonó para dedicarse a aquello que la rescataría del tedio. Dos hijos y un esposo abnegado, que no pudieron negarle el capricho. En un principio la aceptación fue total; los ingresos vinieron a suplir la falta de cariño. Cuando quisieron darse cuenta del error se negó a escucharles, y la abandonaron. “Menudo alivio”, exclamó ella, no podía seguir perdiéndose en monsergas. Tan hondo había caído el aprecio que ya nadie lo podía encontrar.
Ese día, volvió a sentir un estremecimiento en su maltrecho corazón, pero lo intuyó apenas como un dejà-vú de su existencia. Al despertar se asustó. Sintió pánico. Agarró sus pertenencias: un bolso cargado de pastillas y la cartera, e intentó salir de allí; al sentirse atrapada quiso comprar la libertad. Tuvieron que hacerle comprender que era afortunada, no había sido más que un susto; que si se relajaba, pronto regresaría a casa. Observó a su alrededor con autosuficiencia, una fachada que ennegrecía su carácter. Con morbosa curiosidad cruzó la mirada al otro lado de la cortina, pero no logra atraer la complicidad de unos ojos perdidos en un espacio inexistente, en el abismo del olvido. Ojos que no saben ver como los de un bebé, pero con la amargura de años en sus pupilas abiertas.
No se queda el suficiente tiempo como para escuchar la pregunta que se pierde entre el murmullo dominante. Sigue sola su camino.

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14
Mar

Las reinas. Barajando.

Separadas por biombos, descansan en la sala de urgencias del mismo hospital. No hacía tanto que compartían mercado, calle, ciudad. Cruzando vidas, como quién atraviesa la calle mirando sólo para adelante, fueron tejiéndose el destino que las unió unos instantes.
Aún restriega sus ojos espantando legañas. Teresa alarga la noche siempre que puede, para atiborrarse de pastillas cuando el sueño se atrasa. Se desnuda frente al espejo, y contempla la hermosura que aún ve. Cuenta con su mente distorsionada, que le ayuda a configurar sus excelencias; y un séquito de chupones que la acompañan por un dinero, que ella malgasta en potingues. La reina de corazones, a veces grita auxilio.

De tanto preocuparse por los suyos, la reina de tréboles perdió su propia perspectiva, se abandonó por complacer los deseos de los que deambulaban por la casa. No hay nada que no pudiera conseguir. Ahora mira a su alrededor, busca, pero no ve a nadie; el nido vacío, la corte alejada, y sus sentimientos rotos pero satisfechos. Se reconforta, cada cual esta en lo suyo, y ella ya ha sido suficiente carga. Languidece en lágrimas recordando cariños de antaño, mientras una sonrisa intenta salir de su rostro paralizado.

¿Cómo llegó hasta allí? Ha deambulado exigiendo. Mira acá y allá, levanta la mano esperando tratos de favor, es la reina de picas. Cuando comprende que no hay nada que hacer, tira mano de VISA, pero alguien la arroja a su bolso y a ella la devuelve a la cama. Respira angustiada. En su vida, no hay tiempo que perder. La opresión en el pecho, es una señal de sus prioridades. Languidece con el corazón en un puño; puño que la golpeó para recuperar el ritmo que se desvanece.

Las enfermeras lavan su rostro impregnado de lentejuelas y colores brillantes. Introducen en una bolsa el traje plateado, la peluca, y los zapatos de tacón de aguja. La bata blanca la sienten húmeda y se la cambian. La fiebre da paso a las alucinaciones, que convierte las luces del techo, en los reflectores de un escenario. ¡Canta! No hay forma de que pare. Un tranquilizante por vena, y la reina de diamantes duerme arropada por sus sueños de éxitos y pleitesía. Revuelven su lecho, para recoger el vómito de su renuncia. Esta vez saldrá.

En ocasiones, las figuras se juntan como cartas de una baraja.

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13
Mar

"La Loli"

Estaba harto. En más de una ocasión había logrado bloquear su paso, devolverle el importe de la entrada y conminarla a no regresar jamás bajo la amenaza de denunciarla, pero siempre se me escabullía. Suponía que aprovechaba las aglomeraciones para colarse por alguna esquina confundida con el resto de espectadores.
Recuerdo el día en el que llegó la nueva acomodadora, debió pensar que era un áspero de mal genio. Primero no iba a dejar que se apropiara de mis clientes más adinerados, aquellos que soltaban siempre un duro de propina por un buen servicio; y segundo era mujer, ¿dónde se había visto una mujer acomodando? Creí que se llevaría más de un pellizco en el culo. Seguro que le provoqué algún quebranto con mis contestaciones.

¿Ha habido muchas acomodadoras en la ciudad? —preguntó.
No, eres la primera y no es mentira. —Le contestó mi compañero.

Pero ese era el menor de mis males. Era domingo, la película de tensión e intriga, llena de estampidos y muertos, no era tolerada y habíamos llenado. Cada media hora nos turnábamos para controlar, linterna en mano, que todo el mundo se comportara correctamente. Sabedores de nuestro poder nos divertía ver cómo se le atragantaban la pipas a más de uno.
En la primera ronda encontré alguna parejita haciendo lo propio en “la fila de los mancos”, pero no siempre los ponía en vereda. Eso sí, era divertido ver cómo al paso de la linterna se quedaban quietos, inmóviles.
La tercera ronda le tocó a la nueva, aguardé que saliera para supervisar su trabajo, no me fiaba mucho.

¿Algo extraño? —le pregunté.
No… Bueno sí. Algunos espectadores se quejaban de una musiquilla extraña, como un tintineo…

Entré despacio para ver si pescaba a Loli de una vez.
“La Loli”, así era conocida, había sido una mujer hermosa como pocas que encaminó mal su vida. Cayó en la prostitución y la calle y el alcohol hicieron el resto. A sus cuarenta y cuatro años aparentaba tener más de cincuenta. Las cuatro perras que sacaba las ganaba en los cines ejerciendo de “pajillera”, embadurnando sus manos con la simiente de algún que otro desesperado, al no encontrar otra ocupación con la que ganar los cuartos para poder comer.
Y ahí estaba yo intentando frustrar sus esfuerzos. Ante todo estaba mi empleo, aunque no negaré que de vez en cuando hacía la vista gorda.

CRSignes 100309

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11
Mar

Superviviente

Para Ricardo por toda su ayuda y amor

Por un instante pudo ser testigo de algo insólito. Un hecho que le desconcertó tanto, que le obligó a retirarse a su aposento. Era como si los seres que le acompañaban en la larga travesía se hubieran paralizado, como si todas aquellas vidas se hubieran detenido.
Se acostó para olvidar lo sucedido, y se durmió sin poder borrar de su mente aquella extraña visión.
Al despertar se encontró solo en el único bote salvavidas.

CRSignes 2003

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9
Mar

¿Me acercas al baile?

Es su primer baile, quizás encuentre el príncipe azul. Sigue soñando despierta, nunca se le ha presentado nada fácil. Incluso los estudios los ha tenido que hacer casi por libre cuidando a unos y a otros, es su obligación. El baile es la única oportunidad que le queda para conocer gente. Tiene miedo. Nunca se le ha dado bien relacionarse, demasiadas preguntas acerca de su no asistencia. Con fuerza, su mano sujeta el bolso prestado. Se atusa el vestido intentando devolverle un aspecto vaporoso perdido por el tiempo y la contaminación, y se mira en el espejo, indecisa y emocionada.
En la entrada ya su primo aguarda. La mira con indiferencia, resignado tal vez, obligado seguramente.

Estás linda. —No hay sinceridad en sus palabras.

Sabe que su aspecto no dista mucho del de los otros días, aunque haya puesto en marcha unos trucos con los que aparentar mucho más sofisticada. Con el movimiento circular de sus dedos sobre las mejillas, dibuja el colorete; de igual forma sus labios mordidos enrojecen y se acentúan con el brillo que le presta la saliva; ¿quién le hubiera dicho que el hollín, aportaría a su mirada profundidad? Y quién si no, podría dudar del perfume engañosamente fresco, de los ácidos dulzones y frutales de la piel de una mandarina.
Lo había imaginado de otra forma, pero las circunstancias obligan. Siempre que veía la oportunidad, su dilema pasaba por acercarse con el mejor aspecto posible para intentar llevar a cabo su propósito. Y sabía que era efectivo. Lo único que le molestaba de toda aquella historia, era tener que depender siempre de su primo, pero así había comenzado todo, y así debía continuar. La armonía familiar no puede romperse, le habían dicho.

¿Estás lista?
Claro primo, este es siempre mi momento favorito.
Pues aquí te quedas.

A pocos kilómetros del club de golf, su partenaire se desvanece. Alguien para, y la recoge. Ella sonríe.

Habéis hecho bien en deteneros. No es bueno correr tanto en este tramo. Por más prisa que tengáis vale la pena llegar. Miradme a mí, nunca llegué y dudo que pueda lograrlo.

CRSignes 100607

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6
Mar

Deconstruyendo a Caperucita

Las hojas de prensa dibujan el sendero recorrido con pasos ligeros, mientras canturrea una inocente tonadilla. Esquivando charcos, pinta en sus bordes las huellas que le acercan a su destino. El tropiezo casual, bella y bestia cara a cara, no lo hubiera sido tanto, si retrocediendo en el tiempo, se hubieran percatado de un primer encuentro fortuito, e inoportuno.

— ¡Ridículo!
— ¿Me habla a mi?
—No preciosa, sigue tu camino y no molestes. —Le dice mientras guarda el móvil en su bolsillo.

Los nudillos desnudos han golpeado mil veces la puerta que no se abre.
Nuestra Caperucita, menos inocente que la del cuento, insinúa una sonrisa al avispado lobo que aguarda la llegada de la ingenua. El temporizador se para, la luz pronto se apagará.
El teléfono suena:

— ¿Aló!... Otra vez tú. Que me dejes te he dicho.

Apenas si susurra en la escalera, parece que no quiere que le oigan.

—Me necesitas.
—Es pronto aún, márchate. —Le contesta, pero él no reacciona ante la adversa respuesta. En cambio, la niña curiosa no aguanta más, y estirándole de la chaqueta le interroga:

— ¿Viene a ver a mi abuela?
—Ella no quiere verme. Puede que tú tengas más suerte. Toma, dale esto. —Contesta sereno.

Introduce un objeto por el lateral del canastillo.

— ¿Puede golpear la puerta por mi? Usted es más fuerte.

La luz se apaga al tiempo que suenan los primeros golpes.

—Abuela, soy yo. Ábreme.

La luminosidad que se cuela por la rendija de la puerta deja ver la cesta que la niña le entrega.

—No puedo dejarte pasar pequeña. —Dice mientras se inyecta.

La asistenta aprieta el botón. Antes de retirar el cubo y la fregona, se percata de los rastros que ensucian su trabajo, una hora de faena desperdiciada por la ennegrecida huella de los pasos ocultos. Retorna a humedecer el suelo embaldosado, dibujando nuevamente la senda de prensa escrita. El temporizador de la luz comienza la cuenta atrás, pero ese ir y venir durará poco. Posiblemente hasta que Caperucita se encuentre con el lobo, o el lobo invada la casa de su abuelita.

CRSignes 141208

Fuente imagen: Caperucita roja. Acrílico 2006 ©Marcelo Bordese (Argentina) Extraído de: http://www.artebus.com.ar/bordese/

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3
Mar

La señal

Rebuscó ansioso entre las cenizas y nada. Cerró la portezuela de la vetusta estufa y regresó con un nuevo cargamento de leña.
La habitación parecía resistirse al efecto calorífico de aquel artilugio, tal vez por que en las ventanas el vidrio inexistente —sustituido por pequeños trozos de hojas de prensa— favorecía la salida del calor.
Con acelerados pasos, en un constante ir y venir, se le veía desde la calle. Nadie se atrevía a decirle nada, todos conocían su alterada mente.
Rebuscando entre las cenizas las señales que, según decía, le hablaban, transcurrían sus días.
Se precipitaron hacia la vivienda. Tarde le bajaron de la cuerda amarrada al cuello que colgaba desde el techo.
Junto a la estufa de leña aún humeante, inusualmente revuelta, el trozo carbonizado de un leño que asemejaba un ataúd.

CRSignes 2003

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27
Feb

El “más difícil todavía”

A Alexander Poliakov por esa amistad que rompe las distancias

Los pies se deslizan por la tensionada cuerda. De un extremo a otro del poste, traspasa una y otra vez dejando que el miedo crezca entre los espectadores con su temerario comportamiento que desafía a la suerte, por que Alexander Poliakov rechazó la red.
El “más difícil todavía” es parodiado en la pista por los hermanos Flanetti, que intentan contrarrestar la tensión del momento, con sus cómicos trucos al tiempo que cruzan los dedos para que todo salga bien.
La actuación concluye con éxito; la función finaliza; el lacónico jefe de pista despide a la concurrencia; todos desfilan al compás de la marcha circense que no cesa hasta que el último de los espectadores abandona la carpa.

Has perdido el respeto por la vida… ¿por qué?

Poliakov entra en su roulot y pone a calentar agua. Katrina insiste. El fantasma de la fallecida relación, resurge dentro del habitáculo que fue testigo de ella y viceversa.

No piensas contestarme. Todos dependemos del espectáculo. Pero ¿quién te has creído?

El agua entra en ebullición y la derrama en el samovar para macerar la sutil mezcla de tés orientales. Sobre la bandeja deposita el recipiente caliente junto a las tazas y los azucarillos. Con portentoso equilibrio la sujeta sobre uno de sus dedos, mientras con la otra mano toma a Katrina que le sigue hasta la carpa. Ya no hay luz en escena, en la oscuridad le sirve una taza, ella no habla, él la mira mientras suspira.

¿Dónde nos lleva todo esto? —pregunta ella.
¿Qué más esperas de mi? —Katrina no medita la respuesta.
De ti, ya nada.
Desafío a la muerte para saber que estoy vivo. No hay existencia sin ti. La soledad asusta.

Alexander salta sobre la improvisada mesa. Sus compañeros le miran sin osar acercarse. Rápido ha trepado en el poste de la luz. El versado funanbulista ahora tiene un pie en el cable y otro en el poste. La mira y aguarda una reacción por su parte, pero no llega. Pisa en falso y cae. Todos los esfuerzos de sus compañeros resultan infructuosos, su pulso se debilita. Los hermanos Flanetti aguantan las lágrimas, intentan desdramatizar el momento, pero la sonrisa sale forzada.
La música suena; la voz del jefe de pista da comienzo al espectáculo, la función debe continuar. Los payasos, con sus trucos, desafían “el más difícil todavía”.

CRSignes 180209

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22
Feb

Noticias de la radio

A Ricardo, el sustento de mi ser

“La acumulación de nubes será inusualmente extraña. Tengan precaución cuando salgan de casa. Preparen una buena iluminación y no olviden las balizas. Es una recomendación del Centro de Estudios de la Atmósfera”

—Desde hace tres días registro irregularidades. Ayer mismo, al tomarte entre mis brazos, te sentí laxa. Fue como si de pronto la misma inercia que nos une nos separara. Tal vez se trate de algún sensor defectuoso; o quizás me deje arrastrar por la paranoia, la misma que consiguió separarnos del común de los mortales.

“En otro ámbito de cosas, se han inaugurado las obras del paso subterráneo que unirá las dos principales ciudades.”

—Volví a experimentar la misma sensación. Echo en falta la empatía que funcionaba como un imán, como un potente sugestivo capaz de inhibir los sentimientos más inicuos. ¡Solos tú y yo!

“Conservacionistas y renovadores, tienen programado un reencuentro en las próximas horas. Mientras unos consideran la propuesta de sus opositores de “Bofetada ambiental”, los otros intentan limar asperezas, para restar responsabilidades. Según el portavoz del Grupo Independiente por la Renovación, el acuerdo está próximo: Es cuestión de horas, —ha dicho —todo lo demás sería una pérdida innecesaria de tiempo y energía.”

—El cielo se ha tornado gris. Las nubes, convertidas en pesados obstáculos que impiden ver, ya no circulan ligeras. Cada segundo que pasa es como si te desvanecieras. Mis circuitos comienzan a fallar. Espero que los tuyos aguanten. Con un poco de suerte es mi propia pena la que me cortocircuita. Todo se acaba. Estamos como encerrados por sus propios miedos. Temen volver atrás: convertirse, como nosotros, en el cúmulo de sentimientos del que partieron. Hace mucho que perdieron precisamente aquello que nos inculcaron: humanidad. Y ahora, sólo tú y yo, conservamos los sentimientos.

“Última hora: La Agencia Digital de Noticias (ADN) informa de que no consideran necesario seguir manteniendo los seres de inteligencia artificial existentes. Estas dos únicas muestras, que se mantienen controladas en la cercana región de Utrech, serán neutralizadas. La desintegración se hará efectiva en pocas horas. Al final, se ha llegado a un acuerdo. Tanto conservacionistas como renovadores creen necesario por el bien común hacerlo. El temor a una vuelta al pasado ha conseguido el acuerdo: Largo ha sido el camino para librarnos de nuestro componente más débil. —Pronunció el portavoz de la agencia”.

—Si no te tuviera a ti, hace mucho que hubiese perdido la razón. ¡Abrázame! No dejes de hacerlo.

CRSignes 230308

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20
Feb

Muirne

Le pusieron Muirne* sin imaginar que aquello podría marcar su vida. Muy pocas veces se tiene en cuenta que el nombre, que se nos da al nacer, tiene relevancia en nuestro destino.
Al alcanzar la pubertad ya se había convertido en la más deseada. No había hombre, joven o viejo, que no anhelara su compañía, que no la desease.
Por miedo a no poder complacer a todo aquel que a bien se le acercaba, terminó sus días en la calle haciendo felices a todos.

*Muirne nombre que en gaélico significa amada.

CRSignes 2003

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17
Feb

La lección

La sangre salpicada lo cubría todo.
Algunos cuerpos aún resistentes al envite de la muerte fueron mutilados en vida.
Mientras las mujeres eran conducidas por la fuerza lejos del poblado, todos los varones incluidos los niños eran asesinados. Hubo madres, en su resistencia, por no perder el contacto con sus hijos, a las que golpeamos brutalmente. Algunas perecieron.
Recuerdo que una de ellas se quitó la vida al ver como su hijo fallecía. No podía quedar ningún varón de aquella estirpe, así se evitaba que la sangre de la venganza corriera entre aquellas venas. Llegamos incluso a abrir la barriga de las embarazadas, para evitar cargar con varones.
Los gritos de auxilio, los lloros suplicantes, los estertores de la muerte, el ruido de los cuerpos pasados a cuchillo al caer, todo eso ha quedado grabado en mi mente. Una música que jamás podré olvidar.
Todas fueron violadas, para evitar que quedara alguna duda sobre la procedencia de sus hijos. No se tuvo en cuenta ni la edad.
Hemos sido adiestrados para esto, ya te darás cuenta.
Duerme hijo mío, mañana te hablaré del manejo de la espada y las múltiples formas de infligir daños irreparables con ella.

CRSignes 02/12/2003

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17
Feb

Salgo en un calendario

No, no mal penséis, no esperéis encontrarme en cueros con algo ridículo tapándome el sexo, en pose más o menos artística, pues no va por ahí la cosa. Creo que hoy por hoy, ni lo haría, con veinte años... Bueno, pero no es eso lo que venía a contar. Lo que salen son dos trabajos míos: una fotografía y un poema en valenciano.

Recordaréis que aquí, una servidora, formó parte del grupo de fotógrafos que la primavera pasada fue seleccionado para hacer un tour fotográfico en las Islas Columbretes por el 20 aniversario de su distinción como Reserva Natural, pues bien, lo que realmente sale en el calendario, en el mes de marzo, es esta foto:

Imagen ésta(50cm x 70cm), que acompaña también la exposición que se hizo sobre la misma, todo en torno a tan maravilloso cumpleaños, y que culminó con una convocatoria literaria, y en la que me seleccionaron este poema en valenciano (Lo pongo también en castellano para los que no dominéis mi lengua).

En el còncau
buit de la meua palma

Alce la mà
espaiet,
i en el còncau
buit de la meua palma
podràs veure les meravelles
que t'esperen.

L'eleve tan sols
un poc,
el més just perquè
els meus dits
sobreïsquen
i així en ells,
puguen niar
les aus que
per allí passen.

Un xicotet paradís
on confluïxen
rutes marines
de difícil accés,
protegint-lo així
de l'avanç maligne
dels hòmens.

Un lloc xiquet,
apartat i reservat
on amar-te i
amar els èxits
que junt amb la mare naturalesa
reserve per a tu.

Carmen R. Signes 2008

En el cóncavo hueco de mi palma

Levanto la mano
despacito,
y en el cóncavo
hueco de mi palma
podrás ver las maravillas
que te aguardan.

La elevo tan sólo
un poco,
lo justo para que
mis dedos
sobresalgan
y así en ellos,
puedan anidar
las aves que
por allí pasan.

Un pequeño paraíso
dónde confluyen
rutas marinas
de difícil acceso,
protegiéndolo así
del avance maligno
de los hombres.

Un lugar chiquito,
apartado y reservado
donde amarte y
amar los logros
que junto a la madre naturaleza
reservo para ti.

Carmen R. Signes 2008

El calendario ha sido editado por el grupo gestor de las islas que pertenece al organismo coordinador de Els Parcs Naturals de la Comunitat Valenciana dependiente de la Generalitat Valenciana y el patrocinio de la Fundación RuralCaixa de Castellón.
No os podéis imaginar la ilusión que me ha hecho todo esto.
GRACIAS A TODOS LOS QUE HAN HECHO POSIBLE ESTE SUEÑO, EN ESPECIAL A TI, PATRICIA.

CRSignes2009

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15
Feb

El Gran Orlando

El Gran Orlando se había ganado con esfuerzo el acceso a los grandes circuitos de espectáculos dentro del mundo de la magia, la hipnosis y el mentalismo. Todo hubiera seguido viento en popa, de no haberse cruzado en el camino de un ambicioso politicucho de tres al cuarto. Este personaje, calló hipnotizado en una de sus actuaciones realizando, ante la concurrencia, toda clase de movimientos más propios de una gallina que de un ser humano, divirtiendo a los allí presentes. Sucedió que la grabación de los hechos llegó a los medios de comunicación, donde fue exhibida dada la importancia del político en ciernes, en todas las cadenas.
Una semana más tarde, el Gran Orlando recibía una citación oficial, según la cual se le exigía una declaración jurada de la falsedad de sus actuaciones, o el pago de una importante suma de dinero como indemnización por daños y perjuicios.
Su prestigio estaba en juego. No temía a la justicia, sabía que había obrado conforme a lo que de él se esperaba, no comprendía cómo se podía lastimar la moral de un voluntario en su espectáculo. Pensó que podría arreglarlo por las buenas, pero los hilos invisibles de su influyente adversario lograron que, a dos semanas del plazo fijado, se quedara sin actuaciones. Fue entonces que decidió solicitar una reunión privada con el denunciante, el cuál apareció acompañó de su abogado. El encuentro tuvo lugar en un callejón.

¿Qué es lo que quiere? Y ¡ojito! Que puedo conseguir que no actúe nunca jamás.
Si me disculpo públicamente ¿nos olvidamos del asunto?
Y ¿qué gano con eso?
No es lo que usted gana, es que haga lo que haga usted parece desear terminar con mi carrera.
No seas lerdo y acepta —habló el abogado por vez primera, que se había dado cuenta de que las cámaras les rodeaban.
¿Tú también quieres que me pleitee cooo,… cooo,…cooo,…cooon… tigo?

Como acto reflejo comenzó a arrastrar las piernas escarbando, agachándose al tiempo que movía su cuello hacia delante, picoteando el aire.

Puede que me quede sin trabajo, pero creo que este espectáculo me lo merecía.

El Gran Orlando se veía imponente con su traje de lentejuelas y su capa reluciente.
Unos segundos después nadie podía dar crédito a la transformación de la que había sido testigo. Todos aplaudieron sin cesar la gran proeza, mientras un rastro de plumas acompañaba la incontrolable carrera de un pollo asustado.

CRSignes 060808

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12
Feb

Junto a las sombras

Si no fuera por ella, no serías nada. Has pasado tanto tiempo observando a través de su mirada, que ese frío ojo, te ha contagiado la insensibilidad.

¿Qué podía saber aquella puta? La conocía desde hacía años, pero la intimidad compartida concluía una vez me alejaba del lecho. Tal vez aquellos golpes, que de vez en cuando le dejaba caer sobre ella, habían forzado el resquemor, y esa era su venganza.

Nunca vuelvas a cruzarte en mi camino. —Grité hacia el ventanuco desde dónde la muchacha me observaba con indiferencia. Había prescindió de sus servicios posiblemente a causa de su comentario sincero.

Solté lo que llevaba entre las manos con rabia, como quién se desprende de algo maligno, vociferando insultos hacia el objeto que desparramaba trozos sobre la acera, dejando al descubierto sus entrañas, amasijo de celuloide y metal, ahora al descubierto.
Observé mis manos desnudas. Sintiendo un vacío inexplicable. Con esa acción, ¿estaría menospreciando mi pasado? ¿Qué sería ahora del futuro? Aquella cámara había cubierto todas mis necesidades.
Aún no satisfecho pateé los restos, y a punto estuvo de perder un equilibrio ya de por sí dañado por la ingesta de alcohol y otras sustancias. Me alejé.

¿Dónde está tu alma?
¿Quién ha dicho eso?

Aquella voz, no parecía salir de ningún sitio. Era una mezcla sonora de diferentes tesituras, como si decenas de individuos me recriminaran. Miré hacia atrás refugiándome incluso de mi propia sombra.
La paranoia, parecía querer tomar posesión del cuerpo, una vez infestada mi mente inquieta y esquiva. Me estremecí. ¿Y si tenía razón?
La escasa luz se colaba por entre los restos de la cámara, velando el rollo de película que una ligera brisa agitaba, proyectando sombras alargadas y difusas sobre el pavimento y las paredes del fondo del callejón, que conformaba decenas de formas casi humanas.

Dónde has dejado tu alma.
¿Qué insinuáis? —Grité
No puedes dejarla desparramada por el suelo. Recógela.

Regresé intentando recoger los restos de mi fiel compañera. Pero a cada paso otra pieza más se desprendía, desmenuzándome. Quizás ella tenía más razón de la que pensaba, y podría haberme ayudado.

Vengo en busca de mi alma. —le hubiera dicho. — ¿Puedes ayudarme?

Pero apenas si pude alcanzar la entrada de aquel burdel.

CRSignes 071108

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10
Feb

La sombra proyectada

Para Cefe con todo el cariño del mundo

Regresábamos exhaustos, la larga marcha tendría su merecida recompensa. Parecía como si los animales presintieran la inmediatez de nuestro destino. Ellos más que nosotros poseen aún los instintos que el tiempo nos ha robado. El sol desaparecía lentamente entre las dunas, a nuestras espaldas. El éste se revelaba esperanzador, y ya con el juego de las últimas luces pudimos ver el oasis.
Cefe, desde su atalaya, seguía en el transcurrir de las horas la ruta del oeste, nada escapaba a su atenta mirada. Se sentía orgulloso de poder servir al pueblo que le acogió. La música de las herramientas que sacaban provecho a la tierra fértil bajo sus pies, cesaba ya, y los cansados agricultores recogían los frutos del esfuerzo diario.
Descendió para dar cuenta de nuestro regreso. Mientras se arrimaba a la tienda del jefe, se perdía en el recuerdo de la vez primera que pisó aquella arena húmeda y hermosa. La paradoja del destino que le habían pronosticado, enlazaba con la mejor de las formas. Un oráculo cualquiera, dio con sus ilusiones perdidas al desvelarle que, su búsqueda de la felicidad, acabaría entre el calor y la fuerza de un sol implacable y cruel. Fue un duro golpe a sus ilusiones. Había nacido entre la arboleda, en las húmedas tierras del norte, un lugar amado del que jamás pensó salir y al que nunca regresó. Pero el destino le obsequió con los más dulces frutos, y fue recompensado con creces entre la comunidad que desde hacía años le cobijaba. No recordaba las tristes circunstancias que lo llevaron hasta allí, pues el placer había borrado toda huella de dolor. Cefe sabía mejor que nadie el valor de las cosas. Desde su privilegiado destino, desde la suerte que suponía poder mirar a todos desde lo alto en todos los sentidos, no tuvo nunca dudas de cuál era su lugar. En cierta forma recuperó parte de esos sentidos que el tiempo nos ha negado.
Vi ascender su sombra proyectada por la luna mientras mi camello se adentraba en el campamento. Canturreaba una canción de su antigua tierra, y yo no pude más que dejar escapar una lágrima deseando llegar a ser como él. Admiraba su determinación, su complacencia, la aceptación de la vida que el destino le había ofrecido. Pero por encima de todo, el amor que en su interior atesoraba. Ese sentimiento puro carente de prejuicios.

CRSignes 050705

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4
Feb

Terapia de choque

—Busco mi identidad —afirmó mientras descendía.
Unos objetos se alejaban, otros cada vez estaban más próximos. Clin, clan, crac, plaf, chin, chan… Tarde descubrió que un espejo padece el síndrome de múltiple personalidad.

CRSignes 2004

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28
Ene

Sentirse bien con uno mismo no elimina los males, pero ayuda

Consultó a todos sus conocidos. Se desplazó hasta encontrar un buen médico especialista, pero nada. Aquel rumor constante, aquella comidilla de voces estridentes y silbantes no cesaba.
Acudió entonces a un centro de belleza en donde, al menos, pudiera sentirse bien consigo misma. Se sentó en el asiento que le ofrecieron y se dejó hacer.
Todo hubiera ido mejor de no ser por el perseverante cuchicheo que llegaba a sus oídos. Creía que el revuelo y la algarabía despertada eran injustificados.
Cuando por fin salió de allí, tuvo que realizar muchos esfuerzos para calmar las protestas que había provocado aquella vanidosa acción.
Qué difícil es para una Medusa conseguir de las serpientes, que coronan su cabeza, un sentimiento de solidaridad ante la necesidad de sentirse más atractiva.

CRSignes 12/12/2003

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26
Ene

Los Funerales de Xiang Ti De Ricardo Acevedo



(A CRSU)

Le llegó la muerte a Xiang Ti justo el mismo día que se terminara de construir su tumba.
Malos presagios vio el mago de la corte y así lo hizo saber el nuevo Monarca.
-"Veinte mil obreros trabajaron horadando las montañas gemelas, otros diez mil artesanos la enriquecieron con su arte y la transformaron en fortaleza inexpugnable... Pero conocen el secreto de sus trampas y tarde o temprano profanarán los venerables restos de vuestro ancestro."
Enfurecido ante tal hecho el Nuevo Emperador impartió precisas órdenes y al otro día la devastadora acción del veneno se podía ver en los treinta mil rostros.
Pero el Rey fue más precavido y pensó en los pueblos vecinos y en los embajadores de rostros inquisidores.
Para cumplir la orden un secreto ejército ejecutó la selecta matanza, degollándose entre ellos al final.
Ahora las calles están vacías de cantos y chismes. Nadie vigila las puertas del Castillo, en el Gran Salón (ahora transformado en patíbulo) danzan la sombra satisfecha del Nuevo Rey.

Ricardo Acevedo E.

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23
Ene

Presencia y rumor

La finca se había quedado a oscuras. Acostumbrarse a la claridad proyectada desde el portalón de la entrada era lo que tocaba. El interruptor de la luz no funcionaba y el ascensor tampoco. Un estremecimiento en el estómago, el mismo que notamos cuando el peligro nos acecha, fue pasando de uno a otro, recorriendo la escalera de arriba abajo. Era ridícula aquella angustia; el temor a la oscuridad solemos abandonarlo en la infancia encerrado en algún armario. En el eco de la escalera el rumor de los vecinos enfrascados en discusiones, cháchara y cotilleos. Ninguna linterna para mitigar la oscuridad, ni un maldito fósforo en los bolsillos. Los rumores dan paso a la incertidumbre, dicen que una sombra recorre la escalera sin descanso. La penumbra acrecienta el miedo.
En el primero, Doña Luisa ni se digna a dirigirme la palabra, siempre se ha dejado influenciar por todos, con criterio confiaba en su encanto y amabilidad, pero me equivoqué. En el segundo apenas un fuerte portazo me provoca un respingo, me altera. Un balón se desliza rápido, lo esquivo; seguido a él los niños del sexto, suerte de mis buenos reflejos. Cuando llego al cuarto, el alcohólico de Rafael, individuo rijoso y pendenciero donde los haya, está montando otro de sus numeritos; con virulencia increpa a su esposa para levantarle la mano después. Algo sucede que le persuade de sus intenciones, me gustaría pensar que ha sido mi presencia, pero lo dudo, no se amedrenta con nada. Conforme avanzo y me acerco a casa, comprendo menos la incómoda oscuridad que tan sólo a mi parece afectarme. Un acontecimiento acrecienta mi incertidumbre: nadie se me acerca, intento hablar pero me ignoran; el fenómeno se vuelve incomprensible cuando sin saber el porqué retorno a la planta baja. La memoria me devuelve al lugar de partida.
¿Qué hago aquí? El interruptor de la luz no funciona y el ascensor tampoco. Los ruidosos coloquios de los vecinos viajan deprisa, como el agua en las acequias; parecen espantados; se oyen cada vez más cerca. Intento subir pero algo me lo impide. Pasando por doña Luisa, uno tras otro se apartan, intentan esquivarme, no me atienden, les ahuyento, les incomodo. Sigo sin comprender. Tal vez cuando emprenda nuevamente la senda hasta mi casa, tengan en cuenta mi presencia, mi necesidad, y pueda al fin llegar a la meta.

CRSignes 041007

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20
Ene

El entierro del abuelo

De poder hacerlo lo hubiese parado, por eso le complací.
Aún recuerdo el día en el que a su buena amiga de letras, Eloisa, aquella con la que se debatía entre el amor y el odio, le dieron tierra. Ya entonces Don Pascual, así le gustaba que le llamáramos, “respeto... ¿dónde iremos a parar?”, decía antes de dispensarnos un coscorrón había perdido el juicio. “Cosas de viejo”, comentaba mi padre.
Sucedió un día de invierno, el cielo gris plomizo y la amenaza de lluvia no eran obstáculo para que el cortejo fúnebre, que trasladaría a Eloisa al cementerio, se retrasase. Aún así, Don Pascual aguantó un par de horas extras frente al domicilio de la finada soportando comentarios soeces y algún que otro cotilleo que caldeaba el ambiente.
Toda la vida se las dio de adelantada —decía una.
¡Uy! Eso no es nada, ¿recuerdas cuando pensó que llegaría a ser una gran poetisa? Pero si no sabía hacer la “o” con un canuto...
Don Pascual contuvo su rabia por educación o tal vez por miedo a que su moral fuera la próxima en ser desnudada. Sacaron el féretro y lo dirigieron al vehículo repleto de coronas y ramos.
Pero, ¡qué falta de respeto! —saltó el abuelo. —Ya le decía a mi padre que los caballos estaban próximos a desaparecer, y por esa vicisitud nada seguiría igual.
Pero Don Pascual, ¿qué dice? Venga hombre, tranquilícese.
No hubo forma de calmarlo. Se mostró irascible y descaradamente ofensivo. Mandó a todos los que se le opusieron a tomar viento, y acercándose hasta el ataúd prometió no morirse ni ser enterrado hasta ver tornar aquellos tiempos en los que el buen gusto estaba en consonancia con al categoría del difunto.
A partir de aquel día se le pudo ver vestido como antaño, como si el tiempo hubiese retrocedido o hibernado desde finales del diecinueve. “Cosas de viejo”, sostenía mi padre que seguía bien de cerca los pasos del abuelo.
Un día el corazón de Don Pascual no aguantó más, se detuvo al tiempo que sus recuerdos.
Sus restos aguardaban en el coche mortuorio la partida. Siempre me cayó bien el anciano por eso le complací. Llegué a tiempo de poder cambiar aquella caja de roble con sus despojos al coche de caballos que, engalanado para una pompa fúnebre como de otros tiempos, recorrió el pueblo ante la admiración de todos.

CRSignes 060207

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17
Ene

Buscanso empleo

El día de nuestra llegada nos sorprendió la bienvenida, la cordialidad de los que serían nuestros vecinos. Nos hicieron sentir bien. ¡Muy bien! La casita era pequeña pero se acoplaba a nuestras necesidades, al menos, no se parecía al chiringuito que habíamos dejado atrás. Llegamos al pueblo después de muchos meses dando vueltas, en busca de un empleo, y de pronto encontramos en aquél municipio, trabajo, tranquilidad y ¡un hogar! Al fin serenábamos unos ánimos bastante maltrechos. Escribíamos el último verso del poema más triste de nuestra vida.
Las semanas pasaban y cada día nos sentíamos peor; llegábamos a casa derrotados; aprovechábamos hasta el último segundo, entre luces crepusculares, para descansar, pero no era suficiente; la debilidad cada vez era mayor, por lo que decidimos acudir al médico. Según él, “…están como rosas”, afirmó; no nos veía nada, y como si de falta de combustible se tratara, nos recetó un complejo vitamínico.
Una tarde después del trabajo, ya de noche, me sorprendió ver unos extraños dibujos en el alféizar de una de las ventanas; pregunté a Sole, quien me dijo que sí que los había visto, pero que pensó que no eran nada. “Cosas de chicos”, dijo. Mi inquietud se volvió curiosidad y recelo al comprobar, que aquellos enigmáticos grafismos, desaparecían con la luz del alba siendo únicamente visibles por las noches. Pregunté, pero nadie parecía querer contestarme. No lograba permanecer despierto, era imposible, hasta que asocié los dibujos con nuestro agotamiento y los borré. Fue como liberarse de una pesada carga.
No sin temor, como un depredador en busca de su presa, me encaminé hacia el pueblo. Una neblina densa apenas si me dejaba ver. A medio camino, descubrí horrorizado a la mitad de mis vecinos presos de algún tipo de hipnótico trance (posiblemente el mismo que habíamos sufrido tanto Sole como yo). Trabajando en una misteriosa excavación, eran dirigidos por varios miembros destacados de la comunidad, entre los que se encontraba el médico. No me detuve para averiguar nada más, preferí permanecer en la ignorancia.
Recogimos nuestras pertenencias inmediatamente, y nos largamos.
Aún seguimos buscando un hogar, un trabajo y una tranquilidad. Ahora recelamos de las bienvenidas cordiales, de los empleos fáciles, y nunca dormimos en una habitación, si antes no hemos comprobado que no hay dibujos en sus ventanas.

CRSignes 280805

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15
Ene

Paz

La paloma regresó a su refugio portando en su pico la pesada carga que nadie quiso recoger.

CRSignes 2003

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12
Ene

Fin de trayecto

El pájaro casi rozándola, la niña saltando a la comba, una madre camino de su casa, el niño que insistentemente levanta al aire la pelota multicolor tal vez culpable de su partida, el vehículo tan rápido que apenas si se distingue su color y la tierra que alzada por el viento detiene por breves instantes su camino.
Todo eso es lo último que pudo distinguir antes de llegar al suelo fin de su trayecto.
La hoja cae para nunca más alzarse.

CRSignes 2003

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9
Ene

El comprador de alfombras

Recolocó la ropa como pudo; nunca había sabido hacer bien la cama, pero no quería que su esposa sospechara nada, y menos aún que notara que el lecho conyugal había sido gastado.
Siempre sucedía igual, le resultaba sencillo abordarlas donde fuera, no necesitaba de ningún antifaz que le procurase una imagen distinta de su persona. Todavía no había encontrado a ninguna que le pusiera pegas por estar casado. Sólo tenía que hacer mención de un matrimonio cada vez más famélico en sentimientos para conquistarlas. Un pequeño paseo, un café, conversación... ¡Era una persona encantadora y atractiva!

- Me disculpas un momento guapa...
- ¡Páisa! ¿Compra? Buena, muy buena alfombra.
- Si, si. ¿Cuanto?... La compro...

Con la alfombra bajo el brazo la convenció para que le acompañara.

- Ven conmigo, estará enseguida. Debo dejarla en casa. Es un regalo para intentar arreglar mi matrimonio, ya sabes... Luego te invito a comer...

Buscó concienzudamente las prendas esparcidas por la habitación, y sentándose en el borde del lecho aguardó hasta que su ya de por sí acelerado corazón se calmase.

- ¡Pobre chica! Seguro que se ha pasado la vida trabajando para ir siempre a la vanguardia de la moda, pensando quizá que así conquistaría alguna mayúscula fortuna...

Sobre la alfombra se hallaba el cuerpo inerte en el que momentos antes había consagrado toda su pasión. No acababa de comprender el despropósito que movía los hilos de su implacable ira, ni por que pasajes se perdía su mente para que en el más alocado frenesí, cuando la pasión daba rienda suelta al galope acompasado de los cuerpos, a punto de alcanzar el clímax, se abalanzara sobre su oponente sexual para estrangularla hasta la muerte.

- Esta es la última vez que me deshago del cuerpo de esta forma.

Debía encontrar otro método. Con el cadáver envuelto perfectamente se dirigió con su coche hasta el primer descampado que encontró.
Por todos los rincones de la ciudad, la policía buscaba para interrogar a los vendedores ambulantes de alfombras, querían saber si tenían algún cliente fijo.
Claro está que él ya se había encargado de no repetir nunca el mismo vendedor.

CRSignes 020605

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7
Ene

El muérdago siempre bien alto

"Lo veo en lo alto. Creo que se me olvida algo, pero allí está; debo permanecer bajo el muérdago. Pronto aparecerá Isabel, y no puedo perder la oportunidad de besarla en los labios. No tengo fuerza, siento lacio mi cuerpo. Ahora el malestar; debería ir al oculista, mi vista se enturbia... Cálmate Miguel y cierra los ojos. ¡Esa luz está demasiado fuerte! ¿Y ahora qué sucede? Me parece ver al trasluz unos cuerpos menudos que se acercan. Al menos los veo definidos. ¿Parecen? No puede ser... jajaja ¡Son gnomos! Jajaja Esto no puede estar pasando; cerraré los párpados y los abriré rápidamente… ¡Pues mira! Aún siguen ahí. Espero que Isabel no tarde, me gustaría que los viera. Tengo ganas de ver su cara, sentir su sonrisa ante esta mágica escena, pero no antes de que le dé el beso. Ha estado desafiándome todo el año, y ahora que por fin es Navidad no va a librarse. Demasiados años sin atreverme a nada. Llegaron a decir que para los sentimientos era un verdadero holgazán, y era cierto. Nunca quise comprometerme; ahora no es que tenga muchas más ganas, pero creo que ya ha llegado el momento de cambiar de vida, de sentar la cabeza, de dejar de dar alas a la esperanza de encontrar una vida mejor. ¿Qué puede ser mejor que dejarse querer por alguien tan dulce y comprensivo como Isabel? Recuerdo que cuando la vi por vez primera, sentada al borde del lago, creí que era un hada; tal vez por eso no se extrañe cuando vea a estos seres diminutos que ahora me tienen rodeado... jajaja ¡No me hagáis cosquillas! Cuando llegue Isabel prometo bailar con vosotros hasta desfallecer. Lo prometo.
¿Qué me está pasando? Desfallezco, pero al mismo tiempo siento que ya estoy desfallecido. Mi cuerpo sigue sin fuerza, pero lo veo todo claro. Los gnomos si están claros, el muérdago sigue allá arriba, y ella está aún por llegar.”

………………………

-Dígame doctor ¿se curará? –Dijo Isabel entre sollozos.
-No le puedo asegurar nada señorita. Mientras le mantengamos con drogas, permanecerá estable del accidente, pero si se las quitamos...
-Tan sólo le ruego que conserven el muérdago sobre su cama. Es muy importante para ambos. ¡Mire doctor! ¡Abrió los ojos! ¡Los abrió!

………………………

“¡Sí! ¡Ahí está! La veo. ¡Isabel está ahí! Me está mirando y sonríe... ahora la podré besar.”

CRSignes 090805

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3
Ene

Angelillo

Cuando llegaba la calle se quedaba vacía, todos le temían. Se había ganado el respeto a pulso, después de años de públicas demostraciones de fuerza. Su vigor lo había alzado al promontorio más elevado del mando gatuno, gozaba pues de todos los privilegios, y nadie osaba enfrentarse a él. Los apelativos más cariñosos que se pronunciaban cuando se acercaba, un hecho fácilmente identificable por la estampida generalizada que lo precedía, no son muy agradables al oído, pero eran una muestra sincera de los sentimientos que despertaba en la vecindad.
Angelillo, un nombre que más parecía un galimatías dada su conocida fama de matón, tenía más de diez años, era tuerto y cojeaba un poco. De pequeño había sido el más cariñoso de su camada. Fidéncia, su dueña, al ver su cara demacrada y triste, se preguntaba si no se vería preso de la melancolía por su pasado. Cada vez que cruzaba la calle, justo enfrente de su casa, todo lleno de mataduras ensangrentadas y cojeando, lo llamaba en un desesperado intento por conseguir curarlo y mimarlo. Fidencia sentía debilidad por aquél gato, pero Angelillo era feliz, tenía a todas las gatas prácticamente para él solo y nadie se atrevía a plantarle cara. Casi todos los machos del barrio guardaban de él algún recuerdo a modo de cicatriz. Los vecinos se la tenían jurada, pero nadie le hizo nunca ningún daño. Tarde o temprano, pensaban, surgiría de entre los machos de una nueva generación aquél que le obligaría a claudicar, y era una realidad bien próxima. A Angelillo ya no le quedaban dientes, en las ocasiones en las que le di algo de comer, pude perderme en su rostro desfigurado, sus orejas gachas llenas de cortes, y su nariz partida. Se quedaba fijo mirándome esperando, quizás, una respuesta a su futuro, o eso parecía leer en sus ojos; o tal vez se podía intuir la necesidad imperiosa de un merecido descanso en el hogar que le vio nacer, disfrutando de la íntima quietud de unas caricias sin sobresaltos, sobre el regazo de su dueña sosegándose de la azarosa vida.

CRSignes 280605

Nota: Angelillo siguió recorriendo sus dominios hasta mediados del año 2007 (en 1995 año en el que me mudé a mi casa ya rondaba por ahí), la gangrena que le consumía por fuera, y posiblemente por dentro, no le impedía seguir siendo el rey del barrio, ni preñar todas las gatas. Fue un ejemplo de supervivencia y fortaleza. Un día desapareció, nos quedó el recuerdo de su presencia y un hijo que es su vivo retrato.
Aquí lo tenéis.

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1
Ene

Tardes de sombra y té

Mi abuela consideraba que era necesario tomarse un descanso justo a la mitad de la tarde.
Todas las tardes, al salir de la escuela, me escapaba de casa y corría por la calle de arriba hasta su casa. El adoquinado camino se abría paso entre las sombras de las casonas fuertemente custodiadas por sus escudos de armas, único testigo de un pasado cerril que ya no decía nada.
A esa hora ella sacaba lo mejor que tenía dentro.
Años más tarde, antes de que el tiempo me la arrebatara, le pregunté por qué desconcertaba a la gente con su comportamiento, y me dijo agarrando mi mejilla con dulzura, “Hija mía, en esta vida hay que estar preparados para hacer lo que se debe. Por eso no dejes nunca de reservar para ti un momento exclusivo para desarrollar lo que realmente quieres.”
Era como si se transformara. Del alba al ocaso, se había fraguado un carácter duro con el que logró sacar adelante a toda su familia. Viuda desde muy joven y con cinco hijos que domar, luchó para sobrevivir. Detallista y sincera, de esas personas que como se dice no tienen pelos en la lengua, acaparó la atención de todo el mundo, y consiguió a la par tantos amigos, como alevosos malintencionados no la aguantaban. Nadie la conoció bien. Madrugaba para hornear unas pastas con las que acompañar las “tardes de sombra y té”, como ella las llamaba. Aquellos deliciosos rollos bañados con azúcar glaseado, estaban aromatizados con agua de azahar. Lamentablemente murió con la receta. Nunca le dijo a nadie que era ella la que los cocinaba.
“Algún día te la daré.” Esas fueron sus palabras el día en el que la descubrí. Una mañana, quise agasajarla con el desayuno en la cama, y me la encontré sacando aquellas deliciosas pastas del horno.

A las tardes de sombra y té, acudían sus amistades deseosas de conversación y juego. No había día en el que no se celebrara una animada partida al parchís o al cinquillo; que no se contaran historias; o que no se viera pasar la tarde tomando un genuino té de Ceylan, mientras el sonido de las cucharas removiendo los azucarillos, nos transportaran con su música a las lejanas tierras de las que procedía.
Los años han pasado y yo he dejado de ser el torbellino que lo revolucionaba todo. He rescatado el recuerdo de aquellas hermosas tardes de sombra y té, y ahora yo misma soy la que las organiza.

CRSignes 060106

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30
Dic

Lluvias

Podían pasar horas antes de que Sebastián volviera a reaccionar. Nos amábamos con locura; pero eso no era suficiente motivo como para que él me confiara qué pensamientos lo abstraían. Nuestra vida en común, los años más felices de mi vida, se había movido sin dificultades; la empatía entre ambos era completa; sólo aquellas pequeñas ausencias, envolvían de misterio los días, pero de tanto esperar la respuesta, pese a mi perseverancia, había acabado por ignorar aquel peculiar ensimismamiento.

Te quiero, te quiero, te quiero,... —le escuché y salí corriendo para ver que le pasaba.
Y yo Sebastián —Le dije.
¿Decías algo?
Esa si que está buena. Te has pasado cinco minutos repitiendo “te quiero”. Te contesto, y resulta que no te has enterado. ¿Para quien era ese lascivo pensamiento?
Titubeó antes de afirmar que para mí.
Te crees que me chupo el dedo. No, si tarde o temprano tenía que salir. ¿Cuánto hace que la conoces? No quiero ser el hazmerreír de nadie. —Le di la espalda.

Era fácil seguir el camino que franqueaban las gotas de lluvia sobre el cristal de la ventana abierta. No podía llorar. Le presentí y me quise apartar, pero algo sucedió que no lo logré. Justo al notar cómo rozaban sus manos mi cara intentando enjugar aquellas inexistentes lágrimas, caí presa de un hondo pesar, y me derrumbé. Tuve la extraordinaria sensación de haber vivido ya todo aquello. Las gotas de lluvia, vinieron a dibujar en mi rostro la húmeda tristeza que le faltaba. Sebastián me besó mientras se deshacía pidiéndome perdón. Eso vino a reforzar la impresión y la evocación de algo, que estaba convencida que nunca fue.

Vida mía —dijo — ¿Crees en las vidas pasadas?
¿Por qué me preguntas eso? —me desconcertó su consulta. Dudé unos instantes antes de afirmarle que no.

Se alejó dejando el silencio como réplica. Aspiré profundamente la fresca intromisión de la calle, y como por arte de magia me vislumbré compartiendo un espacio desconocido; frente a mi, una anciana mujer agarraba mis manos con fuerza intentando secar las lágrimas que, de su cara, yo había recogido, apenas un segundo para retornar en mi y ver que Sebastián estaba llorando.

La lluvia nos trae aromas y recuerdos que teníamos olvidados, como pequeños dejà-vú de vidas pasadas. Siempre te he amado y siempre te amaré, algún día espero que puedas verlo.
Lo sé Sebastián, ahora ya lo sé.

CRSignes 280407

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26
Dic

The Karel Čapek Trouppe: el espectáculo más grande del mundo

Los crearon para los trabajos más ingratos, pero aquello hundió en una crisis mayor a la población humana. Por ello fueron relegados al mundo del entretenimiento.
Dudo que venga alguien. Los animales se incomodan con las permanencias cortas.
¿Y ahora los animales? ¿Por qué tanto jaleo?
La lluvia había convertido la calle en un barrizal.
RaK-EE guardó silencio. Un individuo, que se identificó como sheriff, se acercó.
¿Los permisos? Está prohibida la mendicidad, la vagancia y los espectáculos públicos. Si no se marchan esta noche emplearemos la fuerza.
Lo que más le molesto a Fra-Z-N fue que se cuestionara su trabajo. Demasiados años recorriendo mundos, ganándose hasta el último centavo con sacrificio.
¿Con quién debo hablar para ofrecer nuestro espectáculo? —Fra-Z-N había aprendido humildad.
No me han entendido, monstruos. ¡Qué se larguen!
Un mal presagio fue ver cómo los pocos carteles que habían colgado de las paredes se desprendieron por la fuerza del agua. Las fotos de la grotesca trouppe del circo de androides acabaron en el fango.
La noticia cayó como un jarro de agua fría. La lluvia retrasó la labor de los subalternos. El trabajo se complicó. El plazo no iban a poder cumplirlo.
¿En qué piensas, RaK-EE?
¿Cuántos años llevamos juntos?
No sé. ¿Muchos?
Hablo en serio.
Si no me equivoco 235 en agosto.
¿De veras no lo recuerdas?
¿A qué te refieres? Mis circuitos están repletos de datos, más bien de coordenadas, de rutas. Fui reprogramado para organizar espectáculos de animación; quizás necesite algún ajuste de memoria. No me pareció ésta una de esas colonias humana que nos rechaza. Cuéntame, ginoide mía.
Y no lo era. Durante la reconversión millones… de… de los…. los nuestros fueron des… desmantelados.
¿Qué sucede?
Con esta… es… ta… medida, los huma… humanos ahorraron millon… nes en reestructuración. ¿No te extrañó encontrarte con tan po… cos…como tú? Tuve mie… miedo y hu… í.
Pero el tiempo ha pasado.
Lo sien… to Fra-Z-N. Todo fue aut…o… mático. Por emisión de mic…croon… das, alteraron nues…tros nuestros circuítos, purgando nuestros compo… nentes, para su… su autodestrucción. Cre… o que es ta… tar…tarde para to… todos. Las radiaciones siguen encen… didas.
RaK-E-E se apagó definitivamente y Fra-Z-N apenas si logró asomarse a la ventana para ver cómo los equipos de limpieza barrían los cuerpos sin vida de sus compañeros, desperdigados por el suelo.

CRSignes 150408

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19
Dic

¡Diablo de crío!

El detenido ingresó en prisión, pasadas las cuatro de la madrugada. Realizó una confesión completa en presencia de su abogado. Durante su declaración (llena de incongruencias, afectado, sin duda, por algún tipo de shock), no cesó de jurar, que había quemado no sé qué manuscrito, legajo que según él, sobrevivía a todos los intentos de destrucción y que había encontrado en el callejón de acceso a su casa.
Venga García, el tiempo es oro. Déme un culpable. Demuestre que no es tan lerdo como dicen.

El prestigio del teniente García estaba en juego, presentaba su caso ante el imponente comisario Gómez, un tipo de trato difícil. Estaba nervioso.

La autoría de los crímenes, la muerte de los cinco inquilinos del número 9 de la calle Perales, a excepción de su hijo que no sufrió ni una magulladura, cometidos la madrugada del pasado martes 3 de junio, la corroboró al indicarnos la localización exacta del arma homicida, un cuchillo de cocina de veinticinco centímetros de hoja, que ya obra en poder de la policía científica. En su narración que, si me lo permite, calificaría de irracional e incoherente, parecía que desvivía lo vivido. Paso a leerle, textualmente, un fragmento de la misma: —el teniente tragó saliva antes de de continuar — “…Un poder irracional se apoderó de mí al recoger el manuscrito. Recuerdo haberlo quemado, ser testigo de cómo las llamas verde-azules de su alquimia maldita lo consumían. Pero al instante, encontré a mi hijo jugando con él, gesticulando de una forma demoníaca. Reconocí el rictus de su mirada, pues lo había visto en mí al recoger aquel manuscrito. Se lo arrebaté de las manos y lloró como si le hubiese robado la vida. Recuerdo haber hecho el amor con mi esposa… ¿dónde está? Y al despertar allí estaban ustedes, apuntándome con un arma. Sé que he hecho algo terrible, pero por el amor de Dios quítenle ese maldito papel a mi hijo.” Una cosa más señor. El acusado intentó convencerme de que su hijo, acabaría haciendo lo mismo que él. ¿Se lo imagina? ¡Un bebé de tres años!
Gracias García. Vaya a hacer compañía a ese niño, no tardarán en llegar los servicios sociales. Por cierto, no intente quitarle el rollito de papel que lleva en la mano, llora mucho. ¡Diablo de crío!

CRSignes 310708

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16
Dic

El diario

Mi vida está unida al mar. A última hora de la tarde salí a pasear hasta la playa, aunque una helada brisa obligaba al retiro. Sentía un inmenso pesar; mi árida existencia, creía, había llegado a su último capítulo. Al sentarme sobre las rocas, observé en la orilla un libro apunto de ser arrastrado por las olas. Lo recogí antes de que se perdiera entre la arena y el agua. El líquido parecía haber empapado nada más que la gruesa cubierta; pero al abrirlo comprobé que la humedad dañaba también sus hojas. Decidí regresar a la fonda en dónde trabajaba; el calor del hogar podía salvarlo. Hasta aquella playa, llegaban los objetos perdidos de los barcos que se hundían. Quise descubrir su origen, parecía un diario, pero el cansancio propio del día que terminaba me obligó a retirarme, dejando el libro entreabierto apoyado frente al fuego.
Al día siguiente, emprendí las obligaciones que el trabajo me exigía, y fue casi a media mañana que recordé mi hallazgo; un brillo extraño parecía envolverlo, por un momento pensé que alguna brasa había tocado sus páginas ya secas y próximo estaba a sucumbir entre las llamas. Al girarlo, me sorprendió contemplar cómo sus letras desaparecían al tiempo que la humedad se elevaba en forma de vapor. Por una extraña cualidad, aquella tinta etérea se volatilizaba como las ganas de vivir se diluían en mi mente. La tristeza dejó paso a la angustia; un extraño fuego quemaba mis entrañas acelerando la desaparición del texto, y sólo el azar, fue responsable de que me diera cuenta de todo. Mi vida pasada, los acontecimientos recientes, incluso el paseo y el encuentro fortuito del día anterior, se hallaban allí escritos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Debía decidir si dejar que se extinguiese el texto junto con mi vida, o devolverlo al mar confiando en que éste volviera a engullirlo, para soltarlo únicamente cuando mi tiempo llegue a su verdadero fin. Ya en la playa lancé el diario bien lejos. Nada más podía hacer.
A la mañana siguiente, el trabajo se amontonaba en la fonda, como los mendrugos de pan sobre la mesa, y yo tenía que seguir viviendo. Ahora sabía que si el mar devolvía nuevamente aquel diario, mi vida estaría próxima a terminar. Solo esperaba estar conforme con ello si volvía a ser testigo del mismo hecho.

CRSignes 281207

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14
Dic

LLUVIAS de Ricardo Acevedo

Llueve sobre las estrellas

formándose charcos en espiral

hilos-vida infinita

que nos conducen siempre

a través del Tiempo

madurando mangos

limpiando calles

inundado mundos habitables

porque sus gotas son eternas

©Ricardo Acevedo E.

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8
Dic

Sala de Juntas

“Regresaron a la inseguridad de sus ciudades. Pese a todo, sabían cómo se llamaba el monstruo que acechaba en ellas. Cuál era su rostro.”
Parroquia del Sagrado Corazón, Año de Nuestro Señor 1550.

Lo encontraron agazapado al abrigo de unas rocas, en el fondo de la nava.
Recogieron su cuerpo con extremo cuidado. Precaución necesaria, pues en la primera inspección, cuando se disponían a palparle el pulso, el lóbulo de la oreja se fragmentó.
El médico certificó su muerte sin poder dictaminar las causas de su aparente acristalamiento. De esa imposible congelación a mediados del mes de julio.
El velatorio se hizo más emotivo ante las incógnitas que hacían referencia al misterio que acechaba a la población desde hacía centenares de años.

Corría el año 1863, España combatía con el cólera por tercera vez en cincuenta años y los muertos se amontonaban por doquier.
Por extraño que parezca, en aquella comarca, nadie contrajo la temible enfermedad, es por ello que ante la diatriba de permanecer junto al foco de infección o resguardarse del mismo, muchos fueron los que huyendo de la epidemia se acercaron hasta allí.
Con tanta animación, pronto olvidaron aquél extraño suceso.

A más gente mayor progreso.- Musitaba el alcalde que ya presentía un sobrio aumento en las arcas municipales.
Podré remozar la iglesia. —Comentaba el párroco mientras colocaba más bancos ante el altar.

Pero no tardó mucho en volver a suceder. Durante dos días, las batidas se alargaron hasta altas horas de la madrugada. Cansados de no obtener resultados, resignados ante lo que ya sabían, decidieron abandonar la búsqueda.
Dos días más tarde se volvió a repetir el suceso, y así una y otra vez.
Los familiares de los fallecidos desesperados pedían explicaciones. Les hablaron de extrañas luces nocturnas; bolas de fuego; duendecillos; e incluso espectros. Argumentos injustificables. Ni tan siquiera la certeza de que los cuerpos serían encontrados, de que podían ser enterrados, les consolaba.

¿Qué podemos hacer?

Aquellos sueños de progreso se desvanecían con cada familia que abandonaba el pueblo.

¿Qué hicieron nuestros predecesores? —Se preguntaban.
Nada, como nosotros. No hicieron nada.

En ese momento, un grupo de vecinos portaban en una carreta repleta de heno, los cuerpos cristalizados de los últimos desaparecidos. Cuerpos que nadie reclamó y que, como sucedía desde hacía cuatrocientos años, fueron a enriquecer, con su presencia, la “Sala de Juntas” del Ayuntamiento de aquel misterioso pueblo de Castilla que espero nunca encontrar.

CRSignes 290606

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5
Dic

Visita nocturna

Tía Engracia se había empeñado en querer que la acompañara a un largo viaje, algo que no me hacía ni pizca de gracia. Su casa estaba repleta de santos y reliquias; era un lugar de devoto recogimiento; intuía que la vida, junto a ella, podía llegar a ser una pesada carga.

¡Ave Maria Purísima!
Adelante hijo.

A Soledad, mi tía, la había intentado ingresar en un convento antes de que se enamorada de Justo, el lacayo de mi abuelo, y se casara con él.

Pasa Rafael. Tu tía, está en la capilla... rezando.

Se acercó con mimo para darme un beso. Por suerte, tía Engracia, estaba levantándose ya.

¿No piensas besar a tu tía? ¿A qué se debe tanto honor?
Anoche me pasó algo extraño.
Ofrécele el brazo a esta anciana y sigue contando —me dijo.
Tía, ¿usted cree en el Príncipe de las Tinieblas?
¡Ave María Purísima! ¿A qué viene ese interés? —dijo santiguándose.
Serían las tres de la madrugada y me despertó un fuerte hedor. Al abrir los ojos me encontré, cara a cara, con un extraño individuo.
Y ¿cómo dedujiste que ese elemento era el Maligno?
Después de presentarse comenzó a hablar; me dijo que debía pagar los pecados de su pasado, tía.

Tía Engracia palideció. Si no llega a estar asida a mi brazo, cae en redondo.

Pero ¡no tuvo tiempo de más!
Y ¿cómo es eso?
Porque antes de que pudiera continuar, metí mano bajo la cama, saqué mi trabuco, aquél cuyo estruendo parece el de un mortero, y disparé.
¿Escapó? —dijo mi tía muy asustada.
Que ¿si escapó? Fue tal el susto, que en su estampida, se lo llevó todo por delante.
Gracias hijo mío. No sé cómo te lo voy a pagar.
¿Pagarme? Tía, lo que debe hacer es estar atenta, no sea que ahora vaya directamente a por usted.

Por Soledad supe que mi tía, cayó enferma. Por lo visto, no abandonó el orinal en toda la noche, tal fue la descomposición que por el miedo se le formó en el cuerpo. Aunque lo mejor de todo vino al día siguiente, cuando me anunciaron que había suspendido su viaje.

CRSignes 170406

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3
Dic

La última cosecha

Los sarmientos ardían bajo la atenta mirada de Josep.
Sabía que en pocas semanas, si el tiempo no se endurecía, vería surgir los brotes de nuevas hojas de sus cepas dormidas.
La jornada terminaba ya. Aguardaría lo justo para ver extinguirse la última de las brasas y, regresaría a su casa al lado de su esposa.
Algunas gotas caídas durante la mañana y el color cada vez más profundo de un cielo a intervalos encapotado, le hacían temer una nueva nevada.
No sería el primer año que los almendros perdían hasta su última flor por el frío.
Caminaba despacio alrededor de la humeante hoguera, cabizbajo y pensativo, mil y una preguntas acudían a su mente. Todas las posibilidades fueron fraguándose para caer juntas en el crisol de su realidad. El año no había sido malo. El calor y una lluvia en su justa medida, favoreció la formación de un fruto grande, jugoso y dulce, extremadamente dulce. El vino joven se había valorado, en una primera cata, como excelente. Sin embargo las ventas habían descendido y las bodegas estaban por encima de las expectativas para aquella fecha del año.
Mientras el fuego se debilitaba, llegó a la conclusión de que el negocio no estaba del todo perdido, pues su preciado jugo, envejecido en las barricas de roble americano, se convertiría en delicioso caldo. Lo pronosticaba como el mejor de los últimos 10 años.
Rebuscó los aperos para no olvidar ninguno. Cargó la mula y antes de apagar el transistor, con el que acompañaba las laboriosas jornadas, dejó que concluyese un viejo tango.
Quiso cerciorarse del fin de la hoguera y la pateó con gusto, el humeante rescoldo se terminó de consumir.
Antes de virar por la agreste cuesta que le llevaría directo hacia su casa, se giró para comprobar que todo quedaba bien. Una bandada de descarados gorriones picoteaba sus pasos.
Por el camino decidió hacer un alto en las cuevas que, desde que aquellas tierras fueran ocupadas por los romanos, habían hecho de bodega. Tenía la suerte de ser propietario de un par de ellas y gracias a ese privilegiado emplazamiento podía sentirse orgullo de producir unos vinos codiciados tanto como admirados.

Descendió por las escalinatas de piedra y, a la luz de un farol, se dejó seducir por la limpidez y el brillo cristalino de la última cosecha.

CRSignes 080206

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30
Nov

El tratamiento

Sabía perfectamente cuales iban a ser las palabras de Alberto si se lo contaba: “Intenta no obsesionarte. Recuerda que las pesadillas te invaden cuando te pones nerviosa.” Maribel había visto aquella noche, justo delante del tocador, a una mujer. En su rostro era evidente la tristeza.
Llevaban años intentando tener un hijo, es por ello que cansados de esa panacea para ingenuos a modo de remedios caseros y populares, atravesaron el país para ponerse en manos de los médicos en la mejor clínica de infertilidad. Después de una semana de esperanzadoras pruebas, les dieron fecha para el primer intento de inseminación.
La noche antes Maribel estaba inquieta, y un ataque de insomnio la mantuvo despierta toda la noche. No hacía más que mirar aquel viejo reloj despertador, y éste parecía empeñado en no moverse a pesar del escandaloso retín de su maquinaria. Sobre las cuatro de la madrugada consiguió relajarse y cerrar los ojos. Entonces fue cuando un resplandor seco, como el producido por un flash, le hizo salir de su trance y la vio frente a ella; le estaba mirando. Lo primero que se le ocurrió fue que, tal aberración, sólo podía ser fruto de su imaginación, llegando al convencimiento de que estaba dormida, aún sabiendo que no era así. Lo que más le aterró, fueron sus ojos inyectados de odio, que se mantuvieron fijos en ella durante un minuto.
El tiempo pasó rápido y llegó el día de las pruebas que indicarían, después de una primera falta en la menstruación, si se trataba de un embarazo. Con gran alborozo, recibieron el resultado positivo. Podían regresar a casa.
Mientras aguardaban el taxi que les llevaría a la estación, Maribel, creyó que era un buen momento para contarle a Alberto su experiencia.

…Es por ello que llegué a pensar que se trataba de un mal augurio. —Concluyó.

Pero Alberto no era el único que atendía la narración. Un empleado del hotel no había perdido detalle.

Discúlpeme señora, si nos lo hubiera contado le habríamos dicho lo afortunada que era. Fue cierta su visión. Parece ser el alma atormentada de una mujer que se suicidó al enterarse de que nunca podría concebir un hijo. Es por ello que se aparece tan sólo a las parejas que pronto serán padres.

CRSignes 301205

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27
Nov

El poder de la palabra

Aquel sábado, en la playa, terminó pacíficamente su jornada. La temperatura comenzó a bajar, su tez palideció por el frío. Jugueteando con la arena fue a cortarse con un objeto de cantos vivos, enterrado. La sangre brotó escandalosa. A punto de levantarse, lo vio brillar. Nunca antes había visto un artilugio tan sorprendente. Aquel aparato, en apariencia mecánico, simulaba una caja vítrea. En casa curó su herida y se dispuso a observarlo mejor. Tenía la forma y el tamaño de un corazón humano; de un tono oscuro, se aclaraba al compás de su bien sincronizada luz, que emitía rítmicos destellos y acompasados silbidos. Imperceptibles cuando se hallaba apagado, unos símbolos, como letras, lo bordeaban por toda su superficie. Las manchas de su sangre impedían por espacios su lectura, así que las eliminó. En ese mismo instante se apagó al completo.
Recordó, que de niño algo extraño relacionado con las palabras le sucedió. Jugaba a fútbol frente al cementerio, el trato, que él hacía de portero. Sus amigos estaban tan entretenidos regateándose los unos a los otros, que se aburría. Fijó su vista en una inscripción grabada en la pared, y la leyó. Fruto de la casualidad o de la lectura, al tiempo que terminaba de interpretarla, desde el interior del cementerio cerrado a esas horas, pudo oír un gemido lastimero que le obligó a poner una excusa y regresar a casa atemorizado.

Había transcurrido cerca de veinte años, pero sus pasos le guiaron firmes hasta allí. Efectivamente, la semejanza no era casual. ¿Qué podía significar?
Apartando sus miedos leyó ambas inscripciones, pero nada sucedió. De regresó a casa decepcionado y sintiéndose ridículo, casi en la puerta del camposanto, vino a caer sobre sus manos un ave que rezumaba sangre. Teñido en rojo, el extraño corazón comenzó de nuevo con su palpitante luz. Una voz interior le conminaba para que se deshiciera de él, pero no lo hizo. Se colocó frente al muro inscrito, y leyó en voz alta. De repente, aquel texto desveló su truco, ordenó sus caracteres, y su cadenciosa letanía tomó forma de invocación que terminaba así:

“… HOC EGO CREO ET CONSECRO TE.
IN NOMINE DEI NOSTRI
SATANAS LUCIFERI EXCELSI.”.

Una fuerza descomunal lanzó su cuerpo al suelo, y el pecho se le abrió dejando escapar su corazón, mientras consumía los últimos latidos.

CRSignes 060408

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25
Nov

Intervalo de sirenas

Las sirenas suenan… Comienza.

Después de varios días así, parecen no querer darnos tregua. Lo peor, los bombardeos.
Sirenas... A mi se me revuelven las tripas tan sólo con escucharlas. Pertinaz y estridente sonido que me taladra hasta la mente. Sentir la orfandad por nuestra condición es lo peor. La jefa nos conmina para que aguantemos hasta el final. ¿Pero quién puede retener el temor?

¡Quita de encima puta!

De un empujón se deshacen de ti recogiendo como pueden la ropa, para salir espantados del cuarto sin importarles una mierda.

Por una galería subterránea llegábamos al refugio colectivo. Ni una ayuda, ni una palabra de consuelo. Las mujeres, mirándonos con recelo, apretujan hacia sí a sus hijos, y murmuran palabras desagradables mientras sus rostros niegan nuestra mirada.

Volver al lupanar de dónde habéis salido. Padre ¿por qué tenemos que aguantar la compañía de estas put... meretrices?

Y el muy ladino del párroco, se nos acerca e intenta convencernos para ocupar algún rincón, mientras no pudiendo retener su lascivia, nos mete mano aprovechando la escasa luz del recinto.
Por la entrada principal, llegan los clientes ya recompuestos, esquivando el encuentro.
Una explosión, la primera. Lloros, gritos, más llantos, rezos. La sangre entra a borbotones regando el suelo del refugio, oscureciendo el color de la huella que dejan las lágrimas. Y otro estruendo... Y otro. Esto parece que no acaba nunca. Más rezos; el rugir de los motores; el siseo de los proyectiles; y el estruendo final que parece acercarse más, hace temblar el suelo, y que los cimientos se resientan... y los lloros que no cesan... y el miedo que nos alcanza.
Invictas en pasiones, nos derrota un desprecio que golpea con más fuerza que el ataque enemigo.

Suenan las sirenas... y todo termina de momento.

CRSignes 060905

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23
Nov

La carga

Cuando me retuvieron en la frontera de Orión pensé que sería el fin. ¿Cómo iba a justificar mi mercancía?
Hacía años que teníamos prohibido adentrarnos en los “satélite basura”. Era peligroso. La acumulación de desperdicios propició la aparición de epidemias mortales para las que no había cura; pero con las debidas precauciones no lo era. Y yo sabía dónde poner los pies.
Al principio las autoridades se molestaron en separar cada sustancia con el propósito de reciclar si era preciso, dogma que caracterizó la común filosofía en todas las colonias. La controversia a favor o en contra surgió desde el primer momento. Encarnizada oposición que duró casi 100 años, tiempo suficiente para que se percataran del perjuicio que esta actividad provocaba en los encargados del tratamiento de los residuos. Estos trabajadores pagaron la dureza de su oficio, aunque no en sus propias carnes. Fueron sus hijos los perjudicados. Lo llamaron “Síndrome del duende”: alargamiento del miembro auditivo, reducción de la estatura media, raquitismo.
Desde aquel día se limitaron a enviar naves obsoletas no tripuladas cargadas hasta su máxima capacidad para abandonarlas allí de paso.

En mis bodegas miles de muestras del pasado. Había conseguido desde mobiliario sintético del siglo XXII, hasta los más delicados elementos de la decoración de hacía apenas dos lustros. Ya nunca más tendría que arriesgar mi vida de esta forma. ¡Sería rico! Pero me habían pillado. Todo el esfuerzo podía escaparse de mis manos si aquellos oficiales descubrían el origen de mi carga. La revisión fue rápida.

Haga el favor de entregarme el disco de memoria de la bitácora de la nave.

El disco no reveló nada sospechoso.

Veo que ha ocultado muy bien sus paradas.
¡No comprendo! ¿A qué se refiere agente?
¡Pues está claro! Según los archivos consta usted como anticuario y no me negará que aquí cerca se encuentra el primero de los “satélite basura”.

Un nudo en mi garganta estuvo a punto de delatarme.

Pero no se preocupe, haré la vista gorda. Tiene algo que me interesa y lo quiero para mí. Quizás por la misma razón es usted un privilegiado no lo dude.

Cuando ya casi había perdido de vista la constelación de Orión, tuve claro que por esta vez me había librado. Es curioso, ¿quién me iba a decir a mi que esos viejos restos de papel llenos de viñetas ilustradas llamadas Batman, iban a salvarme la vida?

CRSignes 100605

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20
Nov

Los mitos

Llevábamos seis de los quince días que duraría el recorrido por el sur de Italia; mi amigo Pepe se mostraba rebelde, pues no era el viaje que hubiera deseado; pese a ello, ahí estaba, y su única dedicación consistía en hacerse el machote, y molestar ahí dónde fuera.

¿Qué pretendes ahora? ¿No tuviste suficiente con lo que pasó ayer con el profe?
A ver si te crees que le voy a hacer caso. Te juro que éste no me fastidia el viaje de fin de curso.

Madrugamos, pues un barco nos trasladaba hasta Sicilia para ver las ruinas de Siracusa. Entre aquellas aguas, ocultas aún, Escila, esa mujer cuyo cuerpo estaba rodeado de perros, y Caribdis, devorador de todo lo que flota, aguardan a los navegantes.

Pepe, ¿qué pretendes?
¿No te parece tonto? Estamos en la cuna de la mafia, yo prefiero acercarme a alguna ciudad. Igual hasta podemos ver a algún “Capo”.
La mayoría quisimos este recorrido para aprender, es una pena que no te unas a nosotros. ¡Eres ridículo!
Mira quien fue a hablar... ¡El hazmerreír de la clase!
¿Sabes qué es lo que más siento? Que no disfrutes. Antes de que hagas alguna estupidez, deja que te cuente un relato.
Por que eres tú, y estoy aburrido, pero no voy a cambiar de idea.

A Pepe se le olvidaron las tonterías de golpe, incluso antes de que todo se calmara, y de que llegáramos a puerto; mientras narraba la historia de las dos bestias que custodiaban el paso de Messina, el tiempo cambió. Con el mar agitado la historia pareció tomar vida. El viento, silbante y aterrador melisma, ayudó a la escenografía. De inmediato nos avisaron de que debíamos abandonar la cubierta, protegernos en el interior de la nave. Sin apartar los ojos de aquel mar extremadamente agitado, y justo antes de que, de un empujón, nos recluyeran adentro, vimos asombrados al engullidor remolino Caribdis, que durante siglos aterró a los navegantes. Faltó bien poco para que su radio de acción nos atrajera.

CRSignes 020905

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17
Nov

La mancha

Si no hubiera sido por la insistencia de mi hija: aquellos terrores nocturnos y su llanto inconsolable, nunca la habríamos descubierto. Una mancha más de humedad en las paredes de casa. Durante semanas, no cesó de reclamar nuestra compañía, decía que una mujer la visitaba de madrugada y le hablaba. “Menuda imaginación”, pensamos. Pero el caso fue a mayores, no descansaba. Decidí quedarme con ella. Si veía que no ocurría nada estando a su lado, se le pasaría.
No dormí en toda la noche, esperaba estar ahí cuando despertara del malicioso sueño que la atormentaba, pero nada pasó. Al despertarse, su cara tenía otro color, sonreía. Después de dejarla en el colegio pinté su cuarto.

¿Podrás dormir solita? —le pregunté.
Si mamá.

Nuevamente sus gritos volvieron a alarmarnos. La mancha había resurgido.

¡Mamá! Esa señora me pidió que me fuera con ella.

Pasamos la noche con ella y por la mañana la volví a pintar, pero antes de que pudiera secarse, ahí esta estaba de nuevo. Todas las veces que lo intenté fueron infructuosas, me sentí vencida. Llamé para contárselo a mi madre que enseguida, con su natural tibieza, me salió con lo de siempre.

Eso es lo que pasa por vivir en contubernio. Cásate, bautiza a la niña, y todo terminará.

Corté la llamada de inmediato, muy enojada. ¿Qué culpa podía tener el angelito?
Hablar con mi suegro aún fue peor, a su natural hermetismo, se unió el carácter atrabiliario que le salía cuando conversábamos. Así que acudimos a la iglesia.

¿Habéis decidido casaros?
No padre, le necesitamos para un asunto inquietante.

Intenté ser locuaz, aunque no me creyó, acudió ante nuestras súplicas.

No es más que una mancha. —Afirmó.
Padre, la niña dice que de ella surge una mujer que le habla.
Esta noche me quedaré, y veremos qué ocurre.

No tuvimos que aguardar mucho, la presencia del cura desencadenó los acontecimientos, y por primera vez nosotros también fuimos testigos. No nos lo pensamos dos veces, tomé a la niña en brazos y salimos de la casa. El párroco nos ayudó a mudarnos aunque no quiso saber más del asunto. Parecía asustado.
Dos meses después, ni rastro quedaba de lo sucedido. La niña dormía en su nuevo cuarto, ya lo había olvidado todo, y la casa que abandonamos iba a estar nuevamente ocupada.
………………………

-Carlos, mañana repinta otra vez el cuarto de los niños, esa horrible mancha, parece resistirse. Esta noche dormiremos por fin aquí.

CRSignes 260907

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15
Nov

Vilarrubia del Concejo

A Vilarrubia del Concejo nunca llegaba nada: el panadero decía que el camino era tan largo que el pan se le endurecía; el butanero que en aquel zulo, el color naranja, estaba mal visto; el repartidor de la prensa que, cuando llegaba, las noticias ya habían caducado; los vendedores ambulantes que... ¿Vila... qué?; tan sólo el cura, por aquello de no perder feligreses, y en alguna ocasión el médico, tenían a bien acercarse. A Vilarrubia del Concejo no llegaban ni los rumores. A Vilarrubia del Concejo, pequeño pueblo de la sierra rodeado de bosques, situado en el valle más profundo de la región, no le faltaba de nada. Casi treinta vecinos que disfrutaban: del agua abundante proveniente del deshielo; de siembras y de animales con los que alimentarse; de paz y sosiego; de cordialidad y armonía. A los de Vilarrubia del Concejo les sobraba todo.
Cierto día descubrieron que, durante la noche, alguien había instalado en la plaza del pueblo una cabina telefónica. Junto a ella, una furgoneta y unos cuantos trabajadores que, apoyados en los arcos de la iglesia, parecía que aguardaban a alguien.

-¿El alcalde?

Un operario embutido dentro de un mono rojo, extendía un papel con una mano, mientras que con la otra sostenía una pluma.

-Disculpen que insista pero, por favor, ¿el alcalde?

De un salto, Gerardo, aún impresionado se adelantó.

-He de suponer que es usted el responsable de esta Villa. Encantado. Federico Gómez Ruiz, para servirle. Disculpe que no me entretenga más, pero urge que me firme este contrato, mi cuadrilla y yo estamos agotados y aún tenemos que acercarnos a cuatro localidades más antes de terminar el trabajo. Firme aquí.

Miró la cabina y firmó el documento.

-Muchas gracias y que la disfruten.

Subieron a la furgoneta y se marcharon. Gerardo, después de leer el contrato, comenzó a reír.

-Cuando pille al guripa que ha traído la cabina al pueblo, me va a oír.

Vilarrubia del Concejo nunca recibirá la visita del panadero, el butanero se negará a hacer el reparto, los vendedores ambulantes la seguirán ignorando, nunca estarán al corriente de las últimas noticias, pero no les importa. Tienen de todo, incluso cabina telefónica. Aunque, para ser sinceros, nunca la han llegado a estrenar, por que a Vilarrubia del Concejo no le hace falta para nada.

CRSignes 130606

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12
Nov

La despedida

Esa era la forma en la que quería ser recordado. Nadie debía verlo después de muerto, salvo los sacerdotes y su madre que prepararían su cuerpo para el sepelio. Deseaba desfilar con orgullo, recorrer la plaza recientemente conquistada y añadida a su imperio, pero los médicos lo instaron ante aquél desatino. Un paseo a caballo, hubiera sido la manera más solemne de representar su último acto público, pero ni fuerza para alzar la voz tenía.

Uno a uno, fueron mostrándole su respeto. Al final del día, cerca de catorce mil personas habían desfilado ante él. Todo su ejército. Media docena de doncellas velaban por su bienestar, pero la alta fiebre que padecía lo hacía imposible. Aún así se mantuvo lúcido. La depresión y la tristeza, se palpaban en el ánimo de la tropa.
En un rincón de la tienda de campaña, se debatía entre llantos y súplicas a los dioses su madre, consternada por la realidad. Herida en lo más profundo de su ser, derrotada en la única cosa que podía dañarla, lo miraba con mayor admiración que sus hombres. Ese no debía haber sido el final. Sus ojos, bañados en lágrimas, intentaban pasar desapercibidos ocultos por la fingida penumbra de unos altares rebosantes en ofrendas. En la distancia, su hijo podía intuir su magna presencia y los rezos, pero no su llanto. Treinta años que lo trajera al mundo; rememoraba las veces que logró arrebatárselo a la muerte, y las tramas urdidas para que alcanzara el poder y satisficieran la ambición de su mente altiva. Entregada a complots con los que facilitarle el triunfo, sacrificó su bienestar por el de él. Juntos, madre e hijo, consumían sus horas en la contemplación de sus logros. La madre iba narrándole una tras otra las conquistas, imperdibles recuerdos que lo ensalzaban como gran estratega, mejor dirigente, y mayor héroe de todos los tiempos. Y una a una, iba enjugando sus lágrimas en la mirada de alegría de un hijo, que abandonaba la vida con orgullo y gloria.

Próximo al pantano en el que aún podían verse los cuerpos inertes de los derrotados, acompañando a las hojas en la alfombrada tierra de otoño, se improvisó el mausoleo. Los cuerpos de aquellos desdichados, fueron inhumados junto al suyo. Mejor destino que desaparecer devorados por las alimañas sería formar parte de la tumba del guerrero. Y allí permanecen, para perpetuar su última batalla.

CRSignes 101105

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10
Nov

El "bailón" de La Habana

Lo encontré en la escalinata de acceso al Capitolio de La Habana. Según me contó, subsistía haciéndose fotos junto a los turistas, y con el dinero que sacaba, podía seguir acercándose a las salas de baile, aquellas que dejaría de pisar tan sólo cuando sus pies parasen definitivamente. "Había nacido para bailar"
Me comentó muchas cosas sobre su pasado: éxitos y fracasos de un artista autodidacta, que rompió y conquistó tantos corazones que había perdido la cuenta. La foto se la tomé en agosto de 2003, y pese a que después de aquel viaje aún regresé en dos ocasiones más a Cuba, ya nunca lo volví a ver. Quiero pensar, que el "bailón" de La Habana, cambió de lugar para mostrarle a los turistas su arte, su saber estar, su simpatía y esa amplia sonrisa.

CRSignes 101108

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9
Nov

El primer amor

Todos los días a la misma hora, nos deteníamos para ver pasar a Laura. Laura tenía un cuerpo escultural o al menos eso habíamos oído decir a nuestros mayores, un rostro de factura perfecta, y sus movimientos hacían del momento en el que tomaba el autobús, un espectáculo que alucinaba a todos.
Precisamente a esa hora en la que nuestros sentidos pedían más, y la merienda no podía faltar entre nuestras manos, alimentábamos también nuestros deseos mimetizando a los adultos. Nos apropiábamos de pensamientos, sin perder ni un ápice de ingenuidad.
Es por ello, que quizás no había maldad en nuestras frases entrecortadas, nuestros piropos, y tal vez también por eso mismo, Laura pasaba confiada mostrándonos lo mejor de si misma, con una amplia sonrisa que llenaba la calle.
Un día Laura pasó más apurada que de costumbre, y aunque no faltó su sonrisa había algo en ella distinto.
Durante varios días fuimos testigos de un deterioro ya no sólo en lo físico, sino en su comportamiento cada vez más apagado y triste.
Luego comenzaron las ausencias, pasaban días sin que la viéramos. La mayoría de mis amigos perdió el interés por ella. Saliendo al paso de sus burlas, les dije que si no querían estar conmigo era por que pertenecíamos a diferente alcurnia, y que se podían ir a la porra si no hacían como yo.
Fiel a su sonrisa, la necesitaba, me había enamorado por vez primera.
Entonces apareció Roberto acompañándola, y con él, el misterio fue desvelado. Mucho mayor que ella, en alguna ocasión había oído en casa que le apodaban “el odre” en alusión a la gran cantidad de alcohol que ingería. Los cuchicheos hablaban de lo inconveniente de su compañía, incluso hicieron referencia a una denuncia en su contra por malos tratos que no siguió adelante.
Ajeno a todo seguía yo con mis nueve años, mi primer amor, y mis sueños.

Un tumulto precedió al sonido estridente de las sirenas de la policía y la ambulancia. Sobre la acera se desparramaba gota a gota la vida de Laura, y junto a ella mi alma perdía su inocencia.
Se rompió la sonrisa.
La infancia se vive intensamente, sin más. Nunca volví a sentirme igual. Mis coloreados recuerdos dieron paso a una deslucida realidad.

CRSignes 050106

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7
Nov

Un empleo innovador

A la memoria de mi abuelo Francisco, trabajador pionero de la compañía eléctrica española L.U.T.E., y a la de mi padre, que siguió sus pasos.

Y con tu espíritu. —Dijimos a coro.
—Podéis ir en paz.

Permanecimos callados hasta llegar a la calle. El párroco en su homilía había sido duro.

Padre, entonces… ¿la electricidad nos condenará?

No supe que contestarle a mi hijo. No daba crédito a lo que el cura acababa de decir. “¿De dónde sacará la iglesia tantos despropósitos?”

María, ¿no es cierto que lo que ha dicho el párroco no le beneficia en absoluto? Precisamente los pudientes serán los primeros que la instalarán. Seguro que el cepillo se resentirá, si no cambia su discurso.

Una vez en casa, me dispuse a enmendar lo que el párroco había maltrecho en la conciencia de mis hijos. Los reuní a todos frente al hogar.

— ¡Mirad esto!

Con toda la picardía del mundo, y sabiendo lo curiosos que eran, les mostré una pequeña caja de cartón, cuyo contenido extraje con sumo cuidado.

¡Anda! ¿Qué es eso? —dijo mi hijo pequeño.
¿Qué no lo ves bobo? ¡Es una botella! —exclamó el mayor.
No hijos, no es una botella. Lo parece pero no lo es. ¡Es una bombilla! ¿Veis estos pequeños hilos enroscados de metal en su interior? Pues gracias a la electricidad se queman sin consumirse, eso hace que se ilumine. Este objeto acabará sustituyendo a las velas y a las lámparas de aceite y petróleo. Ya os lo explicaré mejor, cuando podamos tener electricidad en casa.



Hacía poco que había regresado de la ciudad. Les expliqué a mis hijos, que una empresa con capital extranjero, una multinacional, estaba formando trabajadores para los nuevos empleos que la energía eléctrica iba a generar. Durante mi formación pude, gracias al sueldo que me proporcionaban, comprarme una bicicleta, pues me dijeron que la necesitaría.

Ya veréis como gracias a la electricidad crecerá el pueblo. Vuestro padre deja de trabajar en el campo para ir de una casa a otra, de una empresa a otra, controlando el gasto que haga cada uno de luz. Pondrá contadores y de esa forma controlarán lo que cada uno gasta.

Aún tardaríamos casi un año en instalarnos la electricidad en casa. Los ingresos iban creciendo. Mi bicicleta pasó a mis hijos, y yo, pude comprarme una motocicleta. La primera del pueblo. Recuerdo que nunca pusimos aquella bombilla, la guardamos en la vitrina junto al ábaco que me regaló mi padre. Quizás el día de mañana tenga algún valor aquella primera bombilla de la marca Edison.

CRSignes 231105

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5
Nov

Venus al desnudo

I am tired, I am weary
I could sleep for a thousand years
A thousand dreams that would awake me
Different colors made of tears
(Venus in furs- Velvet underground and Nico)

Camina sin perder detalle de la cuerda que le rodeaba las muñecas. Se arrodilla. El pene, en su apogeo, se muestra a la altura de su boca. Después deja que la sodomice. Gozó, para qué engañarse. Bérénice creía amarlo a cada instante, con cada humillación. Aflojó la cuerda y masajeó sus muñecas hasta recuperar la circulación sanguínea. “Estoy cansada, ¡harta!…” Salió, tenía una cita. Al otro extremo de la casa, Gilbert complacía sumiso a su esposa, mientras unos hijos reían por la falta de talento de un padre que no sabía imponerse.
Era mayo del 68 y París ardía bajo una irreverente anarquía.

……………………………

No acostumbro a avasallar pero quedé cautivado en la profundidad de tu mirada. Podría dormir durante mil años… y al abrir los ojos allí estarías tú. Irrumpiste en mi vida como un vendaval. Conquistaste mi confianza. Descubrirte fue encontrarme. Sin rumbo me dejé varar hasta tu puerto bajo el yugo de tu voluntad. Mientras arrastro mi cuerpo hasta relamer la suela de tus zapatos negros de charol, te miro. Luego, dejo que me pisotees con tus tacones altos. Un millón de sueños me despertarían… pero ninguno como observar tu rostro mientras balanceas el látigo dispuesta a fustigarme. Intercambiamos los papeles. ¡Oh Berenice!... ¿Cómo dejar que otros te infligieran daño, cuando lo que deseaba era darte mi dolor?
Líderes emblemáticos de la revolución estudiantil y manifestantes, son arrestado e interrogados después de una brutal carga policial. Sus protestas dan la vuelta al mundo.

……………………………

El local esconde, entre la penumbra y el humo del tabaco y la grifa, los intentos de Bérénice por hacerse oír. El clamor que llega desde la calle, de carreras, golpes y gritos, juegan en su contra. Ha decidido dejar a Gilbert, seguir su vida. Habla mientras le cae una lágrima. Lagrima gris del desconsuelo. Deja atrás los colores de otros llantos. Diferentes colores hechos de lágrimas... En la calle la soledad pinta de azul su rostro. No puede esquivar los golpes y la detienen. El negro de la rabia resbala por sus mejillas. No quiere nuevamente dejar salir de sus ojos el marrón de la sumisión y es el blanco el que la ampara; pura inocencia que migra en rojo sobre su cara perversa. Ha encontrado lo que buscaba. Ahora le toca a ella. Que otro marque en púrpura su cuerpo.

CRSignes 090508

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30
Oct

El cochero

Me dirigí a la entrada del pueblo bajo un fuerte aguacero. Eran las siete de la tarde y las campanas repiqueteaban anunciando la misa.

Dios la guarde señora. ¿Voy bien para coger la diligencia?
Por supuesto caballero.

A mitad camino, me crucé con un espigado individuo embozado que corría protegiéndose de la lluvia. Tropezamos.

Discúlpeme. —Dijo. —La diligencia no puede partir sin mí.

Por miedo a equivocarme, pregunté:

Parece ser que uno de nosotros camina errado. ¿Va a la capital?
Debo relevar al cochero. —Contestó sin detenerse.

Dispuesto a seguirle estaba, cuando escuché a mi espalda un carruaje. Al girarme observé a unos viajeros subiendo en él.
Respiré aliviado mientras me acomodaba. Desde la ventanilla oí alejarse al otro carruaje.

Creí que se iba a cancelar mi viaje perdiendo la diligencia, he tenido suerte de que hayan dos.
No sé a qué se refiere. —Dijo el cochero con voz temblorosa. —Nunca ha habido otra.

Dos meses después, coincidí en el mismo lugar pero en dirección contraria. Desde el carruaje, pude ver nuevamente al cochero que me confundió. Lo reconocí en el acto pese a la brevedad de nuestro primer encuentro. Dos caballeros y una dama le acompañaban. Atónito les vi adentrarse en una espesa niebla antes de desaparecer.
Ya de camino entre en conversación con otro viajante, el cuál me confesó que realizaba aquella ruta, amedrentado.

Sepa, que este camino lleva por sobrenombre “La ruta al Infierno”.
Y dígame maese, ¿a qué se debe?
Cuentan, que hay que ser cautos y no confundirse de carruaje. Al parecer, existe la creencia de que lo recorre una diligencia que se adentra directamente en el hogar de Satanás, que él mismo la conduce para seleccionar a sus prisioneros. —Un escalofrío recorrió mi cuerpo. —Nunca la vi, pero si que he oído hablar de una larga cadena de viajeros que no han llegado a su destino.

Intenté que aquel relato no me afectara, las historias terroríficas no me gustan, además aún debía, irremediablemente, pisar aquel camino a mi regreso.

Estaba derrotado, demasiado cansado como para fijarme en lo que hacía, así que me subí en la diligencia esperando la respuesta del cochero.

Disculpe caballero, pero si no baja no vamos a poder partir. —Me dijo el cochero de forma jocosa.

Desde la orilla del camino, observé cómo se alejaban. Tal vez Satanás no era tan canalla como decían.

CRSignes 240108

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28
Oct

Los trazos de los sentidos

Confundidos los términos, ante el abandono, el caos se adueña de su mente. Cree haber obrado mal. La realidad se distorsiona al ritmo que su cuerpo le pide más estímulo, entregándose al delirio y el éxtasis de su locura. Su ambrosia, tiene color verde y un dulzor añejo, anisado. Distorsionando los contornos de su mente apacigua sus ánimos, agarra los pinceles y se sumerge entre los colores y las formas.

“El cuerpo blando, inerte. La ausencia de vida, ensombrece sus ojos, apacigua el color de su plumaje. El niño lo sostiene entre las manos balanceando su cuello, en un intento quizás de regresarlo a la vida. Tan sólo un infante, que no comprende la magnitud de sus actos, puede obrar de tal manera.
Otros pájaros revolotean nerviosos entre los barrotes dorados de su encierro ante el intruso. El canto de alarma parece expandirse. Un par de querubines juguetean a su antojo en un jardín de las delicias de colores apagados y enmarcados perfiles.”

Las manos de la creación descansan por un instante para enjugarse las lágrimas.
Sobre la mesilla, una nota perfumada y una flor le sacan del trance. Todo cambia. Jaques comprueba que nada le emociona más que su arte. Embebido de trabajo regresa a su estudio, el encargo está en mitad del proceso y el cartel debe ser entregado antes de finalizado abril.
Escudriña nuevamente su última obra, y contempla al regordete niño con su sonrisa en los labios, sosteniendo el cuerpo mortecino del pájaro, y comprende en un momento de lúcida visión, que aún le falta encajar las palabras, unas frases publicitarias ajenas a su creación. A partir de ese momento cualquier cosa puede suceder.
Airea el estudio y deja que la lluvia lo inunde. El charco que se forma refleja la pintura, vira sus sentidos. La imagen se muestra vacilante, distinta.
De un trago engulle su renovado delirio. Garabatea el texto, lo boceta en otro lienzo. “

“Ya no hay muerte entre las manos del infante. La vida parece querer salir volando de entre sus enclenques dedos. Sobre la jaula, ahora vacía, se posan los pájaros. Los niños juegan. Los colores han redivivo.”

Mientras el agua emborrona sobre el suelo su tristeza, representa los frutos del amor en cada trazo, y espera el regreso de su amada.

CRSignes 070306

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26
Oct

La caja china

El rompecabezas se hacía cada vez más complicado. Tenían que casar entre sí todos los elementos. Su éxito pasaba por el funcionamiento perfecto de un aparato con el que sería inmortal. Quería verse reflejado en los grandes ilusionistas, pero a su vez superarlos a todos. No le valían las comparaciones, es más, le molestaban hasta el punto de mostrarse irascible, desagradable incluso. Nadie lo quería en el seno de los círculos mágicos. Necesitaba un éxito. Aquel objeto infernal, como lo llamaba su esposa, acaparaba toda su vida.
Una interminable sucesión de paneles se intercalaban dentro de aquella complicada caja china. Combinando la madera con el cristal y los espejos, la inclusión de los resortes apenas si era visible. Nada hacía sospechar que dentro de ella, el movimiento sincronizado de las diferentes partes, podía simular la desaparición de cualquier objeto que se introdujera dentro de ella.
Los grandes ojos de aquella niña, devolvieron en refracción los últimos rayos de sol del crepúsculo. La descubrió agazapada, inmóvil, aterrorizada por el genio atroz de su padre.
Llamó a su esposa y le dijo que pronto sería testigo de un hecho prodigioso; que saldrían del atolladero que sus fantasías causaban. Era consciente de sus defectos, por eso se exigía más a cada instante.
Vio, como su esposo tomaba de la mano a la emocionada niña, la introducía en el interior de la caja, y la encerraba. Sin ninguna queja, la criatura se dejó hacer. “Déjala marchar, tiene miedo a la oscuridad. ¿Por qué no me metes a mí? ¿Por qué no te metes tu?”
Dio tres vueltas completas alrededor de su invento. Sonó un ruido estridente y molesto antes de acercarse de nuevo a las portezuelas que lo rodeaban y abrirlas para mostrar que no había nada. La niña había desaparecido. Se podía ver incluso lo que sucedía por detrás del artilugio mágico.
Aplaudió rauda, suponía que eso esperaba que hiciera.
“Y aquí está de nuevo”, sonrió confiado mientras dejaba al descubierto la parte interna. Pero su hija no estaba. Aquello parecía una broma, pero no lo era. La angustia se apoderó de él y de una madre que no cesaba de pedir explicaciones, sin comprender nada. Dicen que desmontó el infernal invento pieza por pieza, que empleó en ello todo su tiempo, y que se suicidó al no poder regresar a la niña a los brazos de una madre trastornada por la tristeza.

CRSignes 230508

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23
Oct

Sueño caribeño

“Trescientos setenta y nueve semanas de trabajo continuado”, realmente me merezco vacaciones. Hubo un tiempo en el que se seguían las estaciones para marcar los descansos colectivos. Pero claro, estamos a mucha distancia de la tierra, y aunque la resistencia del cuerpo sea la misma, los jefes, malandrines ellos, nunca lo tendrán en cuenta. Pero en fin, ¡ha llegado el momento de partir lejos! Al menos, durante ciento siete semanas, disfrutaré de alguna de las atmósferas itinerantes que reproducen la añorada Tierra. Hace cerca de cincuenta y nueve semanas —madrugué al hacer la reserva—, compré el “Sueño Caribeño”.
—“Abandónate en sus playas. Báñate en su sol, su música, y todos los placeres que desees. Nadie te ofrece tanto por tan poco.”
Así rezaba su publicidad. ¡Bonito epitafio! No me importaría acabar allí mis días. ¡Mujeres! ¡Sol!... ¡Más mujeres! ¡MUJERES! Por ello lo escogí. ¡Uhmmmmm! Espero que esté cerca la base imitadora. Me recogerán en el zaguán de casa y... rumbo hacia la estación espacial Caribean N-3.55, sin escalas...
—Deje aquí su equipaje. Nos encontramos a veintidós semanas de su meta. Le rogamos tome su dosis somnífera para evitarle incomodidades. Esperamos disfrute del viaje. Nos vemos en su destino. ¡Qué descanse!...

—Pi pi pi pi pi pi pipipipipipipipipiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
— ¡Ahhhhhhhh! Las once y tres cuartos... —Abro los ojos. Parece mentira lo que se asemejan, entre sí, las habitaciones estándar. Es como estar en casa... Pero... pero sÍ ¡pero si este es mi cuarto! — ¿Qué es esto?
La luz parpadeante me indica que tengo un mensaje en el contestador automático. La voz metálica e impersonal, imitando la femenina comienza el discurso:
— “Notificación para el ciudadano 78.990.565. Por un error en nuestro somnífero, lamento comunicarle que se ha pasado todo el tiempo en estado vegetativo. En nuestro interés ha estado en todo momento asegurarle los cuidados oportunos. Le informamos que no devolvemos importe alguno, por lo que, tiene derecho a recuperar lo perdido, más una indemnización, que se hará efectiva en sus próximo descanso vacacional. Desgraciadamente, su empresa nos ha comunicado que usted no tiene derecho de prórroga, por lo que deberá esperar a cumplir con sus obligaciones antes de disfrutar nuevamente de nuestros servicios. Lamentamos los trastornos ocasionados. No dude consultarnos cualquier interrogante que se le plantee. Gracias.”

—Menudo jirón. Es mejor tomarse las cosas con humor. ¡Jajajaja! Al menos estoy descansado. Seguro que cuando tenga que partir, no dejo que me duerman. Lástima que aún deba esperar tantas semanas. Sin duda, éstas han sido las vacaciones más reposadas que he tenido. Imaginé que el ¡Sueño caribeño! era otra cosa. ¡Jajajaja! De camino al trabajo, no voy a poder parar de reír.

CRSignes 270806

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19
Oct

El jazmín, la sensualidad y el recuerdo

Las máquinas arrancaron las matas profundamente arraigadas del arbusto, cubría casi la totalidad de un muro que se extendía tapando las ventanas del patio, es por ello que no tuvieron piedad con él. Mientras el fuego consumía sus ramas ajadas aun floridas, un pensamiento me guió hasta el pasado; recordé a mi abuelo podando con mimo aquel jazmín mientras me contaba cómo y cuándo lo había plantado. Al parecer la abuela, en el mismo instante que alumbraba a mamá, había notado el sutil aroma de los jazmines, por lo que decidieron plantar uno, para que la protegiera. Crecieron a un tiempo, se convirtió en parte de la familia. Como hecatombe hubiera calificado, el abuelo, la hostilidad de aquella acción; incluso cuando el destino quiso que mamá dejara de estar con nosotros, él siguió cuidando aquel arbusto; decía que, mientras su aroma se mantuviera en casa, ella seguiría a nuestro lado.
Crecí flanqueando la infancia, las circunstancias así lo quisieron. La adolescencia me golpeó con fuerza, siempre estaba enamorada; la abuela lo achacaba al influjo del jazmín; para ella, su aroma contribuía a ese estado de ensoñación y calumnia, que hace que nos perdamos en los ojos del amor voluptuoso y variable. Me contó que su hija, mi madre, siempre fue libando de flor en flor como las abejas y que, fue por eso que yo nunca conocí a mi padre.
Pude corroborar la influencia de su perfume un día en el que, castigada por las malas notas, en un descuido del abuelo me colé en su habitación, y allí, al abrigo de sus recuerdos enterrados bajo su cama, encontré pequeños objetos cargados de sensualidad y misterio: el brillo iridiscente de un cristal de roca que me sumergió en la mirada de mamá, años atrás perdida; la suave brisa de unas prendas de gasa, gozosa caricia; un ramillete, consumido en la pena del olvido, con el aroma impregnado de aquellas pequeñas flores, ya estériles, con sus pétalos amarillentos y secos; y, junto a ellos, unas diminutas semillas que guardé.

La tarde se apagó al tiempo que la fogata. Recogí parte de aquellas cenizas y mezclándolas con la tierra removida del costado de la casa, cubrí las semillas que, al fin germinadas, renacen con la fuerza de antaño en espera del aroma penetrante de estas mágica y entrañables flores.

CRSignes 251006

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16
Oct

La oscuridad

La oscuridad se cierne sobre todos aquellos cuerpos. Sus párpados se cierran antes incluso de que sus ojos dejen de percibir la luz. Ningún deseo de retroceder en sus actos los inhibe de la tentación de sucumbir a la voluntad del sacerdote, que yace junto a ellos retorciéndose en el mismo dolor. La luz, que hasta hace bien poco brillaba en todos aquellos ojos, desciende al acabar el triste día en que les ha tocado morir.
¡Ya han cesado! La ausencia de gritos hace prever el final de esta historia.
En los largos corredores del templo, aún se pueden encontrar los frascos de cristal portadores del veneno, frascos de amargo contenido, envueltos con el lujo de la frágil belleza exótica de otras tierras, que algunos aún sostienen entre sus dedos, y que nunca más volverán a contemplar.
Tal vez, este objeto que les trae ahora la muerte, es lo único que merece la pena de todo lo que esta religión les ha aportado.
Sumidos en la más mísera de las miserias, sometidos a los caprichos y designios del amo, fueron obligados a cambiar a una creencia que ahora les exige la más alta entrega.
Convencidos de que serían felices en el culto de las clases más altas, aunque para ello tuvieran que renunciar a sus propios dioses importados de las lejanas tierras de las que procedían y que desde el mismo momento que abandonaron no dejaron de añorar, fueron más afortunados que aquellos que perecieron en la resistencia de la conquista. Pudieron labrarse, aún en la esclavitud, todas las excelencias de una vida por y para el sacrificio, supremo mandamiento de su añorada religión.
El trabajo y los rezos eran el menor de sus males, la más dolorosa premisa consistía en que los niños no contaban salvo como meros objetos intercambiables, que tan sólo eran utilizados hasta que sus fuerzas les sostenían. Por eso, en el instante que nos ocupa, sienten que por fin tienen algo que compartir con ellos que les unirá por siempre en la eternidad, aún bajo las órdenes de aquellos dioses, que no pueden ser más terribles que los suyos propios que obligaban al sacrificio con mayor impunidad si cabe que los actuales.
La única dificultad de este momento, es hacer comprender a sus hijos la importancia de todo esto, pues en los ojos y la mente de un niño, no existe más vida que la suya propia, mayor celebración que la vida.
Se abrazan a ellos sosteniendo entre sus manos el bello y delicado objeto que les han dado, portador de la libertad. Conocedores de que su fin se acerca, no se apartan de aquellos niños extrañados al ver decenas de cuerpos en tierra, a los que el único sonido que les acompaña al caer, está provocado por el bello frasco de vidrio al romperse. Música delicada de belleza punzante. Amontonados en grupos, unidos hasta el final. De cuando en cuando, algún grito se deja oír por la estancia, surgido de las entrañas de madres horrorizadas de perder la vida después que la de sus hijos.
Y mientras tanto, el ruido se hace cada vez más escaso, hasta desaparecer. La música de los vidrios rotos, deja paso a la respiración descompasada de los más fuertes, que cerrando los ojos se aferran al recuerdo de los que yacen junto a ellos. Hasta que la ausencia de cualquier sonido, torna el espacio en una prolongación de la noche a la que siempre va unida al silencio.

CRSignes 2001

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14
Oct

El reloj

Con paso indeciso, Blas sobrepasaba los pequeños altares y fijaba su vista en el confesionario que se le presentaba como un obstáculo en lugar de un objeto de redención. Ante la dejadez del cura, testigo mudo de su arrepentimiento, Blas sintió su confesión como un trabalenguas indescifrable por lo que partió velozmente.
Avieso de entendimiento, se dirigió hacia su casa y traspasó la puerta.

De recto proceder, Adela, nunca superó el abandono. Tenía un fuerte carácter, por eso él partió sin el menor aviso, pensó que nunca accedería ante sus suplicas. No se detuvo para comprobarlo.
El paso de las horas no dejaba oírse en el viejo reloj. Blas se acercó para revivirlo y por un momento deseó poder dar comienzo de igual forma a su vida. Un nuevo impulso a una existencia que, si bien fue de su agrado, le resultó vacía en sentimientos.

Una manta, de piel de visón, protegía a Adela del frío de la tarde, el fuego del hogar resultaba escaso. La tranquilidad de su rostro al menos le proporcionó una serena sensación desconocida para él. ¡Cuánto se había perdido!
El sonoro tic-tac la sacó de su ensoñación.

- ¿Sabes que ese es el único recuerdo que me queda de ti Blas? Fue la última tarea que hiciste en la casa, por la cuál me di cuenta de tu ausencia. Desde aquel día ya nunca más funcionó. Me negué a darle cuerda de nuevo.

La miró con alentadora ternura. Deseaba pasar su mano por aquél rostro tatuado por el tiempo, pero se limitó a observarla.

- Siempre creí que en un último gesto de arrepentimiento, como una proeza por tu parte, regresarías a mi y yo, siguiendo la estrategia de años de resentimiento y rencor, te haría sufrir un poco antes de abrir los brazos para arroparte. Pero he perdido ya las fuerzas. Este asco de vida me ha negado hasta el más simple de mis sueños. Ahora mientras el carillón parece no haberse detenido nunca, te siento a mi lado. Donde estés Blas, sé que me amas como yo a ti.

Se recostó junto a ella como el dulce sentimiento en el que se había convertido.
Adela vio caer la tarde arropada al lado de la lumbre, mientras, el reloj dejaba escuchar con su rediviva canción las horas.

CRSignes 240106

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11
Oct

Tu magia

Me sorprendió verte aparecer. Tus movimientos tan pausados me cautivaron. Jugabas con tus amigos. Sentí envidia de ellos. Pasaron en desbandada frente a mí, tal vez asustados por el trueno que precedió la lluvia insistente. Te buscaban.
Vestidos para el carnaval, parecíais salidos de un sueño. La careta que enmascaraba tu rostro no podía ocultar tu belleza. ¡A punto estuve de arrancártela! Os refugiasteis bajo los porches de la plaza. Jugabais a los acertijos. Me acerqué.

—No llevas disfraz. —Me dijiste.
—Seré lo que tú quieras. —Fue mi respuesta. Todos se rieron.
— ¿Puedes ser viento? —Me preguntaste.

En ese momento desaparecí. Corrí. Huí de ti, de todos. Tuve miedo de no poder complacerte. Sentí un estremecimiento muy grande. ¡Me ofusqué!
El frío del invierno hizo mella en mi cuerpo empapado por la lluvia. Me guarecí en un rincón, la quedada del viento hacía más inapacible mi refugio, comencé a tiritar. Se había atizado la fiebre que me consumía. No tenía ánimo para moverme, todo se había vuelto confuso. Extrañamente confuso.
Veía pasar los divertidos personajes disfrazados para el carnaval. Se oía la música, las risas, los juegos. Gente corriente plagiando la alegría de una vida sin problemas por unas horas.
No era capaz de imaginar personas bajo los disfraces. Se me antojaban terroríficos seres dispuestos a dañarme. Cerré fuertemente los ojos.

— ¿Cómo lo hiciste?-

Tu voz me reavivó. Eras tal como te había imaginado.

— ¿Cómo dices?
—Me pareció que volaste. Deseé que te hubieras quedado con nosotros.

Mi angustia desapareció como por arte de magia. ¡Tu magia! Ahora si que volaba. Me trasportaba tu imagen. No había baile, ni música, ni lluvia, ni viento, tú y yo flotando en un inmenso espacio con el único cobijo de nuestros brazos entrelazados.
De pronto todo se volvió gris, del gris pasó al negro. Vi como te alejaban, te separaban de mí. Tu imagen se desvaneció al mismo tiempo que mi conciencia.
Al despertar, mis pensamientos confusos me mostraban imágenes esperpénticas de formas indefinidas. Personajes crueles riendo con saña mi desgracia, draconiana ley que no comprenderé jamás, pues del mismo modo que yo regresé al mundo vulgar que me circunda, tú desapareciste como se desvanecen los sueños al despertar.

CRSignes 301105

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8
Oct

Orfandad del alma

A Marcel Schwob

De la orfandad que invade mi alma te puedo hablar ahora que estoy despierto. Hace unas horas, mientras desahuciado en la lascivia recorría el bulevar, hubiera sido imposible.
¿Qué no te voy a contar de nuestra ciudad iluminada por la luz mortecina de la pertinaz lluvia de este tiempo, o bañada por las farolas y letreros brillantes de los locales que cierran la noche? ¡Embrujo melancólico que nos envuelve!
Aún quedan sitios para abandonarse al humo opiáceo que me transporta al mundo perfecto de tu presencia; lugares en dónde ahogar las lágrimas entre láudano y absenta; mujeres complacientes que se trasforman en quién tú quieres por cuatro reales. ¡Sin ti, nada es lo mismo!
Hoy pasé por tu esquina y te vi. Creí hacerlo. Volver a sentir la emoción de escuchar tu voz por vez primera, el dulce encanto de tu compañía.
Bien que me lo dijiste. “Cuando me haya ido, Marcel, por más ladino que te creas amor mío, caerás en lo mismo. Volverás al lugar del que me recogiste, probarás la misma carne”.
No quise atender tu voz de meretriz experta. Negué la realidad que hoy te narro. Creí tener la suficiente fuerza, escapar invicto de tu sentencia clavada en mí como un puñal. ¡Louise me equivoqué!
Mientras encamino mis pasos hasta el lugar que compartimos y aunque sé que me perdonas, siento que te he traicionado.
Atrás quedaron los bares y lupanares de una noche despiadada contra mi vida, abandonado al envite de mi tristeza por tu ausencia.
Una larga avenida enmarcada de árboles, edificios pardos y un cielo gris, custodia mi regreso. Persigo el paso de los barrenderos que espantan de mis pies las hojas, despojos de un otoño que acompaña mi ánimo, pero que nada pueden hacer para recoger las huellas de la angustia que me precede, mientras me dirijo a la Rue Saint-Louis-en-l’Ile, a nuestro apartamento, para recordarte.

CRSignes 080905

Primero de los homenajes que escribí dedicados a este gran escritor, uno de mis preferidos y posiblemente el que más me ha influenciado en la forma de escribir y entender la literatura. Aunque curiosamente publiqué el segundo de los textos al comenzar este blog:

http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php?blog=6&title=el_libro_de_monelle&more=1&c=1&tb=1&pb=1#comments

Également en français, ici. (pag.19)

Marcel Schwob (Chaville, Hauts-de-Seine, 1867 – París, 1905) escritor, crítico literario y traductor francés, autor de relatos y de ensayos donde combina erudición y experiencia vital. La brevedad de su vida no le impidió desarrollar una obra singular y personal, muy próxima al simbolismo. Podéis seguir leyendo sobre él en este enlace:

http://es.wikipedia.org/wiki/Marcel_Schwob

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6
Oct

La prueba

— ¡No valen excusas! Es tan sólo una noche…

Poco faltaba para que a Miguel le saltaran lagrimones.
En su primer verano en el pueblo de sus ancestros, apenas si había conseguido hacer amigos, algo inaudito para un niño de su edad.

— ¡Nueve años! ¿Quién los pillara de nuevo? —Le insistía su tío Fernando mientras le cogía de la mano acercándole hasta los lugares frecuentados por los chavales. No se cansaba de animarlo para que saliera en busca de aventura, pero Miguel no ponía nada de su parte, pareciera como si no se le antojase. Entonces llegó Catalina con sus largas trenzas color trigo y sus ojos verdes, y todo cambió.

—Mira chaval, todos hemos tenido que hacerlo… No te hagas el gallina que lo hacen hasta las chicas.

Se miraban entre sí. Parecían cómplices de una travesura cuya única finalidad consistía en hacer pasar un mal rato al nuevo de turno…Y ese, era Miguel.

— ¡Vale!… No soy ningún gallina… —Tomó aire, no quería que se notara su inquietud, no quería que ella la notase —Pero… se será mejor dejarlo hoooy. En mi casa no saben nada, y se preocuparán…
—Olvídate de eso, no consiste en pasar toda la noche jajajaja… —las risas fueron generalizadas —… era una broma. ¡Anda ve! Dentro de un par de horas regresamos. Pero toma, no serviría de nada sin la consabida espada que velar. Debes demostrar tu procedencia. Ganarte el arma de tu linaje… Además no estarás solo para probar tu valor… ¡Menuda suerte! Recordad, cuando lleguéis, asomad las armas por la ventanita.

Catalina lo tomó de la mano y juntos entraron en el viejo monasterio.

—Me alegra que me haya tocado contigo. Creo que sola no hubiera podido hacerlo.
—Ni yo Catalina… —Ella le miró con cierto aire de idolatría que le dio confianza.

No era fácil llegar, el miedo pesaba en ambos. A cada paso todo era más oscuro. Juntos esgrimieron sus armas para que fueran vistas desde la calle.
¡Dos horas! Dos horas cruzando palabras, miradas, conociéndose.
La misteriosa “linterna de los muertos”, indispensable para demostrar valor y respeto, se convirtió en un lugar lleno de encanto.
A la señal, Catalina y Miguel bajaron orgullosos y felices. Poco les importó haber superado la prueba, desiderata de propósitos olvidada por la emoción, pues cogidos de la mano se alejaron mientras los demás se miraban sin comprender nada.

CRSignes 250905

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1
Oct

El fin se acerca

Audibles a corta distancia, sus gritos de advertencia pasaban desapercibidos.

Subido en aquel promontorio apenas si era tomado en cuenta. Era como un punto, dentro de la inmensidad del espacio público, rodeado de centenares de miles de personas atentas al transcurrir del preciado tiempo del que disponían.

-¿Otra vez usted? No me obligue a llevarlo ante el juez para que éste tenga que pronunciarse en su contra.

-El fin del mundo se acerca… ¡Escúchenme!

La presencia del oficial parecía no importarle.

-Acompañe. Estoy percibiendo órdenes. Alguien desea recibirlo.

Decidido a expresarse con total sinceridad, se había embarcado en aquella, hasta ahora, infructuosa misión. Ningún medio de comunicación quiso atender su proclama, y las puertas de los organismos oficiales habían permanecido cerradas.
Intentó comenzar una conversación con el oficial que parecía estar al mando.

-Desperté con la desagradable sensación de haber sido testigo de un hecho terrible.
-¿De qué me está hablando?
-Escúcheme, no fue un sueño. Se lo puedo asegurar. Fue tan real que aún oigo los gritos de la gente.
-Deje ese galimatías y tranquilícese.
-Está usted equivocado, sólo busco la salvación. No me harán claudicar.

Se vieron obligados a inmovilizado ya en el recinto de los Ministerios Globales. Al menos, comprendió que alguien le escucharía. Eso le tranquilizó. En aquél despacho no cabían más medios audiovisuales, ni de control, dedujo que estaba en un lugar restringido.

-¿Ve todo esto? Acérquese, no se quede en la puerta. Dentro de unos días se cumple el cuarto milenio del nacimiento de Cristo, no pensará que íbamos a permitir que la gente se dejara arrastrar por su histerismo. Ustedes, los milenaristas, nunca cambiarán. Siempre surgirán melancólicos dementes que, intentando redimir las almas que poblamos este planeta, quieran auto inmolarnos para conseguir la redención.

-Creo que se equivoca conmigo.
-Déjennos solos. No se preocupen de nada. —A su orden todos los hombres de seguridad desaparecieron.

Como si de un amigo íntimo se tratara, lo tomo por el hombro, acercándole a una de las pantallas desde la que se podía ver el firmamento.

-Amigo mío, como puede comprobar el fin está cerca. Lo sabemos. Un inmenso objeto se aproxima hacia la tierra, y no podemos hacer nada para impedirlo. ¿Quién iba a decirnos que en cuatro años de malos augurios milenaristas, al final alguien diría la verdad? Nunca podremos pagarle el favor.

CRSignes 030705

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29
Sep

Juego de salón. (Mammon el demonio de la avaricia)

Me extrañó que pese al lujo de la entrada la sala estuviera amueblada tan parcamente. Apenas, en el periplo de la estancia, unos cuantos divanes colocados enfrente de los grandes portalones acristalados del jardín, cuyos livianos visillos se movían al compás de los bailarines; justo en el centro de la pista —suelo de baldosas bicolor que conformaba un dibujo sin lógica de incómoda sensación—, dos hileras de sillas, respaldo contra respaldo, aguardaban vacías. La lumbre de las lámparas, arañas de vidrio centelleante, teñía de palidez la piel de los presentes.
Paseé por entre los bailarines que parecían ignorarme. Ninguna música impulsaba sus acompasados movimientos a ritmo de un vals sordo. Me situé justo en el centro del salón, necesitaba desprenderme de aquella onírica sensación que me incomodaba, llegué incluso a mover una de aquellas sillas de dispar procedencia, momento en el que todo el mundo se detuvo. La indiferencia de mi llegada se transformó en interés, me rozaban a su paso, golpeándome la espalda reclamando mi atención. Acabaron conformando dos filas, espalda contra espalda, justo en el sitio que segundos antes ocupaban las sillas que ahora se encontraban alrededor nuestro.
Los portalones se abrieron de golpe dejando pasar a siete apócrifos seres de aspecto animal, que observaron sentados cómo al retornar aquel vals silencioso, que hacía vibrar los vidrios de las puertas y las lágrimas de las lámparas, las sillas comenzaron su danza. El baile continuó, nadie parecía querer moverse del sitio que tenía asignado.
Pude observar la variedad de formas del desfile de muebles, desde la sencillez de la rústica enea y el pino, hasta el complejo diseño barroco. Siete formas distintas paralizadas de golpe frente a otros tantos personajes. Creí que el juego habría concluido al no tener la suerte de ser seleccionado por una de ellas, pero todo lo contrario. Una vez tras otra, las personas que ocupaban el puesto en el que las sillas se detenían por azar, abandonaron la pista, hasta que quedamos tan sólo ocho.

Aquel hecho aportó luz a mi mente, me pareció que estaba de más, rezaba por que la pesadilla terminara. Conforme iban saliendo del juego, aquellas personas formaban grupos capitaneados por los animales: en el primero de ellos, el topo y los suyos estaban desparramados, ocupándolo todo; el lobo, se entregaba con su grupo a un opíparo festín, al que no faltaba de nada; los liderados por el perro, contenía la envidia en el consuelo de que nadie se había librado del rechazo; al contrario que los del león, que se sentían orgullosos de no formar parte de aquella pantomima; unos pasos más allá se discutía en acalorada lid junto al jabalí; el contraste se hallaba en el extremo opuesto, el asno aguantaba una paz tan calma que hasta las moscas parecían descansar; y qué no decir del último de ellos, resultaba embarazoso mirar a la cabra protagonizar los excesos de la carne con todo aquel que se le acercara.
Preguntándome en cuál de aquellos grupos me tocaría, la música y el baile se detuvieron dejándome fuera de la selección.

Al fin podría moverme, pensé, pero no logré avanzar ni un ápice. Me encontraba de nuevo solo en el centro del salón, las sillas se habían detenido y volvían a ocupar su posición original, respaldo contra respaldo. La música sonó, esta vez si que la oía, mis pies no pudieron reprimir el movimiento y danzaron desenfrenados alrededor de aquellos muebles.

Debes elegir. Ahora eres tú el que tiene que sacrificarse seleccionando una de ellas, y esta vez el azar no ha de tener nada que ver. —La voz surgió de un personaje nuevo de blanca piel y profunda mirada, que había sumido a todos en el silencio.
No pienso hacer nada, y de hacerlo me quedaría con todas. —Contesté con determinaciónAsí sea.

No puedo explicar que ha sido de mí, de mi persona, pues no tengo forma de comunicarme con nadie. Sólo sé, que desde hace algún tiempo formo parte del mobiliario de este salón, al que siguen asistiendo bailarines, que juegan de vez en cuando con nosotras, al compás de un vals sordo.

CRSignes 260908

Las fotografías que ilustran esta historia pertenecen a la serie titulada “Aves del Paraíso” de la fotógrafa argentina Gaby Herbstein, y están extraídas de su Web:

http://www.gabyherbstein.com/

No os lo perdáis.

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24
Sep

Raimundo

No hay nada tan importante que no podamos olvidarlo. (Anónima. Alzheimer)

Alimentaba palomas desde su ventana en un primer piso, mientras sonreía dejando escapar un gracioso y chirriante sonido, bastante cómico, producido por su dentadura. Muchas historias corrían alrededor de la vida de Raimundo, posiblemente pocas se ajustaban a la realidad. Lo único cierto era que ya nadie podría averiguar su verdad; pues Raimundo ya no salía de su casa, ni hablaba con nadie, pues no podía. Hacía años que no conversaba con desconocidos, y para su desgracia estaba rodeado de ellos.
Había vivido mucho. Nunca supo el año de su nacimiento. “Fue durante la guerra,” le dijeron, “no quieras saber el secreto, no te gustaría”. Lo más que logró averiguar hacía referencia a un bombardeo, y a un recién nacido abandonado bajo la escalera de un carromato. Pese a ello tuvo suerte, sobrevivió a la hambruna de la guerra y la de posguerra. Nunca le faltó un plato que llevarse a la boca, o un catre en dónde dormir.
Raimundo creció pegado a una guitarra y a una baraja. Las curvas de aquel instrumento le proporcionaron mayores delicias que la de los amores ganados y perdidos. La baraja, logró sacarle de más de un aprieto, aunque también le ocasionó otros tantos. La vida, en fin, le mostró, a aquel pagano, cómo resistir con maña y pillerías, únicos conocimientos que maduraron su carácter.
Nunca se casó. “Tengo las hembras que quiero, no hay por que aguantarlas más”. La boca apenas si se le abría y la vista no se levantaba del suelo, cuando lo afirmaba. En el crisol de la amargura se forjaron sus rasgos. Los ojos caídos acompañaban aquella grave mueca para la que una sonrisa suponía tener que hacer mayor esfuerzo del normal, provocando aquel gracioso chirrido.
Cuando el estraperlo dejó de tener sentido, nadie consiguió que enderezara su actitud frente al nudo de la sociedad y su ley, es más, dijo que nunca nadie le obligaría a pagar un céntimo en vida. Así fue que resistió con el trabajo duro de la trashumancia del feriante, y las timbas de cartas, verdadero sustento de sus caprichos.
Desgraciadamente sus convicciones no contaban con el lentecer de la adversidad que convirtió un aislamiento voluntario, en obligatorio, por una enfermedad que no le dio razones para mantenerlas.

Ahora pasaba sus días sonriendo y dejándose cuidar, precisamente por aquellos de los que tanto receló, en una institución pública.

CRSignes 140908

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22
Sep

La mala fortuna

El sudor resbalaba por su rostro proporcionándole una falsa sensación de frescor; cargaba sobre la espalda el fruto de la jornada. Se detuvo unos instantes para sentarse bajo un olivo. Registró sus bolsillos confiando en que tal vez algún mendrugo de pan hubiese resbalado hasta allí, pero no halló nada. Desprendió del sujetador la bota de vino, y la estrujó sobre su boca, apenas un par de gotas cayeron, había bebido más de la cuenta. No alcanzaba a comprender el porqué de su agotamiento, el día no había sido más duro que los anteriores; le echó la culpa al calor, aunque distaba mucho de hallarse sobrio.

El cielo soleado se había transformado; la sombra de unas nubes, inusualmente oscuras, presagiaba una torrencial lluvia que podía dificultar su paso por la nava. Aceleró el ritmo al sentir la primera gota; pensó dejar su carga en algún recoveco de la montaña, de esa forma llegaría antes a su hogar; el aguacero hacía impracticable algunos tramos de la senda. Tomó el saco portador de su sustento, y cuando se disponía a dejarlo bajo una roca, vio algo brillante que asomaba por entre la tierra mojada, justo al borde del precipicio.

-¡Maldita sea! Tenía que estar precisamente ahí. ¿Es que nada me va a salir bien hoy?

Con esta diatriba, pegó un salto para alcanzar un punto más próximo desde el cuál averiguar de qué se trataba. Se agachó palpando con fuerza por entre el fango, y lo prendió.

- ¡Ah! –Gritó mientras comprobaba qué le había causado tanto mal.

La sangre mezclada con el agua que caía apenas si dejaba ver aquel alfiler que semejaba de oro.

-¡Qué bello es!

Pudo comprobar que se trataba de una verdadera joya. De la herida continuaba manando sangre, pero no le importaba. Se sentía demasiado atrapado por el brillo áureo. No contento con su hallazgo, pensó que algo tan hermoso no podía estar sólo. El torrente había continuado su camino destructor lo que hacía peligrosa la estabilidad del terreno. Retornó la vista y el corazón le dio un vuelco. La fuerza del agua arrastraba oro, plata y piedras preciosas hasta el desfiladero.

Se sentía torpe, pesado. Aún así saltó. La fuerza del impulso y lo endeble del terreno hicieron el resto. Las gotas de lluvia resbalaron por su rostro que descansaba al fin.

CRSignes 200606

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21
Sep

En la retaguardia

Largas horas de espera. Día y noche confundidos sin poder mirar más allá del camino vacío. Aún se escuchan los sonidos atronadores de las baterías de esta última incursión para conquistar las filas enemigas. No podíamos hacer nada más que esperar, que tener paciencia. La retaguardia, se había convertido en un inmenso hospital. A pesar del respetuoso sigilo que nos demandaban, era imposible acallar el lamento de los hombres heridos. Agotada la morfina, algunas raíces de regaliz hacían las veces de calmante en las bocas desencajadas.
El momento, que el rumor de la muerte acallaba, era aprovechado por las aves migratorias para retomar su partida. Marcha envidiada por todos. El cielo así poblado nos refrescaba. Remontando el vuelo desde la charca cientos de aves.
Proyectábamos nuestros deseos sobre ellas, pero esa representación concluía pronto. Al instante, el cielo viraba nuevamente a gris; la lluvia desvanecía las formas lejanas. Alguna grulla rezagada, sobrevolando el campamento, planeaba sobre nuestros suspendidos sueños imposibles, y desaparecía también.
Una balada acompañaba nuestros lamentos, era el rumor de los compañeros en su regreso. Sus pasos cansinos y derrotados, susurraban a la tierra el ritmo entristecido de su canción. Difícil es ganar a la muerte con el virtuosismo de su experiencia acumulada de siglos, perfeccionada con la ayuda del hombre. Nada nos puede impresionar ya.

Los cuerpos destrozados, machucados, sangrantes reclaman atenciones. Unidos por las mismas heridas, asemejan gemelos modelados a golpe de cañón. No hay lugar para distinciones. Amontonan los cuerpos, los clasifican. La única prisa es la que exige más hombres para la contienda.
Observo inmóvil el paso del tiempo, de las aves migratorias que tornan. Más sacrificios, demasiados muertos. De seguir así, no van a poder venir a por nosotros. Nos dejarán aquí, en esta tierra que de seguro lleva ya nuestro nombre. Las raíces rodean nuestros cuerpos, y la lluvia borra nuestro nombre prendido de la blanca cruz.

Sigo pendiente del camino. Me esfuerzo por encontrar una salida para este mal sueño. Me siento ridículo. ¡Nadie atiende a los muertos!

CRSignes 141205

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17
Sep

Cabecera de cartel

Las voces procedentes del despacho del director eclipsaron las últimas notas de la marcha circense con la que concluía el desfile de cierre de pista. Apagadas las bambalinas todo recuperó la calma. Los animales encerrados recibían su alimento, y los mozos barrían la pista. Gabriel, el payaso más conocido del circo, salió refunfuñando de la caravana dando un portazo. El maquillaje no podía disimular su rostro mohíno. El director asomó por la puerta, soltando tacos a grito pelado. Gabriel caminaba arrastrando los zapatones, mientras con la mano intentaba borrarse el maquillaje. Se cruzó con los malabarista que revolotearon pelotas y aros por delante de sus narices; estuvo a punto de tropezar con el forzudo, mientras éste dejaba resbalar hasta el suelo una de sus pesas; traspasó por entre las piernas de los saltimbanquis en una de sus acrobacias; rozó las patas del elefante y saltó al domador que, tumbado, esperaba el paso del paquidermo. Su maquillaje iba menguando tan lentamente como su enfado.
Se detuvo un instante para limpiar, con una guata, el excremento que acabada de aplastar.

Algo de suerte parece que si que voy a tener —se repitió para sí. — ¡Es tan difícil no pisar el mundo que con estos zapatones...!

El humor ácido recuperaba el espacio que, momentos atrás, ocupaba el enfado en su mente.
Viró en redondo y aligeró sus pasos. Se desprendió primero de los pensamientos homicidas en contra de su jefe; de la chaqueta a cuadros; de los pantalones a rayas, rojas y verdes; de la camisa morada que, hecha una pelota junto con la corbata amarilla, lanzó hasta la jaula de los monos; los inmensos zapatos acabaron en el abrevadero de los caballos; y los calcetines se los ofreció a la equilibrista que perdió el equilibrio al no poder aguantar la risa y el hedor.
Cuando llegó nuevamente frente a la caravana del director medio en cueros, tan sólo conservaba los calzoncillos, aunque por poco tiempo pues, ante el asombro de todos sus compañeros, se los quitó al tiempo que los lanzaba hasta la ventana del despacho del jefe, que salió ante la algarabía formada.

Me marcho de aquí. Y se lo digo así, pues con el traje de faena no me toma en serio.

Tapando sus partes con la mano se alejó hasta su caravana. Al día siguiente, su nombre volvía a encabezar el cartel.

CRSignes 160506

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15
Sep

Y mientras tú, segura, estás en el cielo. (Leviatan demonio de la envidia)

Nunca me gustó la oscuridad, y aquello estaba demasiado tenebroso. Sentía tu mano en la mía, aunque sabía que ya no estabas conmigo. Recordé haber comenzado este viaje solo. Me faltaba tu presencia, pero no se puede tener todo y ahora me tocaba a mí. Recordé cómo después de tu visita a Egipto, loaste su exotismo y elegancia; esto también te hubiera gustado, aunque quizás sea un tanto más extravagante. Un pequeño puente sirve de unión entre estas diminutas islas flotantes, me recordaban a tu descripción de Venecia y sus canales, aunque aquí el mar cambia de color constantemente.

Por un momento, creí estar en un cuento de hadas oriental. Todo parecía congelarse al paso de un individuo de presencia imponente, hasta el viento. Una ráfaga helada me produjo un escalofrío que recorrió mi cuerpo. Rodeado por un cortejo propio de otros tiempos, hizo un gesto indicándome que le siguiera. No puedo recordar el tiempo que vagué tras él, de un puente a otro, dejando atrás otras naves como la que me había llevado hasta allí, siempre repletas de pasajeros. Sin parar ni un segundo, dejábamos atrás decenas de puestos ambulantes, que engalanados con tejidos vistosos, eran portadores de apetitosas muestras gastronómicas: delicias turcas, frutas escarchadas, sabrosos dulces de llamativas formas y colores. Pero no podía detenerme, y ese nudo comenzaba a atormentarme. Al tiempo que fui consciente del lentecer de mi angustia, el entorno comenzó a mutar, la vistosidad circundante desaparecía, aunque lo más importante era que comenzaba a sentirme aliviado por tu ausencia. Logré atrapar una de aquellas frutas rebosante de azúcar escarchado. Al hincarle los dientes su jugoso contenido resbaló sobre mi barbilla, dejando tras de sí un amargo y desagradable sabor que me obligó a escupirla bien lejos. Sentí la risa sarcástica de mi guía que me miró complacido.

¿Quién eres tú para burlarte?
Soy Leviatán y me debes respeto.

Entonces hizo que me tiraran al agua helada de la que ya no he podido salir.
Ahora lo tengo claro. Atrás quedó el frío catre que guardaba el secreto de tu ausencia.
No tengo remordimientos. Imagino tu suerte, tan sólo este pagano cabe en el crisol de su condena; mientras tú, segura, estás en el cielo. Al menos al fin tengo algo que tú no tienes, aunque lo sufra. Ya era hora de que así fuera.

CRSignes 110908

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13
Sep

El refugio de las almas

A Ricardo, mi amado, mi maestro

Arropado por los míos: dos nietas y un biznieto, fallecí. El respeto presente durante la agonía, fue quebrado en un instante. ¡Embusteros!
La jauría irrumpió con codicioso abuso rompiendo sellos de discreción, mancillando el acatamiento que durante años les impuse. Mi deceso ha sido como el disparo de salida de una carrera al desahucio. Ni tan siquiera esperaron a que mi cuerpo descansara en el nicho; aún caliente, fui despojado sin decoro de todo lo me rodeaba. El comedor familiar, aquel que albergara en su día los acontecimientos más jubilosos de mi vida, de sus vidas, se ha convertido en un mercadillo. Cada uno muestra sus piezas, como quién enseña los trofeos de caza. ¡Maldito saqueo! A mis espaldas, las hordas enemigas arramblan con lo que les viene en gana, como si temieran su desaparición instantánea. Pronto se encontrarán con mi más preciada posesión, y paradójicamente se quedarán helados, pues allí estaré yo para recibirles.
Por todos era sabido mi apasionamiento por la magia y el misterio, incluso se rumoreó un posible pacto con Satanás. ¡Cuánto me reí por ello! Gracias a mi incursión en lo oculto, conseguí crear un extraordinario espacio acotado, en un pequeño rincón de casa, en el que reservar mi alma asegurándome el transito hacia el más allá. Ahí me encuentro ahora.
Han dejado para el final la habitación en la que pasé la mayor parte de mi existencia, guarida de mis secretos. Allí se encuentra la llave que abre las puertas del “Refugio de las almas” o “Sala de espera del infierno”, así llamadas en alta magia. Me costó darle la forma para que funcionara. Muchos de mis amigos fallecidos pasaron por ahí, y están agradecidos. Con una simple pregunta, (¿quieres continuar o no?), las almas encuentran su destino. Ahora lo que temo es que los míos no sepan asumir el encuentro. En ningún lugar decía cómo pasar el testigo de tanta responsabilidad. Ese fue mi trato, y ahora espero que sea el de ellos.
Falta menos, escucho sus pasos y los objetos que mueven. Ya gira el gozne de la puerta, ahí está el primero, espero que comprendan que no pueden abandonarme, abandonarnos, espero que puedan entender… Espero… pero nada ocurre. ¡Se marchan! No se dieron cuenta.
La tropelía avanza poco a poco esparciendo contenidos reservados, deshonrando mi recuerdo e ignorando un refugio convertido en cárcel.


CRSignes 271007

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11
Sep

El legado


Obligada a realizar el inventario de las pertenencias de mi abuelo fallecido hacía un mes, me propuse no sucumbir al sueño y terminar de ojear aquel legado. Saqué del armario un cofre y lo abrí. Lo primero que hallé fue la edición pirata de un calendario de pin-up del año 1950 en muy buen estado de conservación; sus ilustraciones me cautivaron. Al momento tropecé con una cámara Leica, y un grupo de encartonadas fotografías fuertemente atadas, separadas en pequeños montones, cada uno de ellos encabezado por una nota manuscrita. La primera decía: “Isabel, mayo 1944”. Aquellas instantáneas tenían como protagonista a una joven veinte añera rubia, que totalmente desnuda se dedicaba a masturbar a un hombre situado en primer plano.
Mi abuelo… ¿un libertino? Me sentí incómoda, pero al mismo tiempo alegre por haberlo descubierto. Hasta ese día, lo tenía como una persona religiosa, amante de su familia, de un ancestral y puritano proceder. Continué escudriñando, pues algo se había adherido a mi curiosidad: el morbo. Abrí el segundo bloque: “Teresa, septiembre 1945”. Teresa, tenía un hermoso cuerpo, sus formas redondeadas invitaban a la caricia sólo con verla. Tumbada en una cama, con un par de jóvenes, mientras uno la penetraba, el otro se entretenía jugueteando con sus senos. Tras de Teresa encontré a “Marta, enero 1946”, gozando de una larga sodomización; a “Sonia, mayo 1947” disfrutando del sexo oral y su justa correspondencia; a “Rosa, agosto 1948” en enloquecida cabalgada; y así hasta llegar a la última que, curiosamente, no tenía nombre. Todas ellas igual de jóvenes, todas entregadas a la pasión bajo la atenta mirada de una cámara fotográfica. ¿Sería aquella Leica que yo había encontrado? ¿Cómo había podido ocultar el abuelo aquello?
Por desgracia, no quedaba nadie al que pedir cuentas. Interrogar a mis padres resultaba embarazoso.
Antes de guardarlas, me entretuve un poco más con el último montón “Octubre 1950”. Cada foto allí agrupada, resumía en una instantánea los juegos eróticos de las anteriores; era extraño, pero parecía como si explícitamente se ocultara el rostro de aquella tan solícita joven, y el de su partenaire. La última toma desveló el misterio. Mis abuelos habían protagonizado aquella última sesión fotográfica.

CRSignes 250706

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7
Sep

El antojo

De quesos a frutas, de chocolatinas a regaliz se le antojaban a cualquier hora. Sucedió en el sexto mes de embarazo. Sus peticiones habían desbordado mi paciencia. Paseábamos cuando vimos en una charca, cercana al lago el rito de apareamiento de las grullas. El macho realizaba imposibles posturas con su frágil cuerpo, mientras que la hembra no perdía detalle de su ofrecimiento. Aquella danza no precisaba de más música que la propia del terreno: el sonido de los juncos mecidos por el viento; el croar de los batracios; y algún que otro grillo que acompañaba con su canto al de las aves. Aquel acompañamiento me hizo comprender que mis esfuerzos, por complacerla, resultaban insignificantes comparados con los que la propia naturaleza dotaba a sus criaturas. Ellos no necesitan fingir tienen el don de la sinceridad. Me sentí ridículo. Creo que Marta se dio cuenta por lo que quise adelantarme a sus deseos.
Allí cerca, en el apeadero, un anciano derramaba colores y formas sobre un lienzo. Comprendí que debía estar pintando a las grullas. Me acerqué sigilosamente, deseaba adquirir el lienzo si así era.

— ¡Buenas tardes!

No contestó.

— ¡Muy buenas! Disculpe, no le oí llegar.

Me quedé absorto. En la inmediatez de aquellos trazos acelerados, la tela contenía, gracias al virtuosismo de su arte, el instante que acababa de vivir junto a mi esposa. La escena se describía hasta el mínimo detalle: las aves danzarinas, con su gemelo reflejo en el agua; la hermosa figura de Marta, con su avanzada carga de meses; la expresión de mi rostro; y toda la belleza del paisaje cálido de finales de agosto. Aquella obra inconclusa tenía un enigmático espacio vacío.

— ¿Le gusta?
— ¿Cómo no me va a gustar caballero? Es usted un gran maestro.
—Gracias.
—Venía dispuesto a adquirir su obra, y eso es precisamente lo que deseo hacer a toda costa si me lo permite.
— ¡Suya es! Pero debo concluirla. Regrese junto a su esposa. En pocos minutos se la entregaré con sumo placer.

Y así sucedió. Se acercó hasta nosotros y con una gran sonrisa nos entregó el cuadro. Marta quedó sin habla. Allí estábamos todos: las aves, el lago, la charca, los colores que el cielo ofrecía en aquel momento, el lienzo en nuestras manos y la figura del viejo pintor alejándose, que fue lo único que pudimos alcanzar a ver cuando levantamos la vista del cuadro.

CRSignes 181205

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4
Sep

De Zarkov, Flash Gordon y batallas estelares


El alivio llegaba como el día, al abrigo de un sol que perfilaba el azabache de las montañas en ocres y rojos resaltando las nubes. Era precisamente ese el momento en el que dejábamos escapar la imaginación, despertando sueños, que a lomos de corceles o vehículos, disfrazaban una realidad convulsa. Batallas estelares y conquistas del espacio corrían parejas entre las sombreadas nubes, que adquirían la forma de nuestros caprichos. Poníamos imágenes a los cuentos y aventuras de unos héroes de tebeo: “Flash Gordon” o “El Hombre Enmascarado”, que no me cansaba de leerle a Rafael. Horas de espera mitigadas haciendo tiempo hasta la llegada de Don Esteban, portador del remedio. Si el cielo nos era grato, podía disimular mi pesar. A sus nueve años, Rafael tenía que soportar un lastre que le alejaba por una ruta sin retorno de mi lado. Él era consciente de su debilidad; sabía que las promesas de ayer se convertían en los juegos de una mañana cada vez más corta.
Don Esteban, siempre llegaba con una sonrisa, y alguna bagatela entre las manos con la que obsequiarle; era entonces que descargaba en su cuerpo la pequeña dosis química con la que soportar hasta su próxima visita, y que nunca era suficiente. Por ello inventamos los juegos. Cuando el dolor arreciaba, era fácil hacer de los quejidos, los gritos de una guerra lejana; o convertirlos en las aclamaciones por la conquista de un espacio misterioso, que dibujado a nuestro antojo se mostraba en el cielo, y en el que las naves de unos enemigos -aquellas nubes que cruzaban el firmamento- luchaban hasta que los dragones o monstruos, que defendían su territorio, se disolvían barridos por el viento. En ocasiones, la naturaleza nos regalaba con los efectos especiales, de rayos, centellas, y estrellas fugaces.

-Mañana, Rafael, -le dijo Don Esteban –intentaré venir más pronto para jugar con vosotros. Siempre quise ser como el profesor Zarkov y pilotar mientras combato a Ming.. Estoy convencido de que entre los tres lograremos cazar a esos furtivos que se resisten.
-Será estupendo.

Por la noche se durmió planeando la batalla del día siguiente. Aquella mañana se disolvió junto con las naves de sus héroes por última vez.

CRSignes 030607

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2
Sep

Entre bambalinas

Le cuesta levantar la rodilla después de la reverencia. Espera escuchar, por derecho, los piropos, aquellas palabras que la inviten a retomar la canción que finaliza su repertorio o repetir la primera; pero sus sentidos, distorsionados por el vodka, la engañan. La intoxicación etílica, nubla su vista. El eco áspero del frufrú de seda envejecida, acartona sus reverencias dejando un único rastro sonoro. Nadie aguarda en platea, se marcharon todos antes de su último desmán. Vuelve a inclinarse mientras intenta mantener el equilibrio, pero le vencen las piernas.

Gira la llave despacio, la puerta se abre, alguien entra.

-Como verá todo se encuentra resguardado del polvo, los asientos protegidos, me las he ingeniado para que no se note tanto el abandono.
-Deje que le eche un vistazo, no sé si es lo que busco. Además está aquella historia.

Desanda el camino del escenario, se pierde entre los amplios cortinajes y hace mutis por un foro en penumbra, carente del calor de meses atrás. Intenta mantener sus párpados abiertos, para no equivocarse de camerino. “Deja pasar, - le grita insolente a la persona con la que se cruza, que parece no verla -¡Me reclaman de nuevo!” –comenta orgullosa mientras se arregla una horquilla. Sigue oyendo vítores dónde tan sólo queda el murmullo de los pasos alejados de aquellos que deambulan curiosos por la sala.

-¿Lo ha notado? Va a pensar que estoy loco.
-Temí que esto sucediera. Disculpe, también lo he notado yo. No es agradable.
-Sería hermoso que pudiera recuperar su pasado, pero si no se libra de la aparición, dudo que consiga nada.

Confiada, la sombra invade nuevamente el escenario. Aún los carteles de su última función, cuelgan desgarrados de las vitrinas, y la soga pende en escena.

-Deje que le cuente a mi señora que lo he presentido. No se lo va a creer, pero ella estuvo aquí aquel fatídico día, cuando aquella vieja gloria, se arrancó la vida.
-¡Qué desagradable! Salió borracha. ¡Vergonzoso! Llevaba días sin hacer caso de los avisos, y no pudo soportar el escarnio.

La llave gira en la cerradura oxidada sellando nuevamente el teatro.
Desde la puerta, el escenario apagado y sucio refleja por un instante las luces de las bambalinas que parecen encendidas; y allí asoma, nuevamente colgada en el centro, proyectando la sombra de su tronío, alargada y flácida.

CRSignes 190707

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29
Ago

La niña quiere ser artista


Se lanzó al mundo de la farándula con el único apoyo de su abuela, una sevillana “mu resalá” reconvertida a valenciana desde hacía más de cuarenta años, pero que no había perdido ni una “mijica” de su gracia.
Manuela había dejado los estudios como quién cuelga la sotana.
El día que Manuela se lo dijo, preparaba un “arrós a banda” para toda la familia. El mortero, repleto de ajos, aguardaba la paciencia de la anciana experta en preparar “all i oli”.

- ¡Menudo elemento estás hecha! “¡Ozu mi arma!” “Filleta meua*”, ¿has pensado lo que dirán tus “pares”?
- No abuela. Me imagino que se negarán en redondo, pero he decidido que quiero ser artista y no cambiaré de idea.
- No te preocupes Manuelilla. Ya me encargaré yo de ellos, pero debes hacerme caso y esperar. Te comprendo, cuando niña también yo tenía mucha “grasia” y estuve a puntito de “haserme” artista... Eran otros tiempos y no tuve “er” coraje suficiente. Recuerda que con lo devotos que son tus pares pueden montar un “la de Dios es Cristo” que ni te imaginas.
- Gracias yaya. ¡Eres la mejor!

Con mucho mimo continuó con su “all i oli” mientras Manuela, por detrás, la agarró de la cintura para darle el más grande de los besos en la mejilla.

Durante un año la abuela fue allanándole el terreno, repleto de tinieblas e incertidumbres, hasta conseguir que su hija y su yerno consintieran al menos para que la niña lo intentara.

- Mire abuela,- dijo el padre de Manuela a su suegra - no quiero parecer agorero, pero dudo que mi hija tenga futuro.
- ¡Mira que puede llegar a ser “malaje” tu “mario”! - Dijo dirigiéndose a su hija que ya se temía una acalorada discusión - ¿Qué te apuesta?
- Prometo llevar... – giró rápidamente la vista buscando algo que agarrar y tiró del asa de un cacharro para alzarlo sobre su cabeza mientras decía - Prometo llevar esto en la cabeza - lo levantó bien alto - por casa, durante el tiempo que me diga y, tan sólo me lo quitaré para dormir.

Las risas de las dos mujeres comenzaron a resonar al ver a aquel hombre con el orinal en alto.

- Jajajajajajajaja Pues Lolo ya puedes comenzar a ponértelo que la semana que viene tu niña “zale” por la tele y creo que comprobarás “enceguida” el salero que ha heredado de su abuela.

CRSignes 140406

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28
Ago

Castrati

“Como en todas las Iglesias de los Santos, las mujeres cállense en las Asambleas, que no les está permitido tomar la palabra (...)”.
San Pablo, en la I epístola a los corintios

Arrebujado bajo una manta pensó que tal vez si cerraba los ojos, al abrirlos, todo acabaría siendo un mal sueño. Pero antes de la salida del sol vinieron a por él. Se derrumbó. Ni en sus peores pesadillas hubiera imaginado lo funesto de un destino, del que aún desconocía lo peor.
Lo arrastraron sin miramientos, parecía un animal acorralado. Ni una palabra amable pudo hacerle entrar en razón. Por su comportamiento arisco tuvieron que atarlo y amordazarlo con fuerza.
Habían pasado varios días. ¿Cuántos? Imposible recordarlo. En sus oídos aún repicaba el sonido de los pasos; la bolsa de monedas; y el llanto de una madre conmocionada e inconsolable. No había nada que pudiera apartar de su mente el daño que acababan de infligirle, ni el porqué de tan irracional acción. Un sentimiento de reproche creció en él, enredándose en su corazón, aprisionándolo con fuerza.

Lo tuvieron encerrado hasta que consideraron que se había recuperado. “Al menos, —pensó —la comida es abundante”.
El paisaje cambió un día. Las dulces palabras de aquella matrona, contrastaban con la mirada aviesa del personaje que la acompañaba, el mismo que le había guiado hasta la sala de tortura. Fue descubriendo un ambiente alegre, aunque combinado de amargura. Decenas de muchachos se arremolinaban a su paso, le señalaban, le sonreían, le hablaban. Un gran portalón se abrió, jamás había visto tanta belleza. Dorados refulgentes; ángeles por todas partes; un suelo brillante y liso, reflejando toda aquella grandiosidad; paredes y techos decoradas con las más bellas escenas terrenas y celestiales; y una música que le había transportado. Un infierno convertido en cielo.

¿Estaría muerto? La dulzura de las voces, acarició sus sentidos. Entonces fue que lo vio. Le dio la bienvenida, le habló de esperanzas, de ilusiones, del bien al que se debía, de su obligación para la iglesia, para Dios. Aquel fanático personaje, de lujoso y colorido atuendo, le había engañado, creyó haber estado ante la mismísima presencia del Altísimo, y tan sólo era un hombre. No obstante se sintió complacido. Comenzaba a formar parte de un nuevo mundo. Se sintió importante.
Pero el camino no era fácil, ni para él, ni para ninguno de sus compañeros en el dolor —el dolor por la hombría perdida— y la lucha, demostrando ser el mejor de todos, el más dotado. Extinguido cualquier vínculo familiar, imposible ser temerario, ir en contra de aquella vida para la que seguramente nunca serviría. Se dejó guiar en la enseñanza estéril; ilusionado con la promesa viviente del goce de los sentidos más allá de la vida terrena.

CRSignes 260808

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26
Ago

Paraíso

Para Ricardo con todo mi amor.

Mortíferas palabras proyectaba la voz gutural del ser alado, que amenazando con una espada flameante, nos exhortaba a salir.
Sorteamos los ruinosos fragmentos de un tejado que, a intervalos, dejaba caer sus piezas destapando un cielo oscuro ausente de luces y nubes, coronado por una luna de tono apagado. Hacíamos esfuerzos para encajar el significado de sus frases, y en el recuerdo emergía el antiguo libro sagrado, cuando aquellos que denominaron nuestros primeros padres, fueron expulsados del paraíso. De un golpe aquel ser lo había derribado, esperando que la impresión del estruendo y su peligro nos hiciera reaccionar. Frustrado ante nuestra indiferencia, había tenido que recurrir al viejo truco, al discurso recurrente y al fuerte peso de la tradición confiando en que la memoria tuviera mayor efecto que sus golpes.
El universo se debatía entre disputas ajenas a nuestra existencia, y sus batallas se prolongaban más allá del tiempo. Ya no había sitio para nadie, y los propios dioses, se veían en el triste papel de renovar el emplazamiento de sus huestes. El remanso de paz, que hasta hacía bien poco nos rodeaba, había desaparecido, y nosotros, olvidados de todos los conflictos, abandonados hacía ya demasiados años para recordarlo, preferimos ignorar.
Sin remordimientos nos dijeron que aspiraban a más, que colapsábamos sus ansias de poder, que deseaban probar de nuevo en otro lugar, que habían descubierto nuevos universos, y que puesto que confiaban en nosotros, no temieron dejarnos. ¿En qué íbamos a creer entonces salvo en nosotros mismos?
Pero no contaron con la competencia, se creían únicos, y al poco de comenzar su búsqueda, se vieron reflejados en el espejo de la ambición, en otros dioses que, como ellos, aspiraban a lo mismo. Y surgieron las disputas y la destrucción.

Aquellos hacedores de vida, casi la aniquilan. En la primera tregua, buscaron un emplazamiento para recuperarse, y como no quedaba nada, se acordaron de nuestro paraíso.
En lo alto, el ángel destructor parecía recordarnos lo insignificantes que éramos. Pero su vuelo rastrero, nos devolvió la confianza. Cayó abatido al primer disparo. Ahora aguardamos de los dioses, como antaño, una respuesta, aunque hace un par de noches que el firmamento resplandece de forma inusual.
La batalla parece continuar allí en lo alto, y quizás no llegue a tierra.

CRSignes 010807

La ilustración titulada Batalla del cielo está extraída del blog Los cuatro elementos http://loscuatroelementos.wordpress.com/

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25
Ago

El ladrón

Un beso legal nunca vale tanto como un beso robado.
Guy de Maupassant (1850-1893)

Tenía diez años de edad cuando comencé. Sucedió en clase. Antes de salir del colegio vi a Violeta y sentí un impulso inexplicable. Ni tan siquiera pensé en las consecuencias, me aproximé decidido hasta ella y, al llegar a su altura, la besé. Los dos salimos corriendo.
Durante el verano fui perfeccionando la técnica. Mis amigos me admiraban. Logré robarle besos a todas las niñas del barrio.

Y así llegué a la adolescencia. Sabía lo que quería y cómo, sólo tenía que fijar mi objetivo. Era ver una hembra y sucumbir a la tentación.
Veía pasar a mis amigos con sus novias recelando de mi presencia y con motivo. Pronto acabaron odiándome.
Por antonomasia terminé con el sobrenombre de “el pirata”, y al igual que estos ancestrales caraduras desperté tantas pasiones como odios.
No había cumplido aún los diecisiete años de edad, cuando me di cuenta de que ya no sentía la alegría del principio. Era el tío que más mujeres había besado del instituto, pero me dolía pues ninguna quería tener tratos conmigo.
Fue entonces cuando comencé a buscar alternativas. Si ellas no deseaban relacionarse con alguien como yo, no me merecían. De hecho, desde un tiempo a esta parte, mi popularidad ha aumentado de nuevo.
Ahora es fácil verme con una amplia sonrisa. Ya nadie me odia, y todo desde que he cambiado de estrategia.
Si hubierais visto la cara de aquel camionero, cuando me pilló pegando el morro en la portechuela de su camión decorado con una preciosa pin-up. Y ¿la de mi tío, el de la sastrería? Esa si que quedó como un poema, por no comentar la historia que llegó hasta mis padres, pero es que no pude resistir lanzar sobre mis brazos el maniquí del escaparate de su negocio.

Como veis sigo robando. Besos grandes o pequeños; fríos y cálidos. Los he robado rápidos o pausadamente; por el día y de noche; mientras jugaban a la comba o esperaban en la cola del pan; en la parada del bus y en la playa; a solas o en compañía. No tengo ningún reparo al hacerlo.
Aunque los que más me gusta robar son los de mi madre, que de vez en cuando me visita en el centro y me ofrece su mejilla para que se los robe con ternura.

CRSignes 200706

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21
Ago

La línea blanca. (Beellzebub demonio de la gula)

Los destellos del firmamento atraparon su atención al abrir los ojos. Volvió a cerrarlos, aún estaba oscuro, pero no pudo dormir, sentía su cuerpo como adormecido, acartonado. Su mente le llevó de vuelta a la línea blanca, larga, inconstante, aquella que había delimitado su camino.
Antes de salir a escena, preparó la droga. Le aguardaban miles de admiradores ansiosos por respirar, por vivir de su música; ya no importaba su estado y eso le complacía. Hacía mucho que la lucidez en escena había dejado paso al exceso. Las luces, rítmico acompañamiento de los compases -fruto descontrolado de su ingenio-, le ayudaban a crear la atmósfera que le trasladaba al séptimo cielo.

Un único problema: se estaba cansando. Agotado de las multitudes, de las giras, las modas, de la puta hipocresía de la promoción, de los conciertos. Quería dejarlo, abandonar, pero le habían advertido.

—Si desapareces, me encargaré de que éste sea el último concierto que hagas. Y olvídate de todo, hace mucho que firmaste el contrato que te une a mí hasta la muerte, esa es la única manera en la que te librarás. —Su manager sabía muy bien lo que se hacía.
—Recuérdame que para el próximo álbum sea yo mismo quién proponga la idea de la portada. —La pausada forma de hablar daba cuentas de su estado. Tomo una cámara que había por el camerino y disparó, deslumbrándole. Rió a carcajadas. — Esta foto… —se tambaleó. —… con esta foto buscaré quién la diseñe, y te aseguro que tu rostro será tal y como lo veo. Se verá reflejado el diablo que llevas dentro. Maldito Beelzebub.
—Vale, vale… Se hará así. Por cierto, después de la actuación no te largues. En el salón te esperan para una entrevista.
— ¡Eres un cabrón! Ya la haré mañana.
—Es importante. Harás lo que te mande.
—Si estoy en condiciones. —De un empujón apartó a una de las del coro, esnifando la coca que ella tenía preparada. No paraba de reír.

Al volver a abrir los ojos, se sintió desorientado. Las rayas de la carretera ¿qué carretera? Las rayas de polvo blanquecino, enfiladas muescas de su memoria. Tenía sed. ¿Por qué no había nadie junto a él?

— ¡Quiero un bourbon con hielo! —su voz resonó seca en la lejanía.

Salieron de la ducha. La mezcla de alcohol y drogas era evidente. Él la portaba a la grupa. Sin pudor alguno paró para hacerle el amor, pero no pudo.

—¡Baja! ¡Vete! —poco faltó para que le hiciera daño.
— ¡Eres un canalla! ¡Olvídame!
— ¡No sé por qué hablas, zorra! ¡Volverás! —Rió mientras se ponía algo de ropa.
— ¿Ya vas a atenderme? —La habitación estaba en penumbra, tan sólo la luz de una vela, iluminaba el rostro de un personaje que se le antojó lúgubre y siniestro.
—Venga tío. ¡Qué susto me has dado!

Sobre la mesilla, apenas un pequeño bloc y un vaso de güisqui.

—Veo que ya estás servido. Voy a por un bourbon.
— ¿No has bebido demasiado?
—Posiblemente sí, pero no es asunto tuyo. Entrevístame, tengo prisa. ¿Es esta tu tarjeta? ¡Qué heavy! Tienes que decirme quién es tu diseñador, estoy pensando en una portada… precisamente así, con demonios. —Se la guardó.
— ¿Hasta dónde eres capaz de llegar?
—Ya llegué. Tengo todo lo que necesito y más, y si no seguro que lo consigo.
— ¿Quieres decir que estás satisfecho con lo que tienes?
—No conozco a nadie que se conforme por mucho que sea, puede que no. Pero nada me impide seguir elevándome.
— Y ¿qué harías para conseguirlo?
—Venga acabemos, estoy cansado y me apetece antes dar una vuelta. Tengo la vida, que no el alma, vendida. Todo lo que poseo, aunque parezca eterno, está tan vacío como este vaso, y no es suficiente. Además dicen, que estoy condenado, quizás estén en lo cierto; pero esa condena está vigente sólo en vida. Estoy harto de que me manipulen.

Salió disparado. Tomó las llaves de su deportivo, subió en él sin atender los reclamos de su equipo que insistían en llevarlo. Hacía mucho que quería probar aquel desmesurado chorro de adrenalina con ruedas, y éste era el momento y el lugar. El desierto de Arizona se abría ante él con sus grandes distancias.

Líneas largas, blancas, inconstantes que delimitaban un camino quebrado por una curva cerrada que no vio. Abrió los ojos por enésima vez. Vislumbró el principio del día; o quizás fueran los focos del escenario; o más bien los faros de algún coche transitando por la alejada carretera. Su cuerpo acartonado, no tenía fuerzas ni para pestañear. Así que cerró los ojos, y descansó. Se había liberado.

CRSignes 180808

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20
Ago

L' Utile

Utile había nacido libre. Libre y abandonado a su suerte, como sus padres.
“Los dioses así lo han querido, y ni tan siquiera los hombres podrán hacerle perder el privilegio”, rezaba su madre mientras lo acunaba entre sus brazos. Como quiera que las deidades tienen un extraño sentido del humor, la libertad de Utile se extendía por un pequeño islote en medio de un mar recóndito lejos de corrientes y mareas, en dónde ni tan siquiera anidaban las aves. La tierra que le vio nacer, exenta de siluetas, apenas una línea en el horizonte sin cordilleras que la elevaran un palmo, era un páramo en el que no se encontraba ni un triste árbol que bañara de sombra y hojarasca el suelo. Como un camaleón se camuflaba en la inmensidad del océano. Posiblemente por eso nadie arribó hasta allí en demasiado tiempo.

Dieciséis años atrás, un error de navegación propició la arribada al islote de un barco negrero. Encallados y sin posibilidad de seguir ruta, construyeron una balsa en la que tan sólo partieron los tripulantes dejando allí la carga, que pagaba así con sangre y vida su pasaje. Así abandonados, con una promesa incumplida, expectantes, aguardaron una ayuda que jamás llegó.
Pasaron los años, y aquellos infelices esclavos vieron, pese al peligro que seguía representando permanecer allí siempre al azote de las tormentas sin poder resguardarse, una forma de escapar de un destino más desdichado, de una vida de trabajos y sufrimientos exenta de libertad. Nadie se acordó de ellos, desprenderse de sus vidas fue sencillo, y de no ser por que la supervivencia en aquel lugar se hacía insostenible, se podría llegar a imaginar que habían alcanzado el paraíso.

A Utile, no le aguardaba una vida sencilla, aunque la sencillez de su entorno podía semejarlo. Fue a poco de nacer que perdió a su padre, y su madre a su esposo, engrosando una cifra de caídos que ya nadie recordaba.

Apenas cuatro mujeres y un niño fueron rescatados. La expedición que después de más de una década arribó a aquellas costas, quién sabe si no por azar, rompió los sueños que la madre de Utile tenía para su retoño.
“Ya no podrá morir libre” fueron las palabras que en su lengua pronunciaba desesperada, mientras subían al barco los únicos supervivientes del barco negrero “L’Utile”, que encalló a cuatrocientas cincuenta kilómetros de Madagascar, allá hacia al año 1761.

CRSignes 310307

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19
Ago

Doña Teresita

Nadie se atrevía a pronunciar aquel nombre. Aún así, pensaban que tarde o temprano Doña Teresita caería en la cuenta de la falta que le hacía Don Manuel, de lo absurdo que era descargar de esa manera su frustración.
Sin escrúpulos, había dado por cierto todo lo que se le planteó: que su marido le había sido infiel; que sus amigos la habían traicionado. Definitivamente se sintió sola, tanto, que no volvió a confiar en nadie más. Y desoyendo todas las voces que le hablaban de los engaños confundiéndola, no tenía oídos más que para aquellas palabras que le hacían aparecer como víctima. Transformó una conducta recta, y volvió veleidosa su existencia.

Y así como aquél almanaque olvidado bajo la escalera, único testigo de la realidad transitable y del paso del tiempo, fue haciendo mella, el estado mental de Doña Teresita se desquebrajaba como sus hojas raídas. Se le había metido en la cabeza, que puesto que el mundo se había vuelto del revés, así debía figurar todo lo que le rodeara. Comenzó ordenando que se sujetaran en el techo los enseres del salón, luego los de los dormitorios, la cocina, los baños... Aquella casa se convirtió, al tiempo, en poco más que un museo de los caprichos inconscientes de una mujer trastornada, por la que nadie se atrevía a dar nada. Los pocos que se habían mantenido fieles a su lado no tardaron en dejarla a su suerte. Aquellos sirvientes desencantados, que en un principio interpretaron como broma temporal todas sus extravagancias, no resistieron aquella presión. Fue en ese momento, cuando Doña Teresita se dio cuenta de su error. Pero creía que ya nadie le haría caso. Sólo un milagro podría ayudarla.

Sujeto en la aldaba de la puerta, un macho aguardaba el regreso de su jinete. Don Manuel se había introducido en el vestíbulo, y cogiendo las manos de Doña Teresita e hincando las rodillas en el suelo, juró que no cesaría en su empeño hasta que ella accediera a darle una oportunidad. A un tiempo, ambos se buscaron. Los goznes del portalón hicieron tope, y en el interior de la casa reinó una paz interrumpida a intervalos, por la risa radiante y feliz de dos maduros amantes, que no podían demostrar su amor más que en el suelo. Hecho éste que les hacía mucha gracia.

CRSignes 211205

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12
Ago

Un sueño y un vals impregnados de lavanda

El sonido de los pasos desapareció al tiempo que la suave fragancia de lavanda, que parecía perseguir siempre a su abuela. Los sones irreconocibles, y en ocasiones estridentes de la bailarina de porcelana, con su caja de música, un vals de las flores sin compás, no han conseguido que la niña se rinda al descanso de aquella tarde lluviosa y apagada. Asoma sus manos entre las sábanas, toma su muñeca y la besa; de un salto la coloca en el suelo; tiene que esquivar los juguetes para no romper ninguno de los que, en sus travesuras, desperdigó por tierra. ¡Qué la música no pare! Antes de que se extinga la última nota, gira la llave con fuerza.

Descorre las cortinas, enaltece la luz que entra. Se distrae con el reflejo de las gotas proyectadas que insinúan sombras danzantes en la pared. Corretea hasta el armario; se sumerge entre las prendas que huelen a lino, manzana, jabón y lavanda. Revuelve los cajones, registra los bolsillos, encuentra los saquitos bordados rebosantes de espliego. Desparrama el contenido de uno de ellos lanzando las flores sobre su cabello. Comienza su aventura.
La lluvia se intensifica, y aquellos estúpidos reflejos, cuentan historias de parajes verdes y riveras, de amores imposibles, de bailarinas, de princesas. Saca del armario: trajes, bisutería, zapatos, y se los prueba. El aroma de la lavanda, la estimula.
De repente, las gotas y sus reflejos parecen vibrar, se despegan del cristal, lo traspasan, y por un momento, revolotean formando arcos y círculos de luz de brillantes colores, que fintan alrededor de ella.
-“Es el vals de la flores”- exclama.- Es la música que resucita el cuento.
Sueña que es la bailarina. El soldado de amplia boca, rodeado de mazapán y frutos secos, aguarda en su cesto y suspira por ella.

Siente su voz cascada que le dice que será suya, que su perdición es no verla, que necesita disfrutar de su baile para no morir de tristeza.
La niña danza para complacerle, y sonríe mientras suena el vals. Se entrega al juego con las sombras y los reflejos.
Cuando la puerta se abre, el perfume del espliego y la música, regalan a la abuela una ensoñadora escena que le dibuja en el rostro la más amplia de las sonrisas.
La música se detiene y el sonido seco de una nuez, al romperse, quiebra el silencio.

CRSignes 071006

1ªilustración original de Gabriel Pacheco http://gabriel-pacheco.blogspot.com/
http://gabrielpachecoprint.blogspot.com/
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10
Ago

La ira de los justos. (Satanás demonio de la ira)

—Graves perjuicios trae la cólera.
—Padre —los ojos de Aluma se abrieron como platos — ¿por qué dice eso?
El hermano, recién llegado a aquellas tierras, tomó de la mano a la pequeña sacándola de la sacristía.
—Eres demasiado inocente para comprender. Ahora regresemos. Y por el amor de Dios, no salgas del edificio.

……………

La penumbra era mitigada por el fulgor de los disparos y de las explosiones. El olor de la pólvora y el humo lo inundaba todo.
—Señor, deje que me acerque.
—Saben arreglárselas solos. —Dijo el Diablo.
— ¿No confía en mi?
—Me molesta que cuestiones mi criterio Satanás. Pero no puedo reprochar tu rebeldía. ¡Hazlo!

……………

Los vidrios retumbaban con el avance del asedio. Todos los bancos de la capilla, estaban apilados bloqueando la puerta de acceso. Junto al altar, un grupo de mujeres y niños miraban con estupor hacia todos los lados. La niña y el sacerdote se arrimaron hasta allí.
—Debemos aguardar. No perdáis la fe. Seguid rezando.
El olor del miedo y la muerte llegaba tan nítido como el sonido cada vez más cercano de los machetes, los gritos, las balas, las explosiones,… la sombra del demonio.

El abrazo que unía los cuerpos en la capilla se rompió.
—No podemos consentirlo. —La muchacha, sin soltar del pezón al niño que tenía en brazos, parecía estar fuera de sí.
—Pero Lerato, piensa en tu hijo. Eres una mujer sensata.
La sombra cambia de alma.
— ¡No es cuestión de sensatez padre! —Vociferó Atu, un adolescente que con catorce años ya había portado un arma. Salió disparado por la sacristía hasta el callejón. —Nos están aniquilando.
Al joven párroco le siguieron el resto de refugiados, pero sólo él sale a la calle.
—Creía que ustedes los religiosos estaban hechos de otra pasta. Que defendían mejor sus intereses.
—Claro está que somos hombres, pero no lerdos para controlar la ira. Nos debemos a Cristo.
—Y ¿dónde está él cuando les magullan?
— Bien lejos de ti, Satanás. Soy yo, Cassiel, ¿no me reconociste bajo esta forma? No puedes engañarme. Mi misión es impedir que se rompa el equilibrio. ¡Desaparece! Aquí ya has hecho el suficiente daño.

Una silueta esquelética y áspera, abandonó el cuerpo del muchacho que apenas alcanzó a comprender, que qué era aquel espectro que se desvanecía entre el humo de los incendios.
Desde un puesto privilegiado, bien alejado de la sombra del templo de Cristo, la imponente figura del Diablo observaba. En su rostro: un gesto de satisfacción.
—No sufras por nuestro prestigio. Ya no necesitan tu ayuda. Mal bicho eres Satanás, que con un poco de tu veneno es suficiente.

CRSignes 080808

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6
Ago

Ubaldo Trentino. Pintor.

A Marcel Schwob con todo mi respeto y admiración.

Decenas de aspirantes -pintores venidos de todos los puntos del país-, suministraron sus bocetos. A Ubaldo le fascinaba el juego de luz y sombras y esa sensación de tener el cielo al alcance de sus manos del gótico. Visitó el Vaticano animado por un padre que dejó su vida en uno de los interminables cismas que barrieron el XVII.

Convencido de su éxito, entregó el proyecto. Lo había soñado todo. Diez años atrás, cuando regresaba a Italia, una inquietante pesadilla alteró su descanso.

Ingrávido, sobre la cruz latina de una Seo, vio en el techo abovedado una suerte de escenas cotidianas que disputaban su espacio con las cortes celestiales; en la cúpula: Dios. Aquella visión, mucho más espectacular para él que la capilla Sixtina, quedó grabada en su retina.
-¿Lo quieres? –Le dijo el ser deforme y descomunal que apareció sobre él.
-Sí. –Afirmó sin un ápice de duda.
-Tuyo será.
La mano, extremadamente blanda y larga del demonio, lo lanzó contra el suelo hacia una pira de cuerpos mutilados que ardían alimentados por la imaginería de las hornacinas del altar.

Temeroso por la visión tardó en olvidarlo. Achacó el suceso ilusorio al escaso alimento ingerido durante la travesía.
Caminaba hacia el despacho de la archidiócesis, convencido de su maestría.
-Cada uno de los bocetos ha sido valorado con las mayores diligencias posibles. Nos, lamentamos comunicarles que no ha lugar para sus proyectos. Nos, expresamos nuestro agradecimiento más sincero. Qué Dios les guarde. –Dijo el Obispo.
Se dirigió hacia la catedral en dónde la maraña de gentes, andamios, poleas, cuerdas, gritos y esfuerzos sobrehumanos, parecían no importarle. Tomó un cirio prendido, hizo un boliche con sus bocetos y lo lanzó contra un suelo que, repleto de paja y cuerdas, prendió rápido. Nada se pudo hacer, al tiempo que el fuego consumía las estructuras de madera, la fuerza de las llamas debilitaba los cimientos que cedieron, matando a casi todos los presentes incluido a Ubaldo, conforme de lo que veían sus ojos.

-¡Al fin llegaste! Ahora sé consecuente.
Ubaldo comenzó a flotar. Sobre su cabeza una bóveda infinita, un inmenso espacio en blanco.
-Ya puedes empezar. Y recuerda, debe gustarme. De lo contrario…
Bajo sus pies, los condenados del infierno.
Ubaldo sintió nuevamente sobre él la blanda y larga mano del demonio, pero su pensamiento estaba más allá, en el juego de luces y sombras que le ofrecía aquel techo abovedado.

CRSignes 070308

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1
Ago

Paolo Uccello, pintor de Marcel Schwob

Su verdadero nombre era Paolo di Dono; pero los florentinos lo llamaron Uccelli, es decir, Pablo Pájaros, debido a la gran cantidad de figuras de pájaros y animales pintados que llenaban su casa; porque era muy pobre para alimentar animales o para conseguir aquellos que no conocía.

Hasta se dice que en Padua pintó un fresco de los cuatro elementos en el cual dio como atributo del aire, la imagen del camaleón.
Pero no había visto nunca ninguno, de modo que representó un camello panzón que tiene la trompa muy abierta. (Ahora bien; el camaleón, explica Vasari, es parecido a un pequeño lagarto seco, y el camello, en cambio, es un gran animal descoyuntado). Claro, a Uccello no le importaba nada la realidad de las cosas, sino su multiplicidad y lo infinito de las líneas; de modo que pintó campos azules y ciudades rojas y caballeros vestidos con armaduras negras en caballos de ébano que tienen llamas en la boca y lanzas dirigidas como rayos de luz hacia todos los puntos del cielo. Y acostumbraba dibujar mazocchi, que son círculos de madera cubiertos por un paño que se colocan en la cabeza, de manera que los pliegues de la tela que cuelga enmarquen todo el rostro. Uccello los pintó puntiagudos, otros cuadrados, otros con facetas con forma de pirámides y de conos, según todas las apariencias de la perspectiva, y tanto más cuanto que encontraba un mundo de combinaciones en los repliegues del mazocchio. Y el escultor Donatello le decía:
-¡Ah, Paolo, desdeñas la sustancia por la sombra!

Pero el Pájaro continuaba su obra paciente y agrupaba los círculos y dividía los ángulos, y examinaba a todas las criaturas bajo todos sus aspectos, e iba a pedir la interpretación de los problemas de Euclides a su amigo el matemático Giovanni Manetti; luego se encerraba y cubría sus pergaminos y sus tablas con puntos y curvas. Se consagró perpetuamente al estudio de la arquitectura, en lo cual se hizo ayudar por Filippo Brunelleschi; pero no lo hacía con la intención de construir. Se limitaba a observar la dirección de las líneas, desde los cimientos hasta las cornisas, y la convergencia de las rectas en sus intersecciones, y cómo las bóvedas cerraban en sus claves, y la reducción en abanico de las vigas de techo que parecía unirse en la extremidad de las largas salas. Representaba también todos los animales y sus movimientos y los gestos de los hombres con el propósito de reducirlos a líneas simples.
Después, a semejanza del alquimista que se inclinaba sobre las mezclas de metales y órganos y que escudriñaba su fusión en el hornillo en busca de oro, Uccello volcaba todas las formas en el crisol de las formas. Las reunía, las combinaba y las fundía, con el propósito de obtener su transmutación en la forma simple de la cual dependen todas las otras. Fue por esto que Paolo Uccello vivió como un alquimista en el fondo de su pequeña casa. Creyó que podría convertir todas las líneas en un solo aspecto ideal. Quiso concebir el universo creado tal como se reflejaba en el ojo de Dios, que ve surgir todas las figuras de un centro complejo. Alrededor de él vivían Ghiberti, della Robbia, Brunelleschi, Donatello, cada uno de ellos orgulloso y dueño de su arte, burlándose del pobre Uccello y de su locura por la perspectiva, apiadándose de su casa llena de arañas, vacía de provisiones. Pero Uccello estaba más orgulloso todavía. Con cada nueva combinación de líneas esperaba haber descubierto el modo de crear. La imitación no era la finalidad que se había fijado, sino el poder de desarrollar soberanamente todas las cosas, y la extraña serie de capuchas con pliegues le parecía más reveladora que las magníficas figuras de mármol del gran Donatello.

Así vivía el Pájaro y su cabeza pensativa estaba envuelta en su capa; y no se fijaba en lo que comía ni en lo que bebía y se parecía por entero a un ermitaño. Y sucedió que en un prado, junto a un círculo de viejas piedras hundidas entre la hierba, vio un día a una muchacha que reía, con la cabeza ceñida por una guirnalda. Llevaba un largo vestido delicado, sostenido en la cintura por una cinta descolorida, y sus movimientos eran elásticos como los tallos que doblaba. Su nombre era Selvaggia y le sonrió a Uccello. Él notó la inflexión de su sonrisa. Y cuando ella lo miró, vio todas las pequeñas líneas de sus pestañas y los círculos de sus pupilas y la curva de sus párpados y los entrelazamientos sutiles de sus cabellos y en su mente hizo adoptar a la guirnalda que ceñía su frente una multitud de posiciones. Pero Selvaggia no supo nada de eso, porque tenía solamente trece años. Ella tomó a Uccello de la mano y lo amó. Era la hija de un tintorero de Florencia y su madre había muerto. Otra mujer había ido a la casa y había pegado a Selvaggia. Uccello la llevó a la suya.
Selvaggia permanecía en cuclillas todo el día frente a la muralla en la cual Uccello trazaba las formas universales. Jamás comprendió por qué prefería contemplar líneas derechas y líneas arqueadas a mirar la tierna figura que se tendía hacia él. A la noche, cuando Brunelleschi o Manetti iban a estudiar con Uccello, ella se dormía, después de medianoche, al pie de las rectas entrecruzadas, en el círculo de sombra que se extendía bajo la lámpara. A la mañana, se despertaba antes que Uccello y se alegraba porque estaba rodeada por pájaros pintados y animales de color. Uccello dibujó sus labios y sus ojos y sus cabellos y sus manos y fijó todas las actitudes de su cuerpo; pero no hizo su retrato, como hacían los otros pintores que amaban a una mujer. Porque el Pájaro no conocía la alegría de limitarse a un individuo; no permanecía nunca en un mismo lugar; quería planear, en su vuelo, por encima de todos los lugares. Y las formas de las actitudes de Selvaggia fueron arrojadas al crisol de las formas, con todos los movimientos de los animales y las líneas de las plantas y de las piedras y los rayos de la luz y las ondulaciones de los vapores terrestres y de las olas del mar. Y sin acordarse de Selvaggia, Uccello parecía permanecer eternamente inclinado sobre el crisol de las formas.
A todo esto no había nada que comer en la casa de Uccello. Selvaggia no se atrevía a decírselo a Donatello ni a los otros. Calló y murió.

Uccello representó la rigidez de su cuerpo y la unión de sus pequeñas manos flacas y la línea de sus pobres ojos cerrados. No supo que estaba muerta, así como no había sabido si estaba viva. Pero arrojó sus nuevas formas entre todas aquellas que había reunido.
El Pájaro se hizo viejo y nadie comprendía más sus cuadros. No se veía en ellos sino una confusión de curvas. Ya no se reconocía ni la tierra, ni las plantas, ni los animales, ni los hombres. Hacía largos años que trabajaba en su obra suprema, que ocultaba a todos los OJOS. Debía abarcar todas sus búsquedas y ser, en su concepción, la imagen de ellas. Era Santo Tomás incrédulo, palpando la llaga de Cristo. Uccello terminó su cuadro a los ochenta años. Llamó a Donatello y lo descubrió piadosamente ante él. Y Donatello exclamó:
-¡Oh, Paolo, cubre tu cuadro!
El Pájaro interrogó al gran escultor, pero éste no quiso decir nada más. De modo que Uccello supo que había consumado el milagro. Pero Donatello no había visto sino una madeja de líneas.
Y algunos años más tarde se encontró a Paolo Uccello muerto de agotamiento en su camastro. Su rostro estaba radiante de arrugas. Sus ojos estaban fijos en el misterio revelado. Tenía en su mano, estrictamente cerrada, un pequeño redondel de pergamino lleno de entrelazamientos que iban del centro a la circunferencia y que volvían de la circunferencia al centro.

Marcel Schwob del libro Vidas imaginarias

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31
Jul

La custodia. (Belfegor demonio de la pereza)

— ¿Te estoy pidiendo que reacciones?
— ¡Lo estoy haciendo!

Llevaba cuatro semanas litigando por conseguir la custodia de sus hijos. Pero en esta lucha parecía que hubiera perdido el interés.

—Si no te conociera pensaría que no te importa. Soy tu abogado, pero antes que nada Fernando soy tu amigo. No comprendo esa dejadez.

Fernando le miró con indiferencia.

—Permíteme que te diga, con la confianza de todos estos años, que cuando tengas ganas me llames. No creo en mártires, y hoy por hoy, no me apetece estrujarme con tu autodestrucción. Espero que tu reacción no sea tardía.

Salió tropezando con el secretario de su amigo.

—Si se les paga, no comprendo para qué tanto cuento. Le recuerdo que estudie leyes y estoy colegiado. —Le dijo Andrés, sutilmente mientras le entregaba unos papeles importantes, a pesar de que él no los había pedido.

— ¡Eh! ¡Ah sí! Andrés, pero ¿qué hace trabajando por debajo de sus posibilidades?
— ¿Qué tiene de simple este empleo?
Fernando miró asombrado los documentos.

— He de reconocer que vales para esto. Con qué intuición actúas. ¿Crees que podría representarme ante mi esposa?
—Déjelo en mis manos.

Dos días después la oficina era un cúmulo de trabajo pendiente. Andrés, sonriente, observaba a su jefe que, tumbado en el sofá, tenía un aspecto deplorable.

—Le traigo un café, quizás convendría que se aseara un poco y saliera a la calle. En un par de horas debemos personarnos en el juzgado.

Pero Fernando no reaccionaba. No tenía ánimos de moverse, de abrir los ojos, ni de hablar. En ese momento entró su amigo y abogado.

—Pero desgraciado ¿qué le estás haciendo? ¡Por Dios Fernando arriba! — Le dijo mientras abría los ventanales. —Esto parece un nido de serpientes.

Andrés salió disparado, proyectando su sombra extrañas formas en el pasillo, que asustaron a Fernando que abría en ese momento los ojos.

—Dile que vuelva Carlos. Lo necesito. —Era incapaz de levantarse. Lo sentó tomándolo por las axilas. —Tenemos que ir al juzgado. —Fernando parecía despertar de una pesadilla.

Pero Andrés había desaparecido dejando un rastro humeante de aroma azufrado. Aunque lo más llamativo y sorprendente, fue ver convertidas en cenizas todas sus cosas. Tan sólo hallaron intacto, un post-it que decía:

CUANDO LA PEREZA VENGA A BUSCARTE, POR FAVOR, ENCIÉRRATE, NO CONTESTES AL TELÉFONO Y DESHAZTE DE LOS AMIGOS. SIEMPRE ACABAN ESTROPEÁNDOLO TODO.
SALUDOS.
ANDRÉS BELPHEGOR

CRSignes 100708

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29
Jul

Fiebre del sábado noche. (Asmodeo demonio de la lujuria)

La cabeza le daba vueltas, tenía un aspecto horrible. Así no podía salir. Su amiga la esperaba en el portal.

—Lely no tiene paciencia. —Dijo Tamy
— ¡Que espere! ¿No puedo salir así? Y ¿ese olor?
—Yo no huelo nada. Te presto mi maquillaje… y mi perfume. Mientras te pintas, voy a hablar con Lely, buscar afinidades. Podría ir con vosotras.
—Como quieras hermanita, dudo que te guste, eres una mosquita muerta. No veas cómo liga. En la “disco” a la que iremos, anuncia para hoy un maratón de “Fiebre del sábado noche”.

Con su recién estrenado pantalón de campana, Tamy bajó con Lely. Mientras tanto, Sandra intentaba disimular las ojeras, había quedado de nuevo con Raúl, un atractivo chico del que Lely le dijo: “No pierdas el tiempo Sandra. Le va mucho eso… ya me entiendes. No le van los juegos y mira qué bien baila. Si te encantas un poco, te lo quitarán. ¿Pero tú has visto ese culo?”.

Ya en la calle, las tres se encaminaron hacia la disco. Tamy estaba emocionada, Lely no tuvo que ser muy tenaz para convencerla de que las acompañara.

—Ánimo que esta noche el local estará lleno de chicos dispuestos a todo.
—Mira que eres… Los chicos siempre están dispuestos a todo —Comentó Tami. — ¿Se puede saber dónde vamos?
—Te va a encantar, han abierto una nueva “disco”.
—Está un poco alejada del centro ¿no? —Dijo Tamy con inquietud.
—Bueno sí, pero no te preocupes, conozco al propietario. Además todos los que van están muy bien.

El letrero era visible desde un par de manzanas del local. No había casi nadie por las calles, y aunque era temprano, apenas las siete y media de la tarde, la noche había hecho acto de presencia.

— ¡Asmodeo Disco bar! ¡Qué nombre tan raro! ¿Seguro que no es otra cosa?
— ¿Cómo puedes pensar eso? Mira bien… ¿Qué ves?
—Chicas y chicos de nuestra edad.
—Pues eso. Venga alma de cántaro, que ya la música ha comenzado. ¿Me encantan los Bee Gees? ¿Y a ti Sandra?

—¡Adelante! Las chicas guapas no pagan. —dijo el portero.

Lely demoró un momento su entrada. Cuando lo hizo, las arrastró hasta el baño, esgrimiendo unos cuantos vales.

—Chicas, ¡tenemos consumiciones gratis!
—Oye mira, no contéis conmigo para beber, yo…
—Venga hermanita, verás cómo te gusta. —Dijo Sandra.

Salieron de los aseos y de inmediato fueron rodeadas por un grupo de chicos que las llevó hasta la pista.
Una hora más tarde, Sandra se daba el lote con el tal Raúl, que no tenía ningún reparo en meterle mano. Lely, estaba desaparecida, aunque su presencia se hacía notar o eso creía Tamy, que constantemente le parecía oírla. Acompañada de un par de chicos, se dejó hacer. Estaba como ida. El hipnótico efecto de la esfera de espejo del centro de la pista, acentuó su estado. No le gustaban esas cosas, pero estaba motivada por su voz interior. La llevaron hasta un sofá. Una vez allí, y con los sentidos distorsionados, se entregó en una orgía de besos y caricias. Al rato se sintió indispuesta, tuvo que levantarse para ir al baño.
Fue entonces que encontró a su hermana.

— ¿Te has visto? —Le dijo Sandra. —Deberías tener un poco de cuidado. ¡Abróchate la blusa!

No era consciente de lo que le decía, sólo le apremiaba llegar al aseo y vomitar.

— ¿Te puedes creer que ayer estaba yo así? Mejor dicho, ha sido entrar aquí y ha desaparecido el malestar. Me alegro de que no seas una mojigata.
— ¡Estabais aquí! —Lely apareció. —No perdáis el tiempo. El amo está impaciente. Tomad esto —les ofreció unas pastillas. —Mañana… —como endemoniada no podía parar de reír. —…no recordaréis nada salvo un lujurioso deseo que os incite a pecar todos los días.

El domingo, amanecieron medio desnudas en el portal de casa. Las despertó una vecina.

— ¡Esta juventud! Entrad en casa para dormir la mona.

………………………….

—Que sencillo hubiera sido haber dicho que no. —Comentó Tamy —Quedarse en casa, no dejarse tentar. Quizás ahora no estaríamos en las Ramblas.
—Así es hermanita, así es… ¿Qué habrá sido de Lely?
—Fue todo tan extraño… Aquella disco… ya nunca la encontramos. Aunque aún me parece oír su voz retumbando en mi mente siempre que se me acerca un hombre. Es como si ella me alentara para que fuera con él. Mientras algo en mi interior me quema y no me deja respirar.

CRSignes 270708

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27
Jul

El toro de Fálaris

Desde Atenas, había recorrido el mundo llevado por su arte. Reyes y conquistadores se lo disputaban. Aquellos bronces poseían tal perfección que parecían reales. El reencuentro con su obra, en el preciso instante de la entrega, era la mejor recompensa.
Perilio, traspasó el palacio hasta encontrarse cara a cara con Fálaris, rey de Agrigento.
-Sólo pido una cosa: la perfección. Si me la entregas te daré lo que quieras. Odio los defectos. No me decepciones.

El rugido se extendió nítido sorprendiendo a los presentes que, ante la maravilla, reclamaron más. Aquel ingenio tenía poco de la magia que querían darle, y mucho del horror para el que fue creado.
Años de gobierno prospero, bajo el yugo implacable de Fálaris, llevaron a la ciudad de Agrigento a las más altas cotas de popularidad y riqueza. Nada escapaba a los ojos de un tirano que había llegado donde estaba por sus grandes dosis de crueldad. Podía presumir de no tener enemigos vivos ni opositores, encargándose el mismo de que así fuera. Alardeaba de lo maligno de sus métodos de tortura, regodeándose al tiempo de su maestría. Un desprecio suyo, era una sentencia de muerte. Disfrutaba viendo el dolor ajeno. Decía, “Es la forma más limpia para conseguir lo que necesito.” Le hacía sentirse infalible, poderoso como un Dios. Sus contrarios, laxos ante él, le entregaban todo cuanto quería.

Se veía imponente aquel toro que mostraba su bravura preparando el envite, dispuesto a empitonar.
-No puedo darte nada si no lo pruebo. Quiero ver en qué consiste. Cómo funciona. – Aseveró Fálaris.
Con el convencimiento del trabajo cumplido, Perilio, se introdujo en el animal de bronce que ocupada el centro del patio. A un gesto del rey, poco tardaron sus esbirros en bloquear la portezuela y prender fuego a unas calderas que, al alcanzar el calor insoportable que encendió en rojo el metal del que estaba hecho, provocó la muerte del artista, no sin que antes éste soltara ayes y gritos que, propagados desde las fosas nasales de la bestia metálica, semejaban bramidos de un animal enfurecido.
Decenas de personas aclamaban al autor del portento. Fálaris, se alzó orgulloso.
-¡Perilio! –repitió tres veces. –Que nadie olvide este nombre, pues acompaña ya a los dioses.
De esta forma inhibió la maestría del artista. Años después Fálaris confesaría los celos que le provocaron el invento y su creador. Algo tan perfecto sólo podía haber sido suyo.

CRSignes 120308

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25
Jul

Como sombras de la luna

Teresa ©CRSignes1989

Derramé sobre su piel casi todo el recipiente para espolvorearlo después. Pareció gratamente sorprendida. “Nunca me he puesto esto. ¿Qué es? –Me dijo intentando entablar una conversación.
Me había seducido aquella muchacha de cuerpo voluptuoso y tez morena. Su pelo negro, recogido en una trenza, reflejaba el azul del cielo. La ingenuidad de su rostro contrastaba con la firmeza de su voz. Era como estrenar algo maravilloso de belleza salvaje. Trabajaba para mis padres, yo jugaba con ventaja, me debía obediencia, pero ella no se resistió a la seducción, pareció complacida.
Aquella mañana la besé. Fue un impulso correspondido en el acto. Renací al ver que su respuesta fue más que complaciente. Una mano menuda y morena alcanzó mi sexo aliviando su tensión. Tuve que contenerla. “Paso por tu choza esta noche, mulata mía”
Al separarnos, quiso obsequiarme con algo suyo, tomó mi mano y la introdujo en su sexo impregnándola de esencias. Un mundo de aromas me despertó la imaginación y los sentidos, acelerando el deseo.
Arropado por la oscuridad, atravesé los cultivos por el camino pedestre para reunirme con ella. Me aguardaba sentada en la puerta cubierta apenas por una sábana; su mirada se perdía en el horizonte. La tomé con violencia, no se resistió. Al soltarla sobre el camastro quedó desnuda. Me pareció pobre aquel escenario. Así fue que, sin mediar palabra, la cargué hasta mi habitación. A la luz de las velas le hice el amor. Quedó adormecida.
Sin hacer ruido, salí del cuarto, para regresar al instante con unos cuantos obsequios. Un traje digno de una señora, que mi madre había desechado; un jabón perfumado; y una pequeña caja de latón, hermosamente decorada, que al abrirla dejó escapar su delicado perfume de jazmín. Precipité sobre su cuerpo los polvos de arroz, no pude resistir la tentación de ver aclarar su torso: ¡las damas deben resaltar su palidez! Pero no funcionó. Sin mediar palabra, la tomé de nuevo, aquella acción me había excitado. Disfrutamos toda la noche, pero me cuidé de conminarla para que regresara a su cubil antes de que el sol saliera, o peor aún, pudieran verla conmigo.
No he renunciado del todo a sus encantos. Ella, aún está agradecida por mis atenciones, y me lo demuestra cuando se lo pido; pero cada cual tiene su lugar. Nuestro destino está tan unido como las sombras de la luna.

CRSignes 110108

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11
Jul

Los higos pintados (Mimos) de Marcel Schwob

“Esta jarra llena de leche será ofrecida a la dulce diosa de mi higuera. Todas las mañanas verteré leche nueva, y, si complace a la diosa, llenaré la jarra de miel o de vino puro. Así la veneraré desde la primavera hasta el otoño, y si una tormenta rompe la jarra, compraré otra en el mercado de los alfareros, aunque la arcilla esté muy cara este año.

A cambio, ruego a la dulce diosa que preserva la higuera de mi jardín que cambie el color de los higos. Eran blancos, sabrosos y azucarados, pero Iolé se ha cansado de ellos. Ahora desea higos rojos y jura que serán mucho mejores.

No es natural que una higuera de higos blancos, dé higos rojos en otoño, sin embargo Iolé lo quiere así. Si he sido devoto con los dioses de mi jardín, si les he trenzado coronas de violetas y les he ofrecido aguamaniles llenos de vino y leche, si he agitado amapolas para ellos a la hora en que el sol besa la crestería de mis murallas entre las nubes de moscas que se apoderan del aire de la noche, si soy digno de su amistad por mi religión, haz, oh, diosa, que florezca tu higuera con higos rojos.

Si no me escuchas, no dejaré de venerarte con jarras frescas pero me veré obligado a levantarme al alba, en la estación de los frutos, para abrir sutilmente todos los higos nuevos y pintar su interior con la bella púrpura de Tiro.”

Marcel Schwob (Chaville, Hauts-de-Seine, 1867 – París, 1905)

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10
Jul

La madre dormida

La tierra húmeda dejaba escapar sus aromas, al tiempo que el sol se abría camino hasta el suelo.
En las manos de Kirke, pendía un mechón de los cabellos de su hija. Las lágrimas se acumulaban a sus pies.
Los árboles orquestaban su música, que por momentos sonaba con violentos choques, para pasar después al calmado susurro de las hojas. Desconcertados sones en el oído de una madre, que no comprendía nada. Las gotas al caer, vacilantes en los árboles, aumentaban más en Kirke el desasosiego. Retornaba a su memoria, el galopar de las caballerías que acompañó al momento en el que Siisike fue arrebatada de su lado.
Un torbellino perturbó la paz.
Mientras el sol, dejaba sentir sobre su piel el tímido calor de la primavera, un escalofrío parecía contradecirlo, el mismo que notó la primera vez, que Tarmo le puso la mano encima.
¡Tarmo! El hijo genuino de su hermana, tan difícil de domar que lo dieron por perdido en su niñez. Se lanzó al mundo, recién cumplidos los diez años de edad; guardó en su mente el suficiente rencor, como para pedir cuentas a aquellos que habían intentado lo imposible por amarlo, removiendo en su memoria, todas las barrabasadas e incontables suplicios, que por lo visto no consideró suficientes.

Kirke, acababa de cumplir 35 años, se encontraba bañando a su hija en el riachuelo helado, que marcaba el linde de su casa, cuando Tarmo, la sorprendió; veinte años de desbocado carácter, alevosía de hormonas, mezcladas con una total falta de decencia. Intentó introducirse en el cuerpo desprevenido de su tía, que logró escapar de sus garras y le conminó para que no regresara jamás. Pero Tarmo, herido en su orgullo, sin dejar de mirar a la inocente Siisike, desnuda sobre las aguas, juró que regresaría al tiempo que aquella niña se convirtiera en mujer, y nada ni nadie podrían impedir que se la llevara.

Tarmo desapareció galopando, y Siisike con él. Debieron salir del planeta, pues nunca se supo nada más de ellos.
Kirke miró el rostro del operario pero sin verlo, había tomado una decisión. El mundo no era nada sin su hija, y dejó escrito que la devolvieran a la vida si regresaba.
Se acercó el mechón de Siisike al rostro, y el aroma del azahar se la devolvió por un momento. Esa fue la última vez que la tuvo presente antes de ser criogenizada.
CRSignes 310106

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7
Jul

Laura

Cuando salía a escena, Laura acaparaba la atención de todos. Pero su belleza no era la única particularidad que la hacía destacar. Poseía un magnetismo mágico que era capaz de desviar la atención sobre el defecto que la eclipsaba. Por que Laura, no era perfecta. Podría haber encauzado su vida alejada de los escenarios, pero un gran secreto la perseguía. De haber sucumbido a las ofensas y prejuicios, se habría dejado guiar por la desesperación. Vivió de limosnas y pequeños hurtos, hasta que la suerte la sacó del arroyo. No debía tener más de quince años, cuando cierto caballero reparó en ella; la vio en uno de esos momentos especiales, en los que Laura empezaba a sentirse mujer resaltando sus encantos. Sabía peinarse y sus ropas, aunque humildes, la ayudaban. Temió el rechazo del caballero, que intentaba ayudarla. Durante el almuerzo supo persuadirla; le habló de bambalinas, aplausos, admiradores, luces y trajes brillantes. Laura, fascinada, descuidó su pose, y entonces él la vio.
-Disculpe, debí decírselo.
-Esto cambia las cosas. Sígueme. -La guió hasta las afueras de la ciudad. -No temas, para hacerte algo debería acostumbrarme a “eso”.
Se refería a su deformidad; la perfección se perdía en la otra mitad de su cuerpo: gestos dulces y boca voluptuosa dejaban paso al más desagradable de los rictus. Era como si le hubieran golpeado con saña.
-No quiero ser cruel contigo, pero con ese rostro -entonces ella le mostró su brazo, que semejaba la zarpa de un felino -Difícilmente podrás triunfar en mi teatro. Pero mira, allí tienes futuro.
El charlatán de la entrada llenaba la caseta. Aparecía en penumbra, mostrando su lado bueno, para cambiar, cuando más confiados estaban los presentes, al aspecto bestial que la identificaba como “La mujer pantera”. Durante diez minutos, dejaba que la observaran, que se asombraran y asustaran de la fiereza fingida que el espectáculo le obligaba a simular; diez minutos, siete veces al día. El resto del tiempo lo dedicaba a arreglarse, intentando el acercamiento con todos los hombres con los que se cruzaba. Un arma de doble filo. La mayoría de las veces, salían espantados de su dualidad; rara vez conseguía una amable sonrisa; en otras se debatía por esquivar los ataques de individuos obscenos, y era entonces, en su defensa cuando no recordaba nada.

El circo permanente situado a la salida de la ciudad, era de fácil acceso, todos lo conocían. En una senda no muy alejada de él apareció la primera de las víctimas.
Las alarmas se dispararon, aquel hombre había sido atacado por una fiera. Todas las miradas se volvieron hacia el circo, pero a criterio de la policía, con una primera inspección despejaron todas las dudas. De sobras era sabido, que el ambiente circense no tiene buena fama, pero bajo aquellas carpas y casetas todo era transparente, ni tan siquiera tenían animales salvajes; unos cuantos caballos y perros domados hacían las delicias de los niños y en cuanto a su gente, los diez años de convivencia en el mismo lugar los avalaba. Fuera quién fuese el causante del asesinato, desapareció. Pasados varios meses, casi nadie se acordaba del asunto.
Laura era feliz, por vez primera tenía un amigo.
-No te fíes pequeña, -le dijo el director del circo -los hombres son traicioneros.
-Don Luís, esté tranquilo. Confío tanto en él, como en usted.
-¿Y sabe ya lo tuyo?
-Hoy se lo cuento.
Dos horas más tarde regresaba llorando y desaliñada. Sus ropas raídas daban cuenta de haber sufrido algún tipo de ataque.
-Laura, ¿qué sucedió?
-No quiero hablar de ello.
-A mi me lo puedes contar.
-Ha sido terrible, -habló entre sollozos -el muy lascivo, me dijo que le daba asco, luego intentó agredirme. Yo no comprendía nada, me defendí y salí corriendo.
Aquella noche casi no descansó. Por la mañana, una patrulla de la policía irrumpió en su carreta sacándola a la fuerza al tiempo que la interrogaban.
-Pero ¿qué significa este atropello? -Don Luís se interpuso entre Laura y los oficiales de policía.
-Hemos venido a detener a su chica. “La mujer pantera” es el asesino que andamos buscando.
Don Luís, tomó los débiles brazos de su pupila y se los mostró a los agentes.
-Puede que el aspecto les asuste, el maquillaje ayuda, pero esta niña, no tiene fuerzas. Miren este brazo está muerto, totalmente atrofiado.
Pero igual se la llevaron. De camino a la comisaría preguntó:
-Exijo que me digan por qué me detienen.
-Por que en aquel camino encontraron anoche totalmente destrozado, como el hombre que apareció hace unos meses, el cuerpo sin vida del joven con el que te vieron ayer. Vas a tener que darnos muchas explicaciones.
-Nos dijeron que ayer regresaste al circo como si te hubieras peleado. Confiesa, dinos cómo lo hiciste.
No le salían las palabras, realmente no recordaba nada de lo sucedido. Tuvo miedo de que no la creyeran y calló.
-Seguro que encontramos pruebas en tu contra.
Pero por más análisis que realizaron tanto a ella como al joven asesinado, nada encontraron que la incriminara, y no tuvieron más remedio que soltarla.
Al salir la esperaba una masa de gente que la recibió con frases ofensivas. El comportamiento agresivo de alguno de los presentes la aterrorizó.
Ni los suyos la respaldaron, se dio cuenta de que sólo podía confiar en Don Luís. Se abrazó a él llorando.
-Debo confesarle que no recuerdo nada. ¿Y si fui yo? Cerca de dónde lo encontraron sucedió todo.
-Ahora comprenderás lo que te dije. No te fíes de nadie.
Nuevamente el tiempo borró las huellas del asesinato, pero en esta ocasión nadie parecía querer olvidar, y Laura, se sintió acosada. Cuando salía a la función, los rostros que la observaban, parecían buscar entre sus gestos, alguno de culpabilidad, pero cierto día se cansaron. El público dejó de asistir al circo y fueron sus propios compañeros, quieres exigieron su partida. Pese a la negativa de su protector, no tuvo más remedio que marcharse.
Fue entonces que el terror se apoderó de la región. No había día que no apareciera un cuerpo desmembrado, y todos mantenían la misma similitud: una fiera les había arrancado la vida.
La policía, buscó a Laura sin éxito, parecía que se le hubiera tragado la tierra. Hasta que un día se la vio vagar desorientada, como ida.
Se lanzaron contra ella, que no ofreció resistencia, y sin que nadie lo impidiera, la ajusticiaron. Su cuerpo pendía de una soga, cuando apareció Don Luís.
-¿Qué habéis hecho? No fuisteis capaces de ver su belleza, su encanto. Ella nunca le hizo mal a nadie.
-Pero mírela, tiene la culpabilidad marcada en el rostro, en su cuerpo.
-¡Fui yo! La amaba. Pero no llegó a comprenderme. Quiso delatarme y mirad lo que le habéis hecho. Pagaréis con vuestra vida.
Pero antes de que pudiera saltar, sobre una nueva víctima, la policía lo detuvo de un certero disparo.
Entre sus pertenencias, encontraron una cuchilla con la que simulaba unas garras, y entre sus ropas, las pocas pertenencias que Laura portaba cuando la encontró.

Aunque también pudo suceder de esta forma. Que cada cuál seleccione su final. La fantasía nos permite esto y más.

La policía, buscó a Laura sin éxito, parecía que se le hubiera tragado la tierra. Hasta que un día la vieron vagar desorientada, como ida.
Se lanzaron contra ella, que no ofreció resistencia, y sin que nadie lo impidiera la ajusticiaron. Su cuerpo pendía de una soga, cuando apareció Don Luís, que agazapado detrás de unas rocas, observó horrorizado la escena sin ser capaz de actuar. Más tarde, cuando le trajeron el cuerpo de su pequeña para que se hiciera cargo del sepelio, tuvo que contener su rabia.
-¿Qué habéis hecho? No fuisteis capaces de ver su belleza, su encanto. Ella nunca le hizo mal a nadie.
-Pero mírela, tiene la culpabilidad marcada en el rostro, en su cuerpo.
Muy amablemente lo recogió entre sus brazos y se despidió de todos. El circo, según les dijo, iba a trasladarse muy lejos de allí.
Un año más tarde, faltando pocos días para el aniversario de la muerte de Laura, unos jóvenes encontraron, medio oculto tras un árbol, un cuerpo destrozado, irreconocible.
La policía no quiso alarmar a la población pues parecía que la bestia, inexplicablemente, había regresado. Cuando la investigación llegó a oídos de los vecinos, ésta se había alimentado ya de los rumores, temores irracionales y supersticiones de unas gentes que comenzaban a sospechar, que quizás se habían equivocado, que aquella muchacha era inocente. La investigación fue abandonada varios meses más tarde por falta de pistas que les llevaran a la solución del caso, pero tuvo que reabrirse cuando nuevamente, a pocos días del segundo aniversario del asesinato de Laura, un cuerpo desmembrado fue encontrado cerca del antiguo emplazamiento del circo. Y se alimentó la leyenda.
Dicen, ahora que van por la quinta de las víctimas, que ya nadie se atreve a salir a la calle cuando se acerca el 30 de julio. Hay quienes afirman haber visto un enorme felino, merodeando por el bosque; y los que aseguran haberse cruzado con la muchacha; pero nadie se ha percatado de un simple detalle, un gran ramo de flores pendido de la misma soga y en el mismo lugar en el que fue asesinada “La mujer Pantera”.

CRSignes 300907

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1
Jul

Una historia antigua... (El simposio, Edilio y La muerte de Edilio)

El simposio*

Acomodados en reclinados asientos esperan el comienzo de lo mejor de la velada. Las bailarinas, descansan a cada metro del recinto derramando en el aire sus voces aterciopeladas acompasadas por instrumentos.
El aroma de la noche en sus albores y la suave caricia de sus perfumes, aplacan el fervor de los invitados sedientos y eufóricos.
Las cráteras* de buen vino, fueron colocadas en el centro de la sala por jóvenes esclavos, efebos traídos de otras tierras.

- Deberías hoy ser tú, añorado Flavio, el que nos deleitara con su oratoria. Haz la ofrenda del vino, convida a los dioses y concluida la libación*, regálanos el relato de ese último viaje a Roma o mejor aún cuéntanos el augurio de la Sibila.
- Me honras Erasmo, tu casa siempre será la más admirada de todo Atenas.

Refugio Embebido De Devotos Poblado
Salmo Cantado Por Ecuánime Voz
Crátera Llena De Aromáticas Esencias
Dioses Honrados Derramando Amor.
Bebed Los Frutos Y Bendecid Los Restos
A Vuestra Virtud Cantamos:
Libación, Ofrenda, Cántico, Salmo,
Bajo El Manto De Vuestra Protección.

Flavio había conseguido destacar. Su fama de buen narrador le precedía. Sorprendían sus atrevidas crónicas. Solía exhumar los sentimientos más puros. Su belleza de espíritu, su aniñado rostro y su dulce voz completaban un escenario personal admirable.
Segundos antes de comenzar su oratoria, justo después de las libación, un hecho eclipsó su protagonismo.
Coqueta de su cuidada y delicada preparación, hetaira* admirada como no hubo otra, Haydee, supo cautivar con su entrada a los presentes.
Fue Flavio quién salió a su encuentro.

- Es ahora cuando mi alma se ha liberado del yugo de la inquietud. Mis ojos descansan ya en el sosiego del mar de los tuyos. Y mi narración tomará el sentido de la caricia de tus atenciones.

No podía disimular... ¡La amaba!

Un nudo en la garganta enmudeció a los presentes. Nadie reaccionó.
Haydee vilmente atacada yacía en el suelo herida de muerte. Y mientras el asesino era retirado entre gritos de amor eterno, Flavio arrancaba la daga asesina y la hundía en su pecho.
Flavio cantó el fatídico augurio de la Sibila antes de despedirse del mundo, abrazado a su amada que expiraba junto a él el último aliento.

-“Vuelo Galante De Rojo Manchado,
Gracia Y Belleza Derramada En Ti.
Soltarás Las Alas, Plegarás Tu Mando
Beberás Su Última Esencia Y Así Será El Fin”

Edilio

Al nacer, sus padres tuvieron serias dudas sobre su destino, no le creyeron merecedor de los dividendos de su herencia. Primogénito en una familia de militares vieron como aquél niño no cumpliría jamás sus sueños de gloria.
Es por ello que casi obviaron su existencia al enviarlo prácticamente desde su nacimiento a una academia en dónde proporcionarle, al menos, cultura con la que poder sobrevivir. Apenas si se notaría su cojera, pero ellos no soportaban tener un inútil en la casa.
Edilio creció sin el aprecio de los suyos. Nada pudo impedir que rezumara de él todo lo que tenía. Por su inteligencia no tardó en destacar y con apenas ocho años ya era capaz de discutir de matemáticas y filosofía con sus maestros. Alcanzada la pubertad se codeaba con lo más insigne de Atenas.

Fueron años duros en sentimientos pero gratos en satisfacciones. Era admirado y eso le complacía.
Había construido a su alrededor una coraza pero un día ésta se quebró. Inocentemente Haydee fue la culpable. Nadie hubiera podido preverlo, simplemente eran jóvenes y la amistad fue fraguándose. Edilio traspasó la barrera divisoria que siempre se había negado a cruzar y lo hizo sin darse cuenta. La admiraba, la idolatraba, es por ello que deseó compartirlo todo con ella y nadie se lo impediría.
Pero Haydee no fue consciente de los sentimientos que había despertado en el muchacho, hetaira cansada de batallar, la pubertad bullente y la compañía de Edilio significaba un alivio intelectual y físico, un respiro lleno de ternura.
Donde él veía pasión y deseo, huelga decir que ella sentía amistad y confianza. Tan sólo el amor no había entrado nunca en sus conversaciones. Para Haydee sencillamente había coincidido así.
Un día le habló de Flavio y Edilio vio como todo en ella se iluminaba.
¿Cómo se le había podido escapar algo así? Una nube enturbió su mente.

Aquella noche ella se retrasaba. Edilio miraba a Flavio sin comprender nada.
¡No era posible! Seguramente había querido bromear con él.
Al entrar Haydee en la sala todo se paralizó. Todo menos Flavio que se derretía en su dulce mirar y Edilio, que preso de un profundo dolor, saltó sobre ella con el cuchillo de su ira y la determinación de no dejar que fuera para nadie.
La amaba. Sí, la amaba, pero nada en el mundo podía alterar su equilibrio.

El juicio de Edilio

Trescientos jueces aguardaban al acusado. Un número parejo al crimen que se le imputaba. El despropósito de su acción, asesinato vil, lo había llevado a cabo dos meses atrás.
Entonces la vida de Edilio trascurría conforme a sus deseos y nada le podía hacer presagiar un acto de tan desproporcionado resultado.

En un lecho de fango y envuelta en linos color naranja, que daban cuenta de su profesión, descansaba ella. Definitiva morada en la que reposar su cuerpo junto al de su amado.
Venidos ambos de otras tierras, con mayor o menor fortuna se habían abierto camino. Sobrevivir no era sencillo en Atenas. Él por ser extranjero tuvo que acoplarse a la cultura que le acogió. Flavio, gracias a los estudios, fue reverenciado por su inteligencia. Para Haydee fue más duro.
Arrancada desde niña de su hogar, vilipendiada y ultrajada, la fortuna le vino de mano de un hombre justo que vio como de ella rezumaba un espíritu inquieto, un alma noble y gran sensibilidad artística que le aportaron el respeto necesario para huir de una vida de callejuelas, de una muerte segura.
Maduró segura de sí y su belleza se fue afianzando.
“El equilibrio perfecto”, este era el calificativo que la precedía.
Durante años, demasiado joven para el oficio de hetaira, tuvo que soportar de todo, pero fue esa misma disposición la que le abrió puertas. Consiguió pasar de exigida a exigente, alcanzó la meta más alta que cualquier mujer pudiera desear. Tenía las llaves de la consideración y el respeto, las mujeres decentes compartían con sus hombres únicamente el lecho, pero ella, dividendos merecidos, disfrutaba discutiendo, conversando, podía incluso sugerir, influir en decisiones capitales que darían forma a la sociedad que la rodeaba. En sus manos el poder y el amor se fundieron. De sus manos y en sus manos se trasmutaron y dieron forma a su triste destino.
Sobre el dibujo de sangre de los amantes queda escrita su historia.

Caen las últimas gotas de agua en la clepsidra *. Agotado el tiempo de su oratoria, grito desesperado para conseguir su muerte, los jueces deberán emitir su voto.
El sonido de las conchas sobre el vidrio determinará una sentencia demorada, huelga de palabras acogida por Edilio con desdén.
Angustia prolongada que se eternizará en un destierro no cumplido, marcado por el filo de la daga que enmudece su alma, trazando en rojo su predestinación.

CRSignes 2005

Vocabulario:

*Simposio: Así era denominada la sobremesa en la Grecia clásica, era el momento para iniciar conversaciones y otros placeres.

*Crátera: En Grecia y Roma, vasija grande y ancha donde se mezclaba el vino con agua antes de servirlo.

*Libación: Ceremonia religiosa de los antiguos paganos, que consistía en derramar vino u otro licor en honor de los dioses.

*Hetaira: En griego significa "compañera de hombres", así se denominaban a las cortesanas de las clases altas que destacaban por su amplia cultura y su gran belleza. Junto a las bailarinas eran las únicas mujeres a las que se les permitía participara en los simposio.

*Clepsidra : (Del lat. clepsydra, y este del gr. e d a). 1. f. reloj de agua.
Se empleaba en los juicios en grecia para determinar el tiempo de defensa de los acusados.

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27
Jun

A orillas del Sena. (Lucifer demonio de la soberbia)

París, tenía esa luz especial tan loada por los artistas. A orillas del Sena, justo en el punto en el que Montmartre se dejaba ver, Juliette admiraba el trabajo de los pintores callejeros. Uno de aquellos artistas se le acercó con la mirada fija en su rostro y una oferta irresistible. La pintaría allí mismo y a cambio del trabajo tan sólo le cobraría una sonrisa.
Su aspecto desaliñado no hablaba muy bien de él, pero sintiéndose alagada accedió.
Cuando le entregó el trabajo quedó maravillada.

—Ahora págueme lo prometido.

Se alejó deprisa, admirando el retrato no fuera que cambiara de opinión y se lo quitara de las manos. Ya en casa lo colocó en el lugar más destacado de la sala, apartando el retrato de su padre bien amado. Se sentía bien, quizás algún galerista se fijara en el cuadro y lo expusiera, alimentando su vanidad. Era perfecto, aunque se cuestionaba si el mérito lo tenía el pintor o su magnífica pose.
Esa misma noche, recibió la visita de su hermana. Tenía un problema, necesitaba ayuda. La despachó argumentando un malestar inexistente.

— Regresaré mañana. —Le dijo.
—No te molestes —contestó —No estaré en todo el día. Acaso te piensas que no tengo más ocupaciones que atenderte.
— ¿Y ese esperpento?
— ¿De qué hablas?
—De esa pintura horripilante.
—Mira que puedes llegar a ser envidiosa hermanita. Seguro que te mueres de ganas por saber quién es su autor. ¡Pues no pienso decírtelo! Me seleccionó a mí. Ya era hora de que alguien se diera cuenta de mi valía.
— Juliette, ¿cómo puedes decir que eso es hermoso? Además ¿dónde está el retrato de papá?
—Es bueno renovar la decoración, además la casa ya lo necesitaba, si tanto te interesa el cuadro, tómalo. Nunca asumiste que me lo diera a mi, si él hubiera querido ahora no habrías tenido que mendigarlo. Y no molestes más.
—No reconozco esa forma de hacer daño. Me asusta y entristece verte así. Cuanto antes te deshagas de ese cuadro mejor. Míralo. ¡Es terrible! Estas deformada, el arte moderno está bien sólo para los museos.
—Venga márchate. Déjame ya de una vez.

Juliette observó como su hermana se alejaba. Se acercó al retrato y sonrió.
Admiró el retrato como queriéndole encontrar las claves de su maestría, únicamente alcanzaba a ver las pinceladas que definían la hermosura de su rostro. ¿Qué se había creído su hermana? ¿Cómo podía menospreciar aquella obra maestra?
Lo acercó hasta el espejo hasta situarlo a su lado, para admirarse doblemente, fue entonces que distinguió algo inquietante que la espantó. El cuadro cayó al suelo. Nunca le había gustado aquel espejo, distorsionaba las imágenes, aunque aquello era distinto. Lo recogió cuidadosamente, temía haber dañado su pintura fresca, había quedado tendido boca abajo en el suelo. Nada le sucedió, pero al contemplar su imagen reflejada todo cambiaba. Los delicados tonos se convertían en chillones mezclas de colores complementarios, y las formas armoniosas desaparecían, cruzando entre sí líneas que transformaban la imagen en algo esperpéntico. ¿Cómo era posible aquello? En un principio pensó en salir para buscar a su hermana, no obstante difícilmente podría haberla alcanzado, así que decidió esperar la mañana y acercarse hasta el mismo lugar en el Sena.
Buscó un paño seco y un cordel, y lo empaquetó, tenerlo cerca le angustiaba.
El día amaneció gris, sabía que si aparecía la lluvia las posibilidades de encontrar al artista eran prácticamente nulas. Por suerte, el sol salió. Por más vueltas que dio no lo encontró. Preguntó a sus colegas y ninguno parecía recordarlo, es más, ni tan siquiera se acordaban de ella. Decidió entonces enseñarles su trabajo para ver si reconocían su arte, sólo consiguió risas y menosprecios.

—Mademonseille, ¿cómo pretende que tal aficionado se codee en el mejor rincón del Sena? Aquí estamos la “creme de la creme”. Hace falta cierto nivel para compartir este espacio. Busque por los suburbios, seguro que lo encuentra. ¿Cómo dijo que se llamaba?

Miró dos veces la firma antes de reconocer el poder maligno de aquel cuadro firmado por el mismísimo Lucifer.

Desde el Karlův most, la vieja ciudad de Praga despertaba la inspiración de los pintores callejeros. Edvard paseaba admirando sus obras. Uno de aquellos artistas se le acercó, su ofrecimiento no pudo rechazarlo.
Tal vez en algún momento de la rueda que castiga la soberbia, alguien se percate del error que los mortifica.

Carmen Rosa Signes 260608

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26
Jun

Los siete espíritus infernales

Presentación

Así llamados son los más representativos de las huestes de Satán. Culpables de muchas de nuestras obsesiones y los inductores de las peores acciones que podemos realizar. No siempre actúan, es por ello que como espíritus que son, son susceptibles de invocación, para lo cual existen conjuros que facilitan el contacto. Mediante estas invocaciones, según se dice, se puede conseguir favores a cambio de nuestra alma. No desvelaré la totalidad de éstos conjuros por que creo que nadie debe jugar con estas cosas, pero sí que dejaré constancia de ellos. Este tema me atrajo tanto, que aquí tenéis los relatos que mi imaginación creo basándome en las cualidades de cada uno de ellos. Sus nombres, como irán apareciendo son: Frimost, Bechard, Súrgat, Silcharde, Guland, Lucifer y Astaroth. Como sucede con el tarot, y las historias que escribí sobre él, están impregnados de mí, de la visión que tuve de ellos, por lo tanto, posiblemente, no todo el mundo esté de acuerdo con la forma en que los he representado.

FRIMOST (Demonio de la Destrucción). Enseña el manejo de las armas; siembra el odio, el espanto y la ruina; hace ruido en las casas; es el padre de las venganzas. Revuelve las aguas del mar; desencadena los vientos y tempestades; hace caer granizo y rayos donde le place, etc., etc.

BECHARD (Demonio del Amor). Enseña a los hombres y a las mujeres el arte de amar; los secretos para hacerse irresistible en las lides amorosas; los medios para alcanzar el amor de una persona; para hacer reñir a los amantes; para destruir matrimonios; enseña el arte de componer filtros, etc., etc.

SURGAT (Demonio de las Riquezas). Tiene el poder de desencantar los tesoros escondidos. Señala los lugares en donde se crían el oro, la plata y otros metales de valor y las piedras preciosas.

SILCHARDE (Demonio del Dominio). Concede al que le evoca un poder dominador sobre los demás hombres; influye en el alma de los poderosos para conseguir de ellos toda suerte de beneficios, empleos y prebendas.

GULAND (Demonio de la Envidia). Tiene la facultad de hechizar, arruinar a las personas y la de enfermar y hacer morir a los animales domésticos y aves de corral. Insinúa los medios de echar en una casa la mala suerte y trastornos de toda clase. Enseña la manera de domeñar a las bestias feroces, etc., etc.

ASTAROTH (Demonio de la Suerte). Indica los medios de hacerse rico; enseña el gran secreto para ganar a la lotería y en todos los juegos de azar; revela el modo de hacer fortuna, triunfar en los negocios, etc.

LUCIFER (Demonio de las Enfermedades). Tiene el poder de enfermar y curar a los hombres y a las bestias. Enseña las propiedades de las plantas curativas y venenosas.

TEXTO EXTRAIDO DEL LIBRO DE SAN CIPRIANO

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25
Jun

La hermosa Dorotea de Charles Baudelaire

Agobia el Sol a la ciudad con su luz recta y terrible; la arena resplandece y el mar espejea. Cobardemente se rinde el mundo estupefacto y duerme la siesta, siesta que es una especie de muerte sabrosa en que el dormido, despierto a medias, saborea los placeres de su aniquilamiento.
Sin embargo, Dorotea, fuerte y altiva como el Sol, avanza por la calle desierta, único ser vivo a esta hora bajo el inmenso azul, y forma en la luz una mancha brillante y negra.
Avanza, balanceando muellemente el torso tan fino sobre las caderas tan anchas. Su vestido de seda ajustado, de tono claro y rosa, contrasta vivamente con las tinieblas de su piel, moldeando con exactitud su tallo largo, su espalda hundida y su pecho puntiagudo.
La sombrilla roja, tamizando la luz, proyecta en su rostro sombrío el afeite ensangrentado de sus reflejos.
El peso de su enorme cabellera casi azul echa atrás su cabeza delicada y le da aire de triunfo y de pereza. Pesados pendientes gorjean secretos en sus orejas lindas.
De tiempo en tiempo, la brisa del mar levanta un extremo de su falda flotante y deja ver la pierna luciente y soberbia; y su pie, semejante a los pies de las diosas de mármol que Europa encierra en sus museos, imprime fielmente su forma en la arena menuda. Porque Dorotea es tan prodigiosamente coqueta, que el gusto de verse admirada vence en ella al orgullo de la libertad, y aunque es libre, anda sin zapatos.
Avanza así, armoniosamente, dichosa de vivir, sonriente, con blanca sonrisa, como si viese a lo lejos, en el espacio, un espejo que reflejara su porte y su hermosura.
A la hora en que los mismos perros gimen de dolor al sol que los muerde, ¿qué poderoso motivo hace andar así a la perezosa Dorotea, hermosa y fría como el bronce?
¿Por qué dejó la estrecha cabaña, tan coquetamente dispuesta con flores y esterillas, que a tan poca costa le forman tocador perfecto; donde halla tanto placer en estarse peinando, en fumar, en que le den aire o en mirarse en el espejo de sus anchos abanicos de plumas, mientras el mar, que azota la playa a cien pasos de allí, da a sus divagaciones indecisas un poderoso y monótono acompañamiento, y la marmita de hierro, en que está puesto a cocer un guisado de cangrejos con arroz y azafrán, le envía, desde el fondo del patio, sus perfumes excitantes?
Quizá tiene cita con algún ofícialillo que en playas lejanas oyó a sus compañeros hablar de la famosa Dorotea. Infaliblemente, la sencilla criatura le pedirá que le describa el baile de la Ópera, y le preguntará si se puede ir descalza, como a la danza del domingo, en que hasta las viejas cafrinas se ponen borrachas y furiosas de gozo, y también si las bellas señoras de París son todas más guapas que ella.
A Dorotea todos la admiran y la halagan, y sería perfectamente feliz si no tuviese que amontonar piastra sobre piastra para el rescate de su hermanita, que tendrá once años, y ya está madura y es tan hermosa. ¡Lo conseguirá sin duda la buena Dorotea! ¡El amo de la niña es tan avaro! Demasiado avaro para comprender otra hermosura que la de los escudos.

Charles Baudelaire del Spleen de París

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22
Jun

Ecos... (Palomas mensajeras)

A Ricardo por todo

— ¿Qué sucede?
— Señor, es la primera vez que tengo un ente biológico muerto entre mis manos.
— ¿Qué ha sucedido? Nos informaron de que esta es una zona libre de ellos. ¡Muéstremelo!
—No sé lo que es, pero es bastante grande.
— ¡Infórmeme!
—Nos disponíamos a interceptar lo que pensamos tele-proyectiles —esos jodidos imperceptibles al radar—, y disparamos. Entre la saturación de explosiones vi caer algo y encontramos esta criatura.
—Sí que es extraño todo esto. ¿Ha sometido a estudio el animal?
—No, señor, antes quería informarle.
—Pues envíelo al laboratorio de inmediato, a saber que nueva se les habrá ocurrido. Por cierto, Sánchez.
—Usted dirá, señor.
—Cuando abate a un enemigo no sufre el mismo remordimiento que habiendo matado a este bicho.
—No, señor, usted lo ha dicho, es el enemigo.
—Puede retirarse. ¡No! Espere. ¿Se había fijado en esto que cuelga de la pata del pájaro? Parece… ¡Dios santo! Sánchez, es un mensaje codificado en el antiguo modo de registrar las palabras manualmente. Le felicito, acaba de interceptar, posiblemente, información relevante para el enemigo. Lo propondré para una medalla.
Dentro de una cápsula, fuertemente sellada, una diminuta tira de papel. De su tinta, casi emborronada, apenas si podía distinguirse algo. Parecía un antiguo mensaje. Finalizaba el siglo XXVII y ya nadie recordaba aquellos métodos primitivos de comunicación. Además las circunstancias hacían impensable el empleo de los escasos recursos naturales para fines tan poco éticos. Las guerras seguían dividiendo a los herederos del planeta, pero llegaron a un consenso para no perjudicar el entorno. Demasiado daño se había causado ya. Por eso aquel hallazgo adquiría mayor importancia, tanta, que informó a sus superiores y aguardó órdenes.
Tres semanas después, el campamento atesoraba un centenar de aquellos envíos, ordenadamente guardados, en espera de la decisión de unos superiores que parecían no querer atender a la urgencia e importancia de aquellas capturas.
Poco a poco, alguno de los soldados había intentado descifrarlos, un hecho que sumió aún más de incertidumbre todo aquel acontecimiento.
Los mensajes, en su mayoría breves y concisos, hablaban un poco de todo. Entre sus líneas surgieron peticiones de suministros, de munición, angustiantes notas de ayuda, conmovedoras despedidas e incluso alguna carta de amor. En todo aquel conjunto de frases quisieron ver plasmadas sus propias inquietudes.
Mientras tanto, los enfrentamientos continuaban. Largas horas de oscuridad, atenazaban el frío. Gigantescas naves, inmensas moles de acero cromado, impedían la contemplación del sol, no así el reflejo de sus propias imágenes —la defensa se hacía insostenible cuando a las pocas horas parecía que se luchaba contra uno mismo; la lluvia negra —pestilente amalgama de fluidos químicos— inundaba los campos, anegando la escasa salud de las tropas. Luego, las horas de fuego cruzado que obligaban a protegerse los ojos. Las bajas se contaban por centenares en aquellas trincheras. Pero así se decidió combatir, empleando los pocos lugares que con anterioridad se habían convertido en yermos páramos.
—¡Sánchez! Preséntese de inmediato en mi tienda y traiga las notas halladas en los animales.
Con el informe de trascripción y los análisis del pájaro, entró.
— Le presento al Coronel Koto Hatari. Ha venido como asesor histórico. Abotónese soldado. ¿Cómo se atreve a presentarse así? La respuesta que esperábamos es tan sorprendente como el hallazgo que nos preocupa.
—Debo pedirle máxima discreción y, como ya le dijera a su superior, la ocultación de todo lo relacionado con este caso. Nada ha ocurrido, decir lo contrario constituiría delito de alta traición. Y no se hable más del asunto. En paz queden. Suerte en la contienda. Lo están haciendo muy bien.
Sánchez quedó boquiabierto y sorprendido.
—Lo siento mucho, Sánchez. Yo tampoco comprendo nada.
— ¿Quiere decir que me quedo sin condecoración?

…………………………

Las trincheras ofrecían un mal refugio, la podredumbre y el hambre arremetía contra una guarnición que las temían más que al mismo ejército enemigo que les acosaba. En su desesperación tan sólo tenían a mano aquellos pájaros que siempre habían representado esa paz que ahora se les deslizaba entre las manos. El asedio se hacía insostenible.
—Puede que no sirva de nada caballeros, pero al menos sabrán lo que nos ha sucedido y conocerán de nosotros, tal vez así consigamos ayuda.
Se repartieron las palomas mensajeras entre todos los habitantes de aquella trinchera, los primeros en recibirlas fueron los heridos y enfermos, cada uno de ellos anotó una deseo. Los pájaros volaron portando en sus patas peticiones de suministros, de munición, angustiantes notas de ayuda, conmovedoras despedidas e incluso alguna carta de amor.

El 13 de diciembre de 1914, 302 soldados murieron en el bombardeo de una trinchera sin que nada de ellos quedara para corroborar su existencia ni su fin.

Carmen Rosa Signes Urrea 270408

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22
Jun

Canción equivocada de Ricardo Acevedo

¡Deja tu lira o sintetizador hombre!
y no cantes a las murallas de Troya
o a la defensa de Stalingrado
dispón mejor tus notas a esa criatura
que muere de frío en una guardilla en Paris
a la que esconde la foto de su amor
en una transitada calle de Bruselas
a la que cumple condena por devolver una injuria
a la que se acomoda a tus pies
a la que vende su cuerpo a las portadas de
revista
a tu primer amor de escuela
¡gira hombre tu pluma!
solo dos grados a la derecha
allí... junto al café caliente
a la de pasos silenciosos
a la que no espera tu autógrafo
o te espera sonriente en las esquinas
a la musa olvidada
a la que conoce de memoria el peor de tus cuentos

©Ricardo Acevedo2007

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19
Jun

Castigo

Cuento finalista del I Certamen de relato corto de terror “El niño del cuadro”. Inspirado en esta foto de Sergio Larrain
tomada en Valparaíso, Chile en 1957

No logro borrar los recuerdos desagradables de la escuela. Cuando me encuentro con mis compañeros de antaño tan sólo puedo asentir a sus afirmaciones jocosas de un colegio que parece distinto al que yo viví. Trozos de mi memoria perdidos junto a la visión del oscuro pasaje que comunicaba las aulas, se atropellan con las de esa otra realidad. Don Gervasio decía que tenía el don de sacarle de sus casillas. Siempre era yo el amonestado, el caneado y expulsado, aunque el ruido, la risa o los insultos salieran desde la otra punta del aula.
-Pero yo no fui… –musitaba.
-¡No repliques! –Decía mientras me alaba de las orejas o el pelo hasta el pasillo.
Salvo el volar de los insectos, el silencio era tan profundo que me hacía caer en lo más recóndito de mis miedos; el tiempo parecía detenerse; la luz desaparecía; tan sólo el sonido del timbre del recreo me sacaba el tiempo suficiente como para deleitarme con las niñas de quinto. Al principio me fascinaba verlas descender por las escaleras tan ordenadas, con las bolsitas del almuerzo colgando y sus lazos coloridos y largos, hasta que algo sucedió. Las nubes, en su ingrávido vuelo, escondían un sol cada vez más escaso, sumiendo en negro los espacios; un momento antes había reclamado mi atención un gran lazo violeta, seguido de otro verde, y luego otro rojo que, en su balanceo, jugueteaba con el pelo. Las siluetas proyectadas de las mocitas cambiaban con la intensidad del sol, hasta su desaparición; las niñas dejaron de verse y la luz irrumpió con fuerza anunciando tormenta. Sentí alivio. Creía que la oscuridad era mi peor enemigo hasta la imprevista visita de aquellas sombras desaparecidas momentos antes de que abandonaran a sus dueñas. Inalterables, no podría asegurar si subían o bajaban, no tenía forma de huir, debía esperar que aquel mal sueño terminara, cerré los ojos y me abstraje de mi impropia imaginación. Pero al abrirlos, aún estaban tapizando los fondos, invitándome a seguirlas. Subían, bajaban,... , bajaban. Negras, grises, borrosas formas perturbadoras. Sonó el timbre, abrí los ojos y ahí estaban de nuevo, colores radiantes en sus lazos y bellas siluetas de gentiles pasos ordenados que ascendían.
Nunca volví a verlas, también he de confesar que intenté librarme de aquel castigo, pero siempre me quedó en la mente la misma pregunta, ¿qué hubiera sucedido de haber marchado con ellas?

Carmen Rosa Signes 2008

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3
Jun

Tarot

Siempre sentí fascinación por el Tarot. Eso hizo que desde bien temprana edad, me dedicara al estudio de esta mancia con tantos matices. Pero fue hace un par de años que me decidí a escribir una serie de relatos inspirados en cada uno de sus arcanos mayores. Aquí los tenéis. No esperéis encontrar las claves de este arte adivinatorio, pero si que puedo aseguraros que en los textos que leeréis a continuación, hallaréis parte de las mías. No obstante, hay relatos basados en personajes históricos que creo representan bien el espíritu del arcano en el que los he situado, y otros que son el inspirado reflejo de la carta en mi imaginación.

Carmen Rosa Signes 030608

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23
May

El arcano número 1. El Mago

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23
May

El arcano número 1. El Mago

Mostraba sus pertenencias, sus cualidades. Los movimientos fueron rápidos, apenas si pudieron distinguir el juego de manos, con el que logró disimular sus trucos una y otra vez. La admiración fue en aumento, así como la dificultad con la que impidió que la atención decreciera. Aquella noche no pudo dejar de pensar en la actuación, asomado al firmamento, vio descender las Perseidas como un buen augurio. Por la mañana, tuvo claro que deseaba controlar, pero sobre todo manipular; fue consciente de que no era lo que él lograra hacer, sino más bien lo que los demás sintieran, percibieran, y comprendieran de sus manipulaciones.
Había descendido por la colina, desde su casa, cargado como un burro; sabía que debía demostrar su valía; se jugaba, a una sola carta, el futuro. Su futuro. Arrastraba la mesa, el ruido se hacía insoportable; a los balcones y ventanas se asomaban sus vecinos, pero sin atreverse a decirle nada; la curiosidad era mayor que el suplicio. Sobre aquella mesa exhibiría todas sus artes, todos sus dominios. El resultado se hacía inevitable. Tomó la determinación de salir de una vez, volcarse al mundo, encontrar el camino del éxito y del poder; quería ser transparente, pero sin desvelar la forma con la que había llegado a serlo. No lo tuvo fácil. Otros cuentan con la suerte de pertenecer a un grupo, de demostrar sus actitudes mediante alguna prueba ejemplarizante, él no. Acudió a pedir consejo a los que, como él, no tuvieron más remedio que actuar por si mimos, pero como única respuesta: gestos de indiferencia y un “...ahora te toca a ti” que aplastaron sus ilusiones de un golpe. ¿De qué servía llegar a adulto, con la ilusión puesta en las esperanzas por serlo, dejar de ser un chiquillo, si los que nos preceden no colaboran? ¿Tendrían miedo de que les robaran el sitio? Y aunque así fuera, ¿sería justificado? En el otro extremo, estarían los demás. ¿Podría llegar a jugar con sus sentidos? Si lo conseguía, obtendría todo lo que se le antojase. ¡El éxito es efímero!
Así era su vida. Con la boca abierta le vieron partir, no habían dado nada por él, ya los tenía a todos dónde quería.
Ahora, mostraba las cartas, el pañuelo, la soga, la varita dentro de la chistera con total seguridad. Jugando...

“Nada por aquí, nada por allá”.

Carmen Rosa Signes 260506

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14
May

El arcano número 2. La Sacerdotisa

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